Comienza la semana peligrosa
Carmen Imbert Brugal
Hoy comienza la Semana Santa convertida desde hace décadas, en tiempo de asueto. Menos piadosa y más profana, con su saldo fúnebre gracias al desparpajo. Con el sacrificio de miles de voluntarios dispuestos a vigilar y advertir peligros, expuestos al mismo tiempo a la indiferencia de quienes perciben el “na e na” como marca país. Población imperturbable frente a las banderas rojas, a las restricciones establecidas para su protección.
Tan atrevida como altiva, la ignorancia busca y encuentra la muerte, se expone a las mutilaciones como si le complaciera mantener las cifras que nos atribuye el lúgubre privilegio de ser el país con mayor tasa de mortalidad por accidentes de tránsito y protagonizar el ranking de las carreteras más inseguras del planeta.
Ciudadanía ahíta de sustancias controladas y alcohol transita y agrede, desafía y mata para luego relatar las hazañas en el territorio de la impunidad y la complacencia.
Este año el viacrucis comenzó temprano, sin huerto de Getsemaní. Comenzó cuando la alegría se convirtió en horror y entonces el drama, el dolor, el pase macabro desde el gozo a los escombros.
El desplome del techo de la discoteca Jet Set convirtió el emblemático lugar en un infierno. El relato de los sobrevivientes estremece. Familias rotas, orfandad y viudez por doquier, amistades aplastadas, ahogadas en sangre. Gritos de auxilio hasta el estertor inevitable, mensajes de agobio y esperanza.
Sociedad estremecida más allá de los afectos, luto que une, pena que lacera y atormenta.
Las hienas de las cloacas digitales hicieron un pare técnico, no de conmiseración. Intuyeron que no tenían espacio. Su prédica degradante pierde fuelle en situaciones límite cuando el único escándalo posible es el desconsuelo.
Las sórdidas historias durante el rescate, en esas interminables y aciagas horas buscando entre despojos, cuando se cotejan con el trabajo incansable de tantos rescatistas, de esos imprescindibles bomberos, quedan para la infamia, tan a la usanza en estos tiempos recios.
La tragedia expuso nuestra precariedad, la necesidad de recursos, de entrenamiento, atención permanente para el sector Salud, Defensa Civil, COE. La ausencia de vigilancia para advertir y evitar catástrofes que tienen autoría, no son obra de la naturaleza.
La buena intención, ese heroísmo cotidiano que la fanfarronería encubre, intenta compensar nuestras carencias, pero no basta. La actitud reduce el orden público al compadreo, a la propensión de perdonavidas que nos mantiene en el atraso a pesar del deslumbre.
La competencia entre las tragedias criollas es improcedente, si la hubiere, la devastación consecuencia del derrumbe tiene el palmarés. No fue provocada por fuerza mayor ni causa irresistible. Asoma otra vez la frágil institucionalidad, leyes y reglamentos como adorno y aquello de todos No somos iguales ante la ley. Y ahora, a las puertas de la semana peligrosa, hastiados de adioses, abatidos por el llanto y la perplejidad, la única plegaria válida tiene que ser por el cumplimiento de la ley, sin distingo alguno. Es inminente detener el juego perverso que usa la norma como divertimento, como pieza inerte, inservible. La solidaridad, el duelo, no pueden interferir, menos ocultar la responsabilidad.
Hoy