Apoteosis del Merengue
Con su muerte trágica, Trujillo casi se llevó a la tumba a las grandes orquestas. Bien reputadas, ya sin un contrato decenal o un Petán con fusta benefactor, eran económicamente inviables en los 60. Una organización musical más reducida, al estilo de Cortijo y su Combo en Puerto Rico con sus bombas y plenas o la banda de rock de Bill Halley y sus Cometas en Estados Unidos, sirvió de modelo a los músicos del nuevo merengue. Quienes se quitaron el frac, tiraron los atriles y se pusieron de pie para tocar.
Más funcional y menos costoso, el combo dio movilidad a la música en salas de baile, TV y giras. El apogeo de las grandes pistas cedió su lugar a las oscuras boites. Combo y boite se amalgamaron en una nueva sociabilidad musical y danzante.
La avalancha del rock y el twist puso de moda conjuntos musicales de tamaño reducido, potenciados por el uso de la guitarra eléctrica, el piano eléctrico y ensordecedores equipos de amplificación. Bill Halley, Elvis, Chubby Checker, con su ritmo y desparpajo contagioso, se habían convertido en patrones a seguir.
El combo, el rock y el twist: el fenómeno Ventura. Dominicana y su merengue no fueron la excepción. Así lo confiesa Johnny Ventura: «Lo que se me ocurrió hacer fue un poco de mezcla entre el merengue clásico y esa música del rock y del twist que ocupaba toda la atención de la juventud y de las radioemisoras». Las consecuencias fueron una aceleración rítmica del merengue y variaciones en la coreografía estimuladas por los movimientos de los cantantes, a los que luego se sumarían bailarines.
Johnny Ventura y su Combo Show encabezaron este nuevo tipo de merengue en el ambiente de efervescencia política, liberalidad y desenfado de los inicios de la década del 60. Para Ventura “el merengue tradicional estaba completamente comprometido con la tiranía”. Así, su tarea era devolverle al género popular su función de cronista de la vida cotidiana.
Mientras Morel sonaba el irreverente Mataron al chivo, se volvía a la picaresca del merengue con el doble sentido de sus textos, tan caro a su origen y trayectoria. Y Ventura lo hacía con El cuabero o La Agarradera, título de su primer LP. Desde El Tabaco y su connotación política al responder desafiante al embargo radiofónico impuesto a Peña Gómez, pasando por El Florón, Bobiné, Llegaron los Caballos, El Pingüino, Capullo y Sorullo, Patacón Pisao, María Tomasa, Merenguero hasta la tambora, hasta llegar a su producción antológica Soy, se registra la formidable trayectoria de un verdadero ídolo popular del merengue.
El jaleo-jazz de Félix. Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo surgen en 1964 en la boite del Hotel Europa, aportando un sonido diferente, de calidad incuestionable, basado en el diálogo creativo de los saxofones del Manso (saxo barítono y alto, y clarinete) y del propio Félix (saxo tenor, xilófono y flauta). Junto a la ejecución acoplada del pianista Zayas Bazán, Raposo en el bajo, Marcano en la conga y Arroz Blanco percutando la tambora y los timbales. En la voz veterana de Frank Cruz se pegó el merengue vuduista Papá Bocó, de Sánchez Acosta y Chapuseaux, forjando los saxofones al final una verdadera atmósfera de “montadera” colectiva. Otro éxito fue Vicenta, de Chapuseaux, alusivo a un abusivo impuesto de salida del país, mientras Candela, parte picante de un LP navideño de villancicos, tuvo gran aceptación. Sus instrumentales, presentes en el repertorio, permitían a los músicos lucir sus destrezas, al estilo del jazz cuando cada instrumento recrea un patrón melódico.
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Oriundo de la Banda de la Marina, Félix había actuado siete años con Morel y por breve lapso con Solano y Agustín Mercier en el Embajador. Pronto la cadencia de los Magos impactó el ambiente artístico, haciendo del Europa animado por Haza del Castillo y Rivera Batista un centro de habitués de la farándula.
El sonido acelerado de Wilfrido. En los 70 aparece un merengue aún más acelerado impulsado por el trompetista Wilfrido Vargas. El desarrollo de instrumentos electrónicos -piano, bajo, sintetizador- amplió las posibilidades tecnológicas, compensando así las limitaciones del combo. Como en las mutaciones polémicas, unos entusiastas, otros alegaron desnaturalización del merengue y su confusión con otros géneros, al coincidir con los “fusilamientos” de baladas, cumbias, vallenatos y canciones rock, para aprovechar temas que habían “hiteado” previamente y ahora montarlos sobre la ola expansiva del merengue. La competencia en el mercado internacional del disco fue la razón dada, indicándose insuficiencia, en volumen y calidad, en la composición local de merengues para abastecer la demanda.
Salidos de la atmósfera arabesca del night club Cashba de Breno Brenes, los Beduinos de Wilfrido se apoyaron en innovaciones músico-vocales, un ritmo rápido, enérgico y sincopado, casi maratónico. Y una definida vocación experimental, con el empleo de constantes efectos vocales y arreglos corales, con la intercalación de estructuras rítmicas y melódicas diferentes en una misma pieza. Su tema Charo del LP La Música patentiza la seña de identidad de este brillante trompetista que como Johnny Ventura ha llevado el merengue a elevadas cotas de penetración internacional.
