Adictos y narcotráfico

Por Rosario Espinal

Las drogas no se vendieran si no hubiera adictos. Aunque sea ilegal, es una mercancía en demanda. Se vende precisamente porque hay muchos adictos.

La demanda promueve la producción. La ilegalidad genera mucha corrupción y violencia. Para producir, transportar y vender las drogas hay que sobornar autoridades civiles y militares. Luego hay que blanquear el dinero. Corrupción por todos los costados.

La lógica más elemental llevaría a pensar que es mejor legalizarlas.

Seguirían existiendo adictos, pero, por lo menos, disminuiría la corrupción y la violencia que genera la producción y el comercio ilícito.

La legalización también ayudaría a identificar más fácilmente los adictos, y quizás podría ofrecérseles algún tratamiento efectivo.

Pero muchísima gente se escandaliza con esa idea y los beneficiarios del comercio ilícito se regocijan si las drogas siguen prohibidas. O sea, criminales de alto y bajo rango y moralistas coinciden en que las drogas sean ilegales.

No solo eso, sino que los afanados moralistas ven como antimorales a quienes proponemos la legalización de las drogas como un mal menor.

Lo ideal sería que no hubiera adictos, pero la adicción es inherente a la existencia humana. Todos los seres humanos tienen algún nivel de adicción a algo.

La diferencia radica en que hay adicciones mucho más negativas que otras, tanto para los adictos como para sus familias y la sociedad.

Las drogas son muy negativas por el impacto severo en el organismo y la conducta humana.

Al drama humano se agrega que todo lo ilegal genera una cultura de corrupción y violencia porque se desafían las reglas, dejando en el camino muchas víctimas y victimarios.

La idea de que es posible acabar con el tráfico de una droga específica (sea cocaína, fentanilo, heroína o lo que fuere) es consuelo de tontos. Si combaten una surge la otra.

Los narcotraficantes logran tener mucho poder porque generan mucha riqueza, parte de la cual distribuyen a personas e instituciones para ganar adeptos en las zonas donde operan.

Los productores y vendedores, conscientes de que siempre hay muchos adictos, hacen ajuste a sus operaciones según sean las circunstancias. Saben que en cualquier momento puede realizarse un operativo en su contra, si hay necesidad de echar manos a la persecución del narcotráfico para gestar aprobación política o justificar otros propósitos.

Muchas economías del mundo se benefician del narcotráfico: crea empleos (muchos micro traficantes), favorece el sector construcción por la adquisición de viviendas y locales para el blanqueo de dinero, e inyecta recursos en el sistema financiero. Es un negocio millonario a pesar de la ilegalidad, o por eso.

Fracasan las familias, los gobiernos, las escuelas y las religiones en evitar la adicción a las drogas o en curarla. Es un drama humano y social que la ilegalidad magnifica.

Las drogas seguirán ilícitas no para evitar más daños, sino para causar más daño a los adictos y sociedad en general. Los capos y capitos están por doquier con sus secuaces. Son alcaldes, regidores, diputados, senadores, ministros y hasta presidentes; y muchos, compradores de conciencias.

La llamada lucha contra el narcotráfico sirve intereses nefastos.

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