Cuando la ideología conservadora de una ‘tradwife’ choca con la realidad
Por Michelle Goldberg
The New York Times
Columnista de Opinión
Lauren Southern, una de las influentes de derecha más conocidas durante el primer mandato de Donald Trump, se hizo viral por primera vez con un video de 2015 titulado “Por qué no soy feminista”. Southern, que en ese momento era una bella rubia de 19 años, argumentaba que las mujeres tienen ventajas en muchos ámbitos de la vida, como las disputas por la custodia de los hijos y el escape de las relaciones abusivas. “Las feministas están creando sin querer un mundo de sexismo inverso del que no quiero formar parte”, dijo.
Pero resulta que ser antifeminista no es un escudo contra el poder masculino abusivo. Las nuevas memorias autopublicadas de Southern, This Is Not Real Life, son la historia de una ideología conservadora que choca con la realidad. El libro ha sido noticia por su afirmación de que Andrew Tate, un misógino irredento muy activo en internet acusado de trata de personas, la agredió sexualmente en Rumania en 2018. (Tate lo negó). Sin embargo, el libro es especialmente revelador por su descripción de los dolorosos intentos de Southern de amoldarse al arquetipo de la tradwife (neologismo para esposa tradicional), un esfuerzo que la llevó casi al suicidio. Su historia debería servir de advertencia para las jóvenes que aspiran a la vida doméstica que ella alguna vez evangelizó.
A pesar de la presencia de unas cuantas mujeres de alto perfil en el gobierno de Donald Trump, la derecha está haciendo un esfuerzo cada vez mayor para expulsar a las mujeres de la vida pública. Parte de este esfuerzo proviene de los patriarcas descarados de la cúpula del Partido Republicano; la semana pasada, el secretario de Defensa Pete Hegseth compartió un video en el que dirigentes de su confesión cristiana decían que no se debería permitir que las mujeres voten. (“Todo Cristo para Toda la Vida”, escribió Hegseth).
Pero también hay mujeres influentes que presentan al ama de casa como la máxima expresión de bienestar, una vía de escape del tedio sin alma del mundo laboral. “Menos Prozac, más proteínas”, dijo la presentadora de pódcast Alex Clark a miles de oyentes en una conferencia de mujeres conservadoras celebrada en junio. “Menos agotamiento, más bebés, menos feminismo, más feminidad”. (Clark no está casada ni tiene hijos).
Este tradicionalismo con tintes de Instagram está ganando terreno en un momento en que el mundo laboral se está volviendo aún menos favorable para las mujeres. Como informó The Washington Post el lunes, este año un gran número de madres han abandonado la fuerza laboral. Muchas han sido expulsadas por las órdenes de volver al trabajo presencial y por una reacción contra las políticas de diversidad que ha derivado en entornos de trabajo hostiles. Pero algunas, según el Post, “dicen que están felices de dejar sus empleos, en consonancia con la cultura MAGA y el auge de la ‘esposa tradicional’”.
Southern tenía más motivos que la mayoría para buscar refugio en el culto a la domesticidad. Como relata en sus memorias, su video antifeminista ayudó a impulsarla a la notoriedad internacional; no tardó en comenzar un recorrido alrededor del mundo como símbolo de la reacción irreverente en internet. Repartió volantes que decían “Alá es un Dios gay” en un barrio musulmán de Inglaterra, popularizó la idea de que existe un genocidio blanco en Sudáfrica y entrevistó al filósofo reaccionario Alexander Dugin en un viaje a Moscú aparentemente organizado por intereses rusos misteriosos.
Fue durante esta etapa de su vida cuando dijo que fue agredida por Tate, quien apenas comenzaba a construir su marca mundial. Su ideología hizo que el trauma fuera especialmente difícil de procesar. “No sería muy útil para ‘la causa’ (ni para mi carrera, dicho sea de paso) que me convirtiera exactamente en lo que criticaba”, escribió Southern. “Una víctima”.
Tras su encuentro con Tate, escribió, su vida “se desmoronó”. Ansiaba escapar de su propia infamia y de la necesidad de seguir alimentando la insaciable voracidad del internet con más contenidos escandalosos. Así, cuando conoció a un hombre que quiso sentar cabeza, aprovechó la oportunidad para abandonar su carrera y convertirse en ama de casa y madre. Publicó fotos suyas horneando y “selfis en el espejo mostrando lo rápido que había recuperado la forma y la salud tras el embarazo”.
Pero en realidad, escribió, su vida era “un infierno”. Con su marido, se había mudado de Canadá, donde había crecido, a Australia, donde él había nacido y donde ella vivía en un aislamiento casi total. Su marido la trataba con cada vez más desprecio, y ella respondía intentando ser aún mejor esposa. “Me entregué diez veces más al intento de ser la pareja perfecta: cocinando, limpiando, poniéndome vestidos y tacones para recibirlo en casa”, escribió. No funcionó. Dijo que su esposo la reprendía, llegaba tarde por las noches y la amenazaba constantemente con divorciarse si no lo obedecía.
Al final, escribió, cuando lo desafió viajando a Canadá para visitar a su familia, él dijo que el matrimonio había terminado. Para ese momento, dijo, ella le había entregado gran parte de sus ahorros. Ella y su hijo tuvieron que mudarse con sus padres, y luego a una cabaña pequeña y barata en el bosque. Estaba desamparada, llena de vergüenza y perdida intelectualmente. Como dijo el año pasado a la periodista conservadora Mary Harrington, la primera vez que habló públicamente de su experiencia con la vida tradicional: “Mi cerebro se estaba rompiendo entre dos mundos, porque no podía desprenderme de la ideología”.
El libro de Southern no es un intento de redención liberal. Aunque afirma que ha perdido interés por la política, no renuncia a las desagradables posturas nativistas que la ayudaron a construir su audiencia. No se disculpa, por ejemplo, por haber intentado bloquear el paso a un barco que rescataba inmigrantes que se ahogaban en el Mediterráneo. Pero aunque no es una figura especialmente compasiva, eso podría hacer que su crítica a la cultura tradicional sea más creíble, porque es difícil ver un interés profesional en un libro que probablemente irritará a todos los bandos políticos.
Pareciera que cada pocas décadas Estados Unidos está destinado a sufrir un nuevo episodio de pseudotradicionalismo, en el que se anima a las mujeres a buscar refugio de un mundo brutal en las tareas domésticas. La exaltación del ama de casa en la década de 1950 se produjo después de que las mujeres fueron expulsadas de los empleos que tuvieron en la época de la Segunda Guerra Mundial. Durante la década de 1980, como escribió Susan Faludi en su clásico Reacción, las mujeres fueron bombardeadas por los medios de comunicación con mensajes que les decían que la verdadera libertad estaba en el matrimonio y la maternidad. En 2003, The New York Times Magazine proclamó “La revolución de la exclusión voluntaria” