¿Cómo murió Stephora?

Ramieri Delgadillo

Cuando yo tenía la edad de Stephora, las excursiones del colegio eran motivo de alegría: salir temprano, subir al autobús y sentir que el día sería diferente. Para cualquier estudiante, esos pasadías son parte natural de la vida escolar. Por eso duele pensar que, para Stephora Anne-Mircie Joseph, esa ilusión terminó en una tragedia que hoy conmueve y preocupa al país. Su caso abre preguntas serias sobre la supervisión, los protocolos y la responsabilidad de los adultos que debían protegerla. Preguntas que la familia, y una sociedad entera, siguen esperando que se respondan.

El 14 de noviembre de 2025 amaneció como un día especial para Stephora Anne-Mircie Joseph, de once años, estudiante del Instituto Leonardo Da Vinci, en Santiago. Su nombre estaba entre los meritorios y, por eso, fue invitada a un pasadía en Hacienda Los Caballos, una villa con piscina ubicada en Gurabo.

Su madre la despidió confiada, como cualquier madre que entrega un hijo a una actividad escolar. Pero la llamada que recibió horas más tarde cambió su vida para siempre. Le dijeron que la niña “no se sentía bien”, que estaba “vomitando”, sin informarle que su hija ya había fallecido.

Cuando la madre llegó, no le permitieron pasar. No vio a su hija. No recibió explicaciones claras. Solo más tarde le confirmaron la noticia más devastadora imaginable: Stephora estaba muerta.

La primera versión médica

El certificado preliminar señaló:

“asfixia mecánica por ahogamiento e insuficiencia respiratoria”.

Pero esa explicación no resolvía la pregunta esencial: ¿Cómo terminó una niña que no sabía nadar en una piscina sin supervisión adecuada?

La familia sostiene que la muerte de Stephora no fue un accidente inevitable. Alegan: ausencia de salvavidas y falta de personal médico y de supervisión para la cantidad de niños y niñas que participaban; tres profesores para un total de 87 alumnos.

A su madre tampoco se le entregaron las pertenencias; denunció incluso que el colegio evitó darle explicaciones claras.

La semana pasada, durante una visita a la Procuraduría, uno de los abogados de la familia, Shesner Calcaño, explicó que la madre aún no conoce las circunstancias exactas de la muerte.

“No sabe si la niña se atragantó, si se ahogó, si fue empujada o si cayó accidentalmente; simplemente no sabe qué pasó con su hija el 14 de noviembre”, expresó.

Mientras tanto, la familia mantiene el cuerpo de la niña embalsamado en espera de resultados oficiales.

Todo esto, a pesar de que desde 2009 una normativa del Ministerio de Educación prohíbe excursiones escolares a piscinas, ríos o balnearios. Sin embargo, la actividad se llevó a cabo en un lugar con piscina accesible.

Un colegio en silencio

El Instituto Leonardo Da Vinci no ofreció declaraciones inmediatas. Semanas después publicó un comunicado general, sin detalle alguno.

La falta de transparencia avivó la indignación pública.

Tras la presión social, la Procuraduría General de la República amplió el equipo investigador y asignó la unidad especializada en Niños, Niñas y Adolescentes. La fiscalía abrió un proceso penal para determinar responsabilidades. La villa donde ocurrió el hecho fue clausurada.

Aun así, la familia continúa sin recibir el informe forense completo ni el video del incidente.

El acoso que sufrió en vida

El caso tomó un giro más grave aún cuando se supo que Stephora era víctima de acoso escolar por su color de piel, por su ascendencia haitiana y por su desempeño académico.

Su madre había denunciado esas agresiones, pero no hubo respuestas contundentes del colegio.

Desde el 14 de noviembre, Lovelie Joseph Raphael lucha contra un muro institucional. Ha peregrinado entre oficinas, fiscalías y medios para obtener la verdad sobre la muerte de su hija.

“Yo entregué a mi hija viva, y me la devolvieron muerta”, repite una y otra vez.

Si algo ha permitido que el caso avanzara y que el silencio institucional se rompa, es que el caso se mediatizó.

Y dentro de esa exposición pública, merece reconocimiento el trabajo de la periodista Edith Febles, quien con rigor y sensibilidad se hizo eco del dolor de esta familia cuando otras puertas estaban cerradas.

A veces, en un país donde la justicia llega lenta, es la ciudadanía y el periodismo honesto quienes abren el camino para que una madre no tenga que gritar sola.

La historia de Stephora vuelve a reflejar fallas institucionales, negligencia, discriminación y la pregunta más dura de todas: ¿quién protege realmente a los niños y niñas cuando están bajo custodia escolar?

Y es también un recordatorio de que ninguna actividad escolar debería costarle la vida a un niño o niña.

Me despido enviando un abrazo solidario a su madre Lovelie, quien ha perdido a su única hija después varios intentos para concebirla, después de criarla y acompañarla. Sepa que no está sola.

Stephora merecía vivir.

Hoy

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