Cambios inexorables en el mundo

Manolo Pichardo

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 Antes de es­tallar la cri­sis sanitaria provocada por la Co­vid-19, el mundo se en­contraba en un estado de recomposición que de a poco iba sepultando el unilateralismo que dejó como herencia el colap­so de la Unión Soviética y con ella la desaparición de las democracias populares europeas. Países emergen­tes comenzaron a entrar en el escenario geopolítico desde el despegue acele­rado de sus economías, la irrupción en los mercados internacionales y el con­secuente peso en el agita­do terreno de una diplo­macia que corría hacia la adaptación de los cambios producidos en la socie­dad global para mantener la gobernanza planetaria en medio de las expectati­vas creadas por la incerti­dumbre de un teatro alte­rado, con nuevos actores imponiendo una dinámi­ca ajena a la habitual, que comenzó a diseñar líneas para desaprender las nor­mas que hace 180 años Occidente sembró en el globo.

La incertidumbre se acentuó al estallar la pan­demia provocada por el co­ronavirus; una crisis de li­derazgo afloró, pues resulta que mientras los ciudada­nos del mundo se enfren­taban –como aún se en­frentan– a esta enfermedad devastadora que va cobran­do millones de vidas, el pri­mer mundo, sobre el cual debió descansar el peso pa­ra liderar la estrategia de combate a esta situación de carácter apocalíptico, actuó hacia adentro, anunciando que se enfocaría en la in­vestigación para producir una vacuna que, sería apli­cada solo a sus ciudadanos hasta lograr la contención del virus, cuestión que no lograron en el tiempo pre­visto. Pero lo grave no fue el fracaso de sus programas sanitarios de combate a la enfermedad, sino el hecho de que la Covid-19 desnu­dó la fragilidad de los siste­mas sanitarios de estos paí­ses poderosos, lo que a su vez colocó en sus escapara­tes las profundas desigual­dades sociales.

La situación particular de Estados Unidos –líder y espejo de Occidente–, dio la oportunidad a los me­dios de comunicación para que se desinhibieran, para que rompieran las amarras y dieran riendas sueltas a los análisis abiertos y críti­cos, para que comenzaran a instalar la narrativa de la realidad fáctica, no la cons­truida en las salas de redac­ción; entonces la fractura social provocada por una brecha alarmante entre ri­cos y pobres dejó de ser ta­bú. Ya no eran quejas ex­clusivas de Michael Moore, de Bernie Sanders, Noam Chomsky, Joseph Stiglitz y otras personalidades del mundo intelectual y aca­démico estadounidense considerados progresistas. ¡No! Bloomberg, CNN, Fox y otras cadenas no pudie­ron abstraerse de lo eviden­te y, como dejándose llevar de forma espontánea de los acontecimientos y la reali­dad, comenzaron a vincu­lar la cuestión local con la internacional: la debilidad interna de los EE.UU. se re­flejaba en su liderazgo glo­bal. Era simple; si no pue­des resolver los problemas de tu propio país, ¿cómo enfrentarás a los ajenos?

Y es, sencillamente así, por ello el plan de refor­mas estructurales presen­tado por el presidente Joe Biden que busca soldar las fracturas internas, por ello la implementación de una política internacional con la que se pretende re­tomar el liderazgo, crean­do nuevas alianzas, co­mo el Aukus para frenar a China en el Pacífico, pero que le generan dificulta­des con tradicionales alia­dos como los europeos. Estas movidas suma­das a la salida de Afga­nistán, el auge chino, la desorientación europea, las reorientaciones de los países africanos y la­tinoamericanos, además de los avances científicos y técnicos de vértigo apli­cados a la vida cotidiana, sacan a la luz cambios inexorables que constru­yen nuevos liderazgos y nuevas formas de vida.

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