Así se ve la autocracia

Por Michelle Goldberg

The New York Times

Columnista de Opinión

Desde que Donald Trump fue elegido de nuevo, he temido que se presente un escenario más que cualquier otro: que ordene al ejército actuar contra la gente que proteste por sus deportaciones masivas, lo que pondría a Estados Unidos de camino a la ley marcial. Sin embargo, hasta en mis ideas más descabelladas, pensaba que necesitaría más pretextos para sacar soldados a las calles de una ciudad estadounidense —en contra de los deseos de su alcaldesa y su gobernador— que las protestas relativamente pequeñas que estallaron en Los Ángeles la semana pasada.

En un entorno posrealidad, resulta que el presidente no necesitaba esperar a que se produjera una crisis para lanzar una represión autoritaria. En su lugar, puede simplemente inventar una.

Es cierto que algunas de las personas que protestaban contra las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Los Ángeles han sido violentas; el domingo detuvieron a un hombre por lanzar presuntamente un cóctel molotov contra un agente de policía, y acusaron a otro de conducir una motocicleta contra una línea de policías. Esta violencia debe condenarse tanto porque es inmoral como porque es tremendamente contraproducente; cada Waymo en llamas o cada escaparate destrozado es un regalo en especie para el gobierno.

Pero la idea de que Trump necesitaba poner soldados en las calles de la ciudad porque los disturbios se estaban descontrolando es pura fantasía. “Hoy, las manifestaciones en toda la ciudad de Los Ángeles han sido pacíficas y elogiamos a quienes han ejercido responsablemente sus derechos amparados por la Primera Enmienda”, decía un comunicado emitido por el Departamento de Policía de Los Ángeles el sábado por la noche. Ese fue el mismo día en que Trump desautorizó al gobernador Gavin Newsom y federalizó la Guardia Nacional de California, en virtud de una ley rara vez utilizada para hacer frente a una “rebelión o peligro de rebelión contra la autoridad del gobierno de Estados Unidos”.

Luego, el lunes, con miles de soldados de la Guardia Nacional ya desplegados en la ciudad, el gobierno dijo que también iba a enviar 700 infantes de marina. La policía de Los Ángeles no parece quererlos ahí. En una declaración, el jefe de la policía, Jim McDonnell, dijo: “La llegada de fuerzas militares federales a Los Ángeles —sin una coordinación clara— supone un importante reto logístico y operativo para los que estamos encargados de salvaguardar esta ciudad”. Pero para Trump, salvaguardar la ciudad nunca fue el objetivo.

Es importante comprender que, para este gobierno, las protestas no necesitan ser violentas para ser consideradas un levantamiento ilegítimo. El memorando presidencial por el que se llamó a la Guardia Nacional se refiere a actos violentos y a cualquier protesta que “inhiba” el cumplimiento de la ley. Esa definición parece incluir las manifestaciones pacíficas alrededor del lugar de las redadas del ICE. En mayo, por ejemplo, agentes federales armados irrumpieron en dos populares restaurantes italianos de San Diego en busca de trabajadores indocumentados; esposaron a miembros del personal y detuvieron a cuatro personas. Mientras lo hacían, una multitud indignada se congregó fuera, coreando “vergüenza” e impidiendo durante un tiempo que los agentes se marcharan. En virtud de la orden de Trump, los militares podrían atacar a estas personas como insurrectas.

Después de todo, el gobierno tiene motivos para querer intimidar a quienes puedan participar en la desobediencia civil. Las protestas violentas juegan a su favor; las pacíficas amenazan la absurda narrativa que intenta imponer a Estados Unidos. Basta con mirar lo lejos que está llegando para silenciar a David Huerta, presidente del Sindicato Internacional de Empleados de Servicios de California. La semana pasada, Huerta fue detenido tras sentarse en una acera y bloquear una entrada mientras protestaba contra una redada de inmigración en un lugar de trabajo de Los Ángeles. Mientras lo detenían, lo tiraron al suelo, lo que provocó su hospitalización. El lunes, el Departamento de Justicia lo acusó de “conspiración para obstaculizar a un agente”, un delito grave que conlleva una pena máxima de seis años de prisión.

