Barahona, el polvo como castigo
Marino Beriguete
Hay crímenes que no estallan. No hacen ruido. No dejan escombros visibles. Pero matan igual. En Barahona, el crimen se respira. Está en el aire. No es metáfora: es literal.
Desde hace meses, la ciudad vive bajo una nube blanca que no se va. El cielo ya no es azul. Es una mezcla sucia de cal y resignación. Los camiones de la minera Belfond Enterprise bajan de las montañas de Las Filipinas con toneladas de carbonato de calcio, y a su paso dejan un rastro de polvo fino que se cuela en cada rincón. Nadie lo detiene. Y parece que nadie quiere.
El malecón, antes lleno de vida, hoy parece una maqueta abandonada. Los bancos están vacíos. Los árboles tienen un color gris enfermizo. El mar está, pero ya no se siente. El viento, que antes traía sal y brisa, ahora escupe partículas que se pegan en la piel y queman en la garganta. Ya nadie camina por ahí. Caminar es tragar polvo. Y tragar polvo en Barahona se ha convertido en la rutina.
En el barrio La Playa, la gente sobrevive como puede. Se tapan la cara con pañuelos húmedos, sellan las ventanas, limpian sin parar. Pero el polvo siempre vuelve. Se mete en la comida, en las camas, en los cuerpos. “Nos estamos enfermando”, dicen los vecinos. Y no hay exageración. Solo cansancio.
Mientras tanto, los camiones pasan como si no hubiera reglas. Como si la ciudad fuera una servidumbre de paso. Las leyes, si existen, son decorativas. No se aplican. Se borran con cada rodada.
Las autoridades, como en tantas otras cosas, se esconden detrás del silencio. Esperan que pase solo. Pero esto no pasa. Esto empeora.
Y en medio de todo, la comunidad mira el cielo y se pregunta cuánto tiempo más podrá vivir así. Porque esto no es una molestia, ni un efecto secundario del desarrollo. Es un crimen ambiental, cometido a plena luz del día. Lo más grave no es que nadie lo pague. Es que los únicos que lo pagan son los de siempre: la gente que no tiene cómo defenderse.
Y el polvo sigue cayendo. Como si lo hiciera con intención. Como si fuera parte del castigo.
El Caribe