Crisis ruso occidental: conflagración de suma cero
Manolo Pichardo
No es peregrino para algunos pensar que, las tensiones entre Rusia y Ucrania, magnificadas por la prensa occidental que proclamaba una inminente invasión de Putin al país vecino, más que el miedo de Europa a la expansión de la Federación Rusa hacia el occidente y del Kremlin al cerco de la OTAN, apuntan a una movida de Washington que procura un conflicto bélico lejos de su territorio –como ha sido siempre– para reactivar su economía a través de la industria armamentística –acción recurrente y de resultados “positivos” según afirma Juan Bosch en su libro “El Pentagonismo sustituto del imperialismo”– y, en paralelo, afianzar su hegemonía planetaria reafirmando su liderazgo para recomponer la dispersión de sus fuerzas aliadas; dispersión a la que se llegó debido a los niveles de desconfianza generados por la red de espionajes y los desencuentros provocados o profundizados por la Administración Trump. No solo se trata de maniobras bélicas para superar la crisis económica derivada de la sanitaria, sino la estructural fraguada desde los ochenta y a la que desde hace años se ha querido enfrentar, y que Biden intentó con su plan de estímulo y reformas profundas acompañadas de un paquete tributario progresivo que le pudieran dar un cariz progresista a su administración al diseñar una sociedad estructurada sobre la base de un “crecimiento compartido” o una “economía más humana”, quizás parecida a la que se estructuró después de la Gran Depresión que le dio la solvencia moral y le sirvió de base para construir un liderazgo global indiscutible, el que fue perdiendo al mismo ritmo que se iba diluyendo la cohesión social, o desmontando el llamado “sueño americano”, promovido como modelo, fortaleza y superioridad; y utilizado como propaganda o espejo seductor.
El Departamento de Estado, el Pentágono, el portavoz presidencial y los medios de comunicación comenzaron a avanzar en su agenda: moldear a la opinión pública; así la agencia Bloomberg publicó: “Rusia Invade a Ucrania”, una información falsa que duró colgada en su portal poco más de 30 minutos con la que ¿se pretendía? coronar, a modo de orgasmo, una agitada campaña de informaciones –o de desinformación como la calificó la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova– que fantaseaba con la orgía bélica que podría poner bajo fuego a todas las capitales europeas y a Moscú, pero que como advertencia premonitoria, el canal de noticia ruso RT había colgado el 19 de septiembre de 2019 en su cuenta de Twitter un video animado simulando una guerra entre la OTAN y Rusia en el que se veían cruzar misiles no solo desde Rusia hacia Europa y viceversa, sino que también mostraba detonaciones de misiles -lanzados desde el país euroasiático- en distintas ciudades estadounidenses como si se quisiera señalar que en una próxima conflagración estaría comprometido el territorio de los EE.UU., y que sus civiles, igual que los del teatro central de la guerra, serían sometidos al horror de las bombas, la muerte, el hambre y los desplazamientos; y que sus ciudades también serían destruidas igual que las rusas y europeas. El mensaje parecía claro: la guerra resultaría en suma cero para todos.
El cuadrilátero prebélico con hostilidades en las repúblicas independentistas de Donetsk y Luhansk, en la región de Donbás, el reconocimiento de Moscú a la acción de soberanía de estos nuevos estados, el anuncio de sanciones por parte de Estados Unidos a Rusia y el respaldo de Bruselas, bajo la advertencia de Serbia de que sin el gas ruso se agravaría la crisis energética en Europa, el conflicto continúa su escalada, complejizando los movimientos teatrales para los ajustes en la recomposición global, mientras China observa y mueve con sigilo sus hilos.