Cuando el poder pasa…
El poder tiene sus encantos; pero una vez la temporalidad devela el antifaz de no pocos de los que moran bajo el poder, suelen vivir -sobre todo los expresidentes-, en carne propia, como la soledad llega y la solemnidad de entonces se esfuma y solo quedan dos cosas: la obra de gobierno -buena o mala- y la doblez de la mayoría, pues solo una minúscula respetabilidad cotidiana permanece: la compañera, los hijos, los viejos amigos y el perro fiel; los demás, sencillamente, mudan de piel o cambian de equipo: solo eran fanáticos o hinchas exaltados…
Pocos hombres de estado lo saben, o cuando no, lo descubren en el saludo frío, el alejamiento o el círculo que se acorta. La corte, ahora, mora bajo otros signos y otros dadores…, ya eres un mortal más…, por más oropel protocolar que también puede evaporarse según los ímpetus de los nuevos amos…
Pero eso es poco, lo duro es descubrir cómo las aves carroñas y los pobres de espíritu dejan ver sus fauces o, cómo las culebras, mudan de piel a la vista de todos. Es un ritual que solo el hombre, entre los animales domesticables, lo sabe hacer no per se por instinto, sino para acomodarse y quitarse viejos disfraces….
Lo descubrimos de múltiples maneras, ausencias o indiferencias: el saludo que ya no escuchamos, las -otrora- asiduas visitas, las llamadas equivocadas, o la peor señal: el ataque trapero del que se sació -así sea de una amistad fingida- y juró fidelidad. Ayer era todo color de rosa, hoy de espinas, dardos o bajezas. ¡Qué ruin solemos ser cuando el poder cambia de dueño en su temporalidad!
Tampoco hay partido que se salve. Y no es que nadie quiera cargar con culpas, errores o ventajas ajenas; pero hasta para traicionar hay que guardar la forma. Ya por modales, educación o, la simple cortesía del simulador.
Son muchas las cosas despreciables de este mundo, pero pocas como ser ingrato o no saber que hasta a los peores enemigos se les respeta; y si no es mucho, hasta conceder la duda o la defensa en aras de no renunciar a uno mirarse en otro espejo. En fin, ay de aquel que, en horas oscuras, pide cuchillo u horca para el que la está librando y más cuando, hasta hace poco, había luces y sombras, pero ahora, que llueve sobre mojado, se sabe el valor de haber dicho que no (no importa a quien…).
Agridulce momento saber del que te niega, y si los tiempos cambian, en el acto, te retira el cariño, el afecto y la confianza; y hasta, si la simulación es mucha, te confiesa que siempre estuvo contigo. Sin embargo, ¡oh paradoja!, no nos extrañéis, si el simulador, de vuelta, cambia de piel y lo recobra todo… (será, entonces, el misterio de los idus -del antiguo calendario romano- o, el conjuro de los pactos diabólicos a que hizo referencia Weber).