Chile, votar por miedo no resuelve nada
Por César Pérez
Los resultados de las pasadas elecciones en Chile, en sentido general, confirman lo que vaticinaban las encuestas y los líderes de opinión: Jeannette Jara, candidata de la izquierda en primer lugar y José A. A Katz, de la ultraderecha, en segundo lugar. El vaticinio para la segunda es que este último será el vencedor. La abrumadora cantidad de votos obtenidos por el populismo ultraderechista y la derecha tradicional así lo indican. El discurso del miedo, más que nada, ha calado en la población y se ha materializado con una impresionante votación favorable a esos sectores y, en gran medida, en uno de los peores resultados para la izquierda en toda su historia. Esto último llama a ese sector a una seria reflexión sobre las causas que han determinado esos resultados. También a sus pares o cercanos más allá de ese país.
La media de homicidio en América Latina por cada 100 000 habitantes es alrededor de un 21%, la de Chile se mantiene en torno al 3%. Sin embargo, algunas mediciones, entre otras la BBC Mundo, registran una percepción de inseguridad en ese país que llega al 63%, igualando y hasta superando prácticamente a países como México y Colombia que en algunas mediciones se sitúan ligeramente por debajo de ese rango, pero que superan con creces a Chile en cuanto a tasas de homicidios (entre el 20/25%). Todos sabemos que no existe una relación necesariamente vinculante entre percepción de criminalidad y realidad. La precepción, en gran medida, se construye con fines diversos/pedrversos. Entre otros, políticos, electorales, desestabilizadores, guerra comercial/ turística, etc., y el principal recurso es el miedo.
Ese fue caballo de batalla de la ultraderecha chilena, en el mismo que esta corriente cabalga de la generalidad de los países. El nuestro incluido. Fue el arma con la que construyó su discurso de campaña. Pero sería un reduccionismo decir que ese fue el único factor determinante de su alta votación, la situación en que discurrió el gobierno del cual fue parte Jeannette Lara y los resultados exhibidos al final de su mandato también fueron factores. Ella pagó el precio de ser la candidata de un gobierno que, independientemente de su real desempeño, tenía una tasa de rechazo cercana al 70%, según diversas mediciones. A veces el rechazo a un gobierno se le endosa a su candidato. Es un peso muerto que quiebra cualquier candidatura.
El otro factor es que, si bien ella era candidata de una alianza de diversas fuerzas de izquierda, algo que enaltece a todas por ser un ejemplo de práctica de pluralismo político, ella es militante del Partido Comunista. Algo que hoy no es poca cosa, por razones subjetivas y objetivas. Esto la situaba en primera vuelta y lo será más aún en la segunda en una situación en que debía responder a preguntas generalmente capciosas y no pocas veces embarazosas a las que las respuestas debían ser calibradas antes de darlas. Sus principales contrincantes iban cómodos, sus discursos eran básicamente simplistas: recurrían al fantasma de la inseguridad y de la migración. Ella tiene que explicar su condición de comunista, al tiempo de defender el gobierno del cual fue Ministra de Trabajo y con alta valoración.
Pero cargó también con la torpe presión de sectores ultraconservadores de su propio partido, defensores de experiencias de gobiernos fuera de Chile que no seducen a nadie, sobre todo a los jóvenes. A los referidos sectores, no pocas veces ha tenido que enmendarles la plana, recordándoles que ella era candidata de una pluralidad de fuerzas políticas, no de una en particular, por más simbólica y legítima que esta pudiera ser. Igualmente, afecta a la Jara, algunos errores de su gobierno, fundamentalmente los cometidos en el discurrir de la discusión de la Constituyente, donde se cometieron infantilismos que a la postre asustaron la población, que la rechazó abrumadoramente en el plebiscito para su aprobación. Sin olvidar que el gobierno no pudo realizar una necesaria reforma fiscal.
El rechazo a la Constituyente marcó un irreparable punto de inflexión para un gobierno que puso en ella la esperanza para la aplicación de su programa. Y es que ninguna Constituyente es una varita mágica, tampoco siempre viable. Ni la revolución bolchevique pudo culminar el proceso constituyente que inició para legitimarse. Todas esas variables se conjugan, constituyendo la base de los vaticinios para la segunda vuelta.
La alta votación del populismo derechista en primera vuelta teniendo el miedo como recurso de campaña es lo mismo que tratará de hacer en la segunda. Pero, el miedo no es un programa político, es una herramienta con la que nada bueno se construye. Mucho menos en Chile, para muchos el país de las instituciones más sólidas del continente
De ganar la ultraderecha en segunda vuelta, como parece, a la población chilena le espera otra decepción. No obstante, su triunfo envalentona el populismo derechista que a nivel mundial no cesa de obtener buenos resultados electorales, pero que, cuando lo es, sus gobiernos tienen fatales consecuencias. La izquierda chilena tiene que reinventarse para, como siempre, jugar su clave papel en la defensa de los derechos fundamentales de su pueblo.
Acento

