Cómo nuestra desastrosa cultura de las citas conduce a la soledad, la ira y a Donald Trump
Por Sarah Bernstein
The New York Times
La más reciente obra de Bernstein, ‘Strange Men’, se desarrolla en un taller de citas para hombres heterosexuales y está actualmente en fase de desarrollo con Stroller Scene.
Joe Rogan. Elon Musk. Los representantes de la cultura bro están en alza, trayendo consigo un ejército de hombres jóvenes indiferentes. Pero, ¿de dónde vinieron? Muchos sostienen que toda una generación de hombres está resentida porque se ha quedado rezagada con respecto a las mujeres en materia laboral y académica. Creo que este cambio no habría sido tan desestabilizador si no fuera porque nuestra sociedad todavía tiene un pie en el mundo de Cenicienta.
Cientos de años después de que los hermanos Grimm publicaran su versión de la clásica historia de ascenso social, nuestra narrativa cultural sigue reflejando la idea de que el estatus de una mujer puede elevarse casándose con un hombre más exitoso, y el de un hombre puede disminuir emparejándose con una mujer más exitosa. Ahora que las mujeres están tomando la delantera, el cuento de hadas se ha vuelto cada vez más inalcanzable. Esto está provocando que tanto hombres como mujeres retrocedan a los viejos estereotipos de género y generen una división hostil entre ellos que alimenta la creciente “manosfera”. Con tanta agitación en nuestra vida amorosa colectiva, no es de extrañar que los estadounidenses estén experimentando un aumento de la soledad, un descenso de la natalidad y —como demuestra la popularidad de Donald Trump entre los hombres jóvenes— una cascada de amargura que amenaza con remodelar nuestra democracia.
Cuando pensamos en el príncipe azul, la mayoría de nosotros probablemente nos imaginamos una figura de Disney con charreteras doradas y hermoso cabello. En la versión de los hermanos Grimm de Cenicienta, se le llama simplemente “el príncipe”, y ni su aspecto ni su personalidad reciben siquiera una mención de pasada. De hecho, no sabemos nada de él, salvo lo único que importa: tiene los recursos para darle a Cenicienta una vida mucho mejor que la actual. En la mayor parte de la literatura occidental, esto era sin más un final feliz, ya que la seguridad de la mujer, y a veces su supervivencia, dependían de que se casara con un hombre que pudiera mantenerla materialmente.
Recientemente, la suerte de hombres y mujeres ha evolucionado en direcciones opuestas. La matriculación de mujeres en la universidad eclipsó por primera vez a la de los hombres alrededor de 1980, pero en las últimas dos décadas aproximadamente esta diferencia se ha convertido en un abismo. En 2022, los hombres representaban solo el 42 por ciento de los jóvenes de 18 a 24 años en las universidades de cuatro años, y sus tasas de graduación también eran más bajas que las de las mujeres. Desde 2019, hay más mujeres con estudios universitarios en el mercado laboral que hombres.
Puede que Cenicienta tenga ahora su propio castillo —las mujeres solteras también están superando a los hombres solteros en las tasas de propiedad de viviendas—, pero es poco probable que esté recorriendo el pueblo en busca de algún ama de llaves sexy con una determinada talla de zapato. Un estudio de 2016 publicado en The Journal of Marriage and Family sugiere que incluso cuando la presión económica para casarse es menor, la presión cultural para hacerlo no llega a ninguna parte. Un informe reciente de economistas de la Reserva Federal de San Luis reveló que desde la década de 1960, cuando empezaron a aumentar el nivel educativo y la participación laboral de las mujeres, la preferencia de los estadounidenses por casarse con alguien de igual o mayor nivel educativo y de ingresos ha crecido significativamente.
Nuestros cuentos de hadas modernos —es decir, las comedias románticas— reflejan esta realidad, promoviendo la fantasía de que toda mujer debería tener una carrera satisfactoria y lucrativa… y también un marido a quien le vaya ligeramente mejor que a ella. En 2017, un artículo de Medium analizó 32 comedias románticas de las décadas de 1990 y 2000 y descubrió que, si bien todas estaban protagonizadas por mujeres inteligentes y ambiciosas, solo cuatro presentaban a una mujer con un trabajo de mayor estatus que su interés amoroso masculino.
Puede que los hombres heterosexuales no tomen como referencia las viejas películas de Sandra Bullock, pero sus relaciones preferidas también imitan el ideal de las comedias románticas. Un estudio de 2019 de la economista Joanna Syrda reveló que los maridos eran más felices cuando sus esposas aportaban el 40 por ciento de los ingresos familiares. Cualquier porcentaje por encima de este umbral, sin embargo, aumentaba su ansiedad.
En 2014, estuve una breve temporada trabajando para un coach de citas para hombres, una experiencia que acabaría inspirándome para escribir una obra de teatro. En ese momento, parecía que ciertas normas de género en el romance podrían estar cambiando. Para los clientes que acudían a este coach, una de las principales preocupaciones era cómo actuar como un “hombre de verdad” sin ofender a las mujeres modernas. ¿Deben dar el primer paso? ¿Deben pagar por una cita? Diez años y múltiples movimientos feministas después, los miembros de la Generación Z siguen esperando que los hombres paguen la cuenta.
