Aquel golpe de Estado

Carmen Imbert Brugal

Queda en la nostalgia, en el morral de esos rencores que las páginas de la historia no registran. Otra época, otros sueños, otros protagonistas con un talante completamente distinto al que exhibe la clase política contemporánea. El golpe de estado contra el gobierno constitucional, presidido por Juan Bosch, fue un trauma institucional inconcebible luego de una proeza electoral inusitada.

El triunfo del candidato del PRD fue irrebatible. Bosch recibió un respaldo extraordinario en las urnas, el 20 de diciembre del año 1962, primera experiencia electoral después del tiranicidio. El pueblo recién despertaba de un letargo y comenzaba a transitar por la ruta desconocida de la democracia.

A pesar de las zancadillas, de los obstáculos, de una campaña aviesa, dirigida por grupos más que poderosos, de acusaciones y falsías por doquier, el político con un discurso que pretendía sumar y erradicar el odio, fue favorecido por la mayoría. Sin embargo, el respaldo electoral – de 1,054, 944 de votos válidos obtuvo el 59% – sirvió poco.

El atropello contra el gobierno constitucional fue ejecutado en nombre de la supremacía de los buenos, esos apóstoles que se imponen siempre sin exponerse al escrutinio. Deciden, extorsionan, pactan. La voluntad popular fue convertida en “mayoría ocasional” y un acto notarial sirvió para suplantarla. Sin disimulo los argumentos para el golpe de estado están plasmados en el “Comunicado al Pueblo de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional” publicado y leído el 25.09.1963. El texto ratifica la ilegalidad en ocho numerales. “Se declara depuesto el actual gobierno”, inexistente la Constitución. Proclama el texto “que se deben considerar, desde este momento, disueltas las Cámaras Legislativas actuales, y sin calidad para realizar ninguna función del poder, por cuanto es obvio, según público consenso, que ellos no representan ya la mayoría ocasional que obtuvieron en los comicios del pasado diciembre.”

Si algo faltaba para la encomienda, para el desalojo, los presidentes de los partidos políticos fundados después del 30 de mayo del 1961: Unión Cívica Nacional, Alianza Social Demócrata, Vanguardia Revolucionaria, Demócrata Cristiano, Nacionalista Revolucionario, Progresista Demócrata Cristiano se sumaron felices y convencidos a la proclama de las FFAA y la PN.

Los periódicos compartían el entusiasmo. Aquel titular de Prensa Libre “Depuesto Bosch” y su editorial sin ambages, manifestaban el regocijo. “Hemos vencido al comunismo que trajo Juan Bosch…” El editorial de El Caribe, “El Golpe de ayer”, tal y como señala Acosta Matos en “1963: De la Guerra Mediática al Golpe de Estado” (página 585) un tanto más sobrio, pretendía disimular la algarabía: “la constitucionalidad- no cabe duda- se ha quebrado y el proceso democrático en nuestro país ha experimentado un retroceso. El procedimiento empleado -tal vez- no era el más apropiado-.”

Así tan fácil, ocuparon el solio como si fuera heredad y comenzaron a reescribir, con palotes torvos, la saga interminable de la violencia. Insistieron, sin prever las consecuencias sangrientas de su insensatez. Ocurrió hace 60 años, quedan cruces y acotejos. Héroes y villanos convivieron, algunos lograron, después del regateo de hazañas, ocupar espacios en los altares de la patria.

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