Al igual como sucediera con Félix del Rosario y sus Magos, tuve el privilegio de vivir el nacimiento de Wilfrido y sus Beduinos.
De la magia de la orquesta al carisma de la voz. Con Alberti en el Patio Español del Jaragua, la atracción era la orquesta, pese al excelente trípode de voces de Pipí Franco en los merengues, Marcelino Plácido y Rafael Colón en los boleros y los demás géneros de la época. Se iba a bailar al Club de la Juventud con Antonio Morel no importa quien cantara. Con un elenco inigualable de vocalistas -como Joseíto Mateo, el Rey del Merengue- se escuchaba, bailaba y seguía a la San José bajo la batuta de Papa Molina, ya fuese en la TV, el Night Club o el Teatro al Aire Libre de La Voz Dominicana.
A Solano –en la legendaria Hora del Moro de Rahintel o en el Embassy del Embajador- se le buscaba por Solano, por el esmerado profesionalismo de su conjunto, sin desdeñar a Vinicio, Rico, Francis, mucho menos un show con Lope, Niní o Luchy. Igual sucedía en el Europa con Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo: Frank Cruz aparte, sonaban los metales del Manso y del líder de la banda, junto al piano rítmico y la percusión.
Con Johnny y su Combo Show se impuso el carisma de este inmenso moreno sobre el escenario, quien con voz ronca de obrero portuario rompió el patrón del cantante nasal de merengue, moviéndose incansable con sus golpes de cintura como un trotador de pista larga. El güirero y cantante segundo de la San José asumía un liderazgo inédito en la historia de este género popular, sintonizando sus temas con el despertar libertario dominicano.
Luego vendría la energía del sonido acelerado de Wilfrido y su trompeta, los diálogos de voces y el respaldo de Sonny Ovalle en el piano. Casi un hombre orquesta ese genial Wilfrido Vargas. Cuco y su Tribu, el Brujo Mayor, sonero veterano, simbiosis de liderazgo musical, canto, baile y actuación.
Sin sospechar lo que vendría, Wilfrido auspició a Los Hijos del Rey, contando con un jovencito de Loma de Cabrera que había participado en el Festival de la Voz. El fenómeno sería Fernandito Villalona, el Mayimbe, el cantante de merengue más acoplado y popular de las últimas décadas. Con él nacería una nueva realidad sociológica y de mercado: la voz y el carisma arrastrarían al público, y a la banda musical.
Otro punto de ruptura sería Sergio Vargas –igual vinculado a Los Hijos del Rey-, el primer producto mercadológico surgido en el exitoso laboratorio de Cholo Brenes, con el respaldo musical de Manuel Tejada, video clips de Jean Louis Jorge y Peyi Guzmán, coreografía de Guillermo Cordero en el Jaragua y posters de la Escuela de Diseño de Altos de Chavón para su presentación en el Anfiteatro. E ingeniería de sonido de calidad para competir con la salsa y la música disco en las grabaciones.
El fenómeno del cantante independizándose de la banda madre para crear su propia formación se daría con Fernandito, Sergio, Rubby Pérez, Alex Bueno, para sólo mencionar unos casos, llegando a Toño Rosario respecto a sus hermanos. Parecido al efecto centrífugo en las agencias publicitarias cuando manejan más de tres cuentas importantes. En una verdadera explosión mercadológica, el contagio afectaría también a los músicos y a los frentes de banda y coro: Bonny Cepeda, Rasputín y los Kenton hicieron lo propio. Todos, excepto Toño, vinculados a Los Hijos del Rey.
Con el surgimiento del grupo vocal 4-40 original continuó el liderazgo de la voz, ahora en acople colectivo. Sin embargo, la individualidad protagónica del talento de Juan Luis Guerra como músico, compositor, letrista e intérprete –junto a la salida de Maridalia y la estrategia del disquero Rodríguez-, impondrían su figura en el primer plano, por encima del grupo. Con merengues y otros géneros como Si tú te vas, Elena, La Gallera, Visa para un sueño, Rosalía, Me enamoro de ella, Tú, El costo de la vida, Ojalá que llueva café, La bilirrubina, el genio lírico musical de JLG –respaldado por Ramón Orlando y Manuel Tejada, y ahora Giannina Rosado- produciría una revolución en la calidad de nuestra música popular y su internacionalización, apuntalando el merengue y por añadidura la bachata.
Unas sonoridades innovadoras en lo vocal y musical –enriquecidas por múltiples influencias de jazz, rock, calipso, góspel, salsa, folklore- con el retorno de la guitarra y el acordeón, el golpe de la tambora y la güira por delante, ágiles acoplamientos de metales y piano identifican estos merengues de Guerra que, como Gillette en sus cambiantes formatos, han representado una suerte de revolución en la afeitada en la historia del género. La industria del disco, los videoclips, los conciertos de masas y los tours internacionales han sido claves en esta historia maravillosa, que ha alcanzado una nueva dimensión celestial con la música de temática cristiana y Las Avispas. En una verdadera apoteosis del merengue