Trump también pidió el lunes la detención de Newsom. Si uno viera todo esto en cualquier otro país —soldados enviados para aplastar la disidencia, dirigentes sindicales detenidos, políticos de la oposición amenazados—, estaría claro que la autocracia había llegado. La cuestión, ahora, es si se puede incitar a responder a los estadounidenses que odian la tiranía.

Mucha gente ha especulado con que el enfrentamiento en Los Ángeles jugará a favor de Trump, permitiéndole hacerse pasar por un paladín de la ley y el orden que pone en cintura a las turbas criminales. Puede que tengan razón. Trump es un maestro demagogo con un don para crear las escenas de conflicto que ansían sus partidarios. Ahora sabemos que Dr. Phil estaba sobre el terreno con el ICE durante las redadas que desencadenaron los disturbios de Los Ángeles, filmando un especial para el horario estelar. El gobierno parecía querer un espectáculo.

Sin embargo, la opinión pública no es definitiva, por lo que es importante que todo aquel que tenga una plataforma —políticos, veteranos, líderes culturales y religiosos— denuncie la extralimitación autoritaria del gobierno. Funcionarios del gobierno como Stephen Miller están impulsando la idea de que Los Ángeles es “territorio ocupado”, como demuestran las banderas extranjeras que llevan algunos manifestantes. Los estadounidenses que aún tienen esperanza en la democracia deberían decir, tan alto y tan a menudo como puedan, que se trata de una mentira tan estúpida que es insultante para justificar una toma de poder dictatorial. Quizá resulte que la verdad no está a la altura de la propaganda derechista, pero si es así, ya estábamos perdidos.

Vale la pena recordar que, en 2020, cuando Trump acudió a la Iglesia de San Juan para tomarse una foto después de que la Policía de Parques y los agentes del Servicio Secreto lanzaran gases lacrimógenos a los manifestantes, fue ampliamente condenado tanto por líderes religiosos como por exmilitares de alto rango, lo que obligó al gobierno a ponerse a la defensiva. Una encuesta realizada poco después reveló que dos tercios de los estadounidenses lo culpaban del aumento de las tensiones raciales. No es un hecho que el desorden favorezca a Trump, sobre todo cuando está claro que es él quien lo instiga. Pero es necesario que haya voces fuertes que contrarresten sus osadas ficciones.

Sí, Estados Unidos ha dado un tumbo a la derecha desde el primer mandato de Trump, y ahora puede salirse con la suya con abusos que entonces habrían desatado una indignación masiva. Muchos demócratas, agotados por la reacción contra Black Lives Matter y la inmigración ilegal a gran escala, preferirían no pelear por los tumultos en Los Ángeles. “Durante meses, los demócratas, marcados por la política de este asunto, trataron de eludir las guerras de inmigración del presidente Donald Trump, centrándose en cambio en la economía, los aranceles o, en el caso de las deportaciones, las preocupaciones sobre el debido proceso”, informó Politico.

Pero no se puede eludir a un presidente que despliega el ejército en una ciudad estadounidense basándose en falsedades ridículas sobre una invasión extranjera. De hecho, es difícil pensar en una señal más clara en el camino hacia la dictadura. Este sábado, día del cumpleaños de Trump, está planeando un gigantesco desfile militar en Washington, aparentemente para celebrar el 250 aniversario del Ejército. Se han fotografiado tanques camino de la ciudad, con el Lincoln Memorial trágicamente de pie al fondo, como una imagen de alguna distopía de Hollywood.

Ese día habrá manifestaciones en todo el país bajo la rúbrica “No a los reyes”. Espero desesperadamente que el intento de Trump de sofocar las protestas acabe alimentándolas. Puede que quien quiera vivir en un país libre tenga miedo, pero no debe acobardarse.

Michelle Goldberg es columnista de Opinión desde 2017. Es autora de varios libros sobre política, religión y derechos de las mujeres, y formó parte de un equipo que ganó un Premio Pulitzer al servicio público en 2018 por informar sobre el acoso sexual en el lugar de trabajo.

The New York Times

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