Cómo pagó Bosch su notoriedad en los albores del trujillato
Guillermo Piña-Contreras
Cuando Juan Bosch llegó a Tortosa, la ciudad natal de su padre, a finales del verano de 1929 sólo había publicado cuatro cuentos en el Listín Diario: «El prófugo», «La vuelta», «La negación» y «Orgullo», 27 de enero, 31 de mayo, 4 y 11 de agosto de 1929, respectivamente; y un artículo político en El Mundo del 16 de septiembre de ese año.
En Tortosa permaneció poco tiempo. Se trasladó a Barcelona, capital de la comunidad autónoma de Cataluña, para probar suerte. En su equipaje llevaba cuatro cuentos manuscritos que no pudo colocar en los periódicos y revistas de la próspera capital catalana, pero logró ser empleado por una compañía de variedades musicales y unos meses más tarde embarcó para El Caribe como tramoyista de un circo que, como él mismo cuenta, buscaba «el caballo blanco», la gran atracción. Tras una breve estadía en el archipiélago caribeño, el circo fijó su carpa en Caracas en octubre de 1930 a juzgar por la carta que escribiera a Mario Sánchez Guzmán fechada del 5 de noviembre de ese año en la que narra su regreso: «Yo estoy otra vez en América. Estoy pasando hambre. Jamás soñé verme como ahora, sin ropa, con un pantalón y una camisa solo. Paseo descalzo toda mi anatomía por las calles de Caracas. Y sin embargo, yo me doy cuenta de ello. ¿No nacimos acaso para vivir, no importa cómo? Pero óyeme, Mario, tú sólo tú: ¿se puede acaso ser alegre cuando no hemos bebido más que miseria y dolores? ¡Paradoja rara, hermano! Hoy, cuando apenas puedo tenerme en pie (ésta la escribo despaciosamente. Un amigo raro me cedió papel, maquinilla y sellos) es cuando escribo mis mejores cuentos. Estoy enviando hoy uno a Puerto Rico Ilustrado. Es un arreglo de alguno que escribí, hace ya rato, en La Vega. Procura leerlo».
Tampoco tuvo éxito. Puerto Rico Ilustrado vino a publicar sus cuento cuando se exiló en Puerto Rico en 1938; sin embargo, a su regreso a República Dominicana a mediados de 1931, sus cuentos comenzaron a aparecer en Bahoruco, semanario ilustrado llegando a publicar en ese semanario que dirigía Horacio Blanco Fombona unos diez cuentos que le valieron, según sus propias palabras, el título de «El cuentista dominicano», sin contar que en 1932 aparecieron en Social y Carteles y de La Habana, «La mujer» y «Forzados». «La mujer» fue traducida al francés e incluida en la antología Les conteurs hispano-américains, una selección del comparatista Georges Pillement que reforzó su notoriedad literaria en Santo Domingo. Muchos de esos cuentos, escritos y publicados entre 1931 y 1932, Juan Bosch los incluiría en Camino real que saldría a la luz el 24 de noviembre de 1933 en La Vega. Esa fue la gota que faltaba a su notoriedad para llamar la atención del poder político que se propuso atraerlo a sus filas.
Los políticos, tanto los que han optado por el sistema democrático como por el dictatorial, pasan la mayor parte de su tiempo tratando de conquistar, de grado o de fuerza, a los individuos más sobresalientes del momento del mundo comercial, industrial, científico y cultural descuidando a sus propios colaboradores. Trujillo no era una excepción. Juan Bosch, entonces el joven escritor más sobresaliente en esos primeros años de los inicios de la incipiente dictadura dominicana, llamó la atención del dictador y, evidentemente, quiso tenerlo a su lado como hicieron, entre otros, recalcitrantes como Víctor Garrido Puello en 1934 y Manuel Arturo Peña Batlle un poco más allá de 1938.
No hay felicidad completa, dicen. El 4 de diciembre de 1933, menos de 15 días después de la publicación de su opera prima, Bosch fue acusado de pertenecer a un grupo terrorista denominado Vanguardia de la Dignidad Nacional que se proponía asesinar al presidente Rafael Trujillo participando en la fabricación y colocación de varias bombas mortíferas, una de las cuales explosionó en el cementerio de la avenida Independencia de Santo Domingo el 20 de noviembre de 1933 a medianoche.
Durante el interrogatorio, a que fue sometido el 15 de enero de 1934, Bosch manifestó: «Soy miembro del Partido Dominicano y si soy parco al juzgar al gobierno actual, es porque, según todos saben, no actúo en política». Y más adelante completó: «Yo pensaba casarme el 31 de diciembre del pasado año [1933] y fijar mi residencia en España donde debía ir en febrero, a más tardar el día 20 del mes de marzo del año actual, con intención de explotar allá mis condiciones literarias; por lo cual me era absolutamente imposible acariciar proyectos ulteriores, los cuales, además, no se compadecen con mi ideología, perfectamente conocida aquí».
La acusación de terrorista de que fue objeto Juan Bosch era una estrategia para obligarlo a colaborar con la naciente dictadura. Tuvo que hacerlo por más de tres años. En 1935 fue nombrado en la Dirección General de Estadísticas en donde permaneció hasta su salida de República Dominicana en enero de 1938 cuando Trujillo le iba a ofrecer el cargo de diputado. Un exilio que, contrariamente a los objetivos que se había trazado, le conduciría irrevocablemente por los senderos de la política y la incesante lucha contra la dictadura de Trujillo. Ese fue el precio de la notoriedad de Juan Bosch en los albores de la dictadura de Rafael Trujillo.
Los políticos tanto los que ha optado por el sistema democrático como por el dictatorial pasan la mayor parte de su tiempo tratando de conquistar, de grado o de fuerza, a los individuos más sobresalientes del momento: del mundo comercial, industrial, científico y cultural descuidando a sus propios colaboradores. Trujillo no era una excepción. Juan Bosch, entonces el joven escritor más sobresaliente en esos primeros años de los inicios de la incipiente dictadura dominicana, llamó la atención del dictador y, evidentemente, quiso tenerlo a su lado como hicieron, entre otros, recalcitrantes como Víctor Garrido Puello en 1934 y Manuel Arturo Peña Batlle un poco más allá de 1938.
Diario Libre