Balaguer y los judíos

Bernardo Vega

Desde el siglo XIX sucesivos gobiernos dominicanos, así como influyentes personalidades, auspiciaron la idea de lograr la inmigración de gente blanca y, sobre todo, de campesinos.

En 1936 Trujillo había escrito al presidente Roosevelt ofreciéndole acoger a varios miles de campesinos puertorriqueños, pero el departamento de Estado se opuso ya que Trujillo había asesinado a dos puertorriqueños en la República Dominicana por lo que no se garantizaba la vida de estos en nuestro país.

En ese año un dominicano de apellido Imbert, asistente de un prominente dentista judío de Nueva York, ante las noticias de violencia contra los judíos en la Alemania de Hitler, sugirió que la República Dominicana bien podría recibirlos. El dentista contactó a Stephen Weise, presidente del congreso judío americano, quien le entregó una carta de presentación dirigida a Trujillo. Viajó a la República Dominicana y retornó con el proyecto aprobado por Trujillo según reportaría el 19 de enero de 1937 “The New York Times”. Se mencionaba un plan de veinticinco años para traer un millón de judíos europeos y se le pedía a Weise que enviase a un grupo de expertos para estudiar las tierras disponibles.

Es dentro de ese contexto que Roberto Despradel, ministro de Trujillo en La Habana, se dirigió a Ernesto Bonetti Burgos, canciller dominicano sobre el tema de estas negociaciones y este le contestó: “Es incierta y errónea la información sobre el proyecto de negociaciones judías la cual ha sido desmentida. Al gobierno dominicano no le interesan los judíos, sino los agricultores, y los judíos no lo son”. El canciller había sido ministro en Berlín y conoció bien allí la vida citadina.

Pero Bonetti Burgos falleció poco después víctima de un cáncer y fue sustituido como subsecretario en funciones por un Joaquín Balaguer de apenas 31 años de edad. Dos semanas después del exterminio de entre 4,000 y 6,000 haitianos ordenado por Trujillo a principios de octubre de 1937, Balaguer opinó sobre el mismo tema de la posible inmigración de judíos: “Aun cuando nuestra Ley de Migración no prohíbe la entrada al país de personas de conversión hebrea o de raza judía, en vista de que la gran mayoría de los judíos que actualmente emigran poseen ideas comunistas, se recomienda a los señores funcionarios del servicio de exteriores de la República evitar por todos los medios a su alcance la entrada a República Dominicana de extranjeros de raza judía o conversión hebrea”.

En una reunión en Evian, Francia, en julio de 1938 que había sugerido Sumner Welles al presidente Roosevelt, los americanos plantearon a 32 países que recibieran judíos, pero solo Trujillo aceptó señalando que acogería la cifra no realista de 100,000. En Estados Unidos la política oficial en ese momento era de no acogerlos, pues republicanos antisemitas acusaban a Roosevelt, un liberal demócrata, de que su programa “New Deal” era en realidad un “Jew Deal”.

En 1940 llegarían unos 500 judíos a una zona totalmente rural y muy aislada, la antigua finca de guineos de la United Fruit Company en Sosúa. Sofisticados y cultos habitantes de las grandes ciudades europeas contrariando a Bonetti Burgos no solo pudieron ajustarse a la sobria vida campesina, sino que ayudaron a los dominicanos en procesos importantes como la industria de los lácteos, las carnes y las conservas.

Más irónico aun es estudiar la opinión de Balaguer sobre el tema de los comunistas, pues los comunistas que sí llegaron huían de la España de Franco e hicieron importantes proselitismos (ver nuestro libro “La emigración española de 1939 y los inicios del marxismo-leninismo en la República Dominicana”), pero igualmente irónico es que después que nuestro país entrara en guerra contra Alemania y los americanos enviaran a agentes del FBI a las capitales latinoamericanas, fue el representante del FBI quien sugirió y logró paralizar las migraciones de judíos bajo el argumento de que entre ellos habían quinta columnistas nazis. Todas estas contradicciones e ironías no me son extrañas al releerlas durante estos primeros meses del gobierno de Trump.

Cuando estaba escribiendo mi libro sobre los sucesos de 1930 entrevisté a Balaguer, quien me suministró importante información sobre su papel en las falsas elecciones de ese año como un joven de 24 años que contaba con el privilegio de ser sobrino de Bienvenida Ricardo, la esposa del dictador. Le cité a Balaguer que, según la prensa de esos días, cuando él discurseaba el pueblo gritaba: “¡Qué gallo que corta!” Sabía que el tema del apellido Ricardo no era muy del agrado del presidente ya que su madre descendía del linaje africano de Ulises Heureaux y por eso le pregunté si no creía que su ascendencia y subsecuente talento provenían del famoso economista David Ricardo, quien descendía de una familia portuguesa judío sefardita. No reaccionó.

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