La norma del hombre proveedor se ha convertido en una especie de ancla cultural que nos mantiene dando vueltas en círculo, volviendo una y otra vez a las dinámicas de género que hemos intentado dejar atrás.
Un ejemplo claro: el creciente éxito de las mujeres, unido a la creencia de que la pareja masculina siempre debe tener más éxito, otorga un tremendo poder al cada vez más reducido grupo de hombres con más éxito. En 2017, investigadores de la Universidad de Utah descubrieron que, en poblaciones con proporciones en desbalance, “el sexo más común debe satisfacer las preferencias del sexo más inusual para conseguir pareja”. Esto podría explicar por qué hoy en día las redes sociales están plagadas de fantasías masculinas, desde tradwives (amas de casa tradicionales) hermosas y sumisas hasta las novatas de hermandad hiperfemeninas de “Bama Rush”. También podría explicar por qué, junto a etiquetas populares como #marryup y #richmen, otro tema de moda entre las mujeres es el celibato.
Y aunque que un pequeño grupo de #richmen (#hombresricos) podría estar cosechando los beneficios, muchos otros se encuentran excluidos. Según Richard Reeves, cuyo libro Of Boys and Men explora las razones de la creciente brecha de género, los hombres heterosexuales que se quedan atrás con respecto a sus compañeras a menudo experimentan un golpe bajo tanto en sus perspectivas románticas como en su sentido de identidad, lo que les lleva a buscar otras maneras de afirmar su hombría.
Y es aquí donde entra la “manosfera”: un espacio ocupado por los conductores de pódcast de los nuevos medios y sus políticos favoritos, quienes ganan ojos, votos y dinero vendiendo una versión retrógrada de la masculinidad como la solución a los males de los hombres. En el último mes de su campaña presidencial, Trump prescindió de los medios tradicionales en favor de un bombardeo mediático de la manosfera, al que muchos atribuyen su ventaja de 14 puntos entre los hombres jóvenes. Aunque las supuestas cazafortunas femeninas son una obsesión de la manosfera, gran parte de su contenido refuerza la norma del hombre proveedor, vinculando el dinero a la hombría y a la preferencia de las mujeres por los proveedores a la biología.
El pesimismo romántico impregna la manosfera, el cual plantea que las citas están condenadas y que las mujeres modernas no son de fiar. Las mujeres modernas se sienten igualmente desalentadas. The Cut publicó un artículo este verano en el que preguntaba a las mujeres heterosexuales: “¿Salir con alguien es una auténtica pesadilla para ti en este momento?”. Recibió tantas respuestas furibundas y afirmativas que el sitio publicó poco después un compendio de los comentarios más representativos y deprimentes.
Todo esto está contribuyendo a una mayor “epidemia de soledad”, por usar las palabras del cirujano general Vivek Murthy, quien cree que este problema está causando estragos tanto en nuestra salud emocional como física. El año pasado, el 41 por ciento de las personas solteras no tenía ningún interés en salir con alguien, según datos del Survey Center on American Life, una estadística alarmante para quienes se preocupan por las tasas de matrimonio y natalidad en Estados Unidos, que ya están en mínimos históricos o cerca de ellos.
La manosfera nos quiere hacer creer que esta situación era inevitable, que las mujeres han castrado a los hombres con su éxito y ahora se quejan de que no hay suficientes hombres de verdad. En realidad, nuestra cultura está rota porque, si bien hemos reconocido la naturaleza limitante de la narrativa de la sirvienta convertida en princesa, no hemos hecho lo mismo con el príncipe. En los últimos 60 años, a medida que las niñas y las mujeres se han ido abriendo camino en las aulas y en las juntas directivas, la sociedad ha ampliado su idea de la feminidad en consecuencia, pero nuestra definición de la masculinidad no ha evolucionado a la par.
Abandonar la norma del hombre proveedor no es una solución instantánea para nuestra cultura, pero no podemos avanzar sin dar ese paso. Al fin y al cabo, “proveedor” no es solo una identidad limitada, sino también relativa. Si no liberamos a los hombres de esa expectativa, cualquier plan para ayudarles a recuperar el terreno perdido tendrá que garantizar también que las mujeres nunca sigan ese ritmo.
Este paradigma de que el progreso de un grupo siempre sucede a costa del perjuicio de otro ha sido una característica del trumpismo, que se basa en mantener los recursos con un tipo adecuado de personas. Pero si estamos dispuestos a rechazar las ideas limitadas de masculinidad de la manosfera, descubriremos que es posible que tanto hombres como mujeres prosperen al mismo tiempo, en el trabajo y en el amor. Este futuro lo podemos crear nosotros. No permitas que nadie te diga que es un cuento de hadas.
The New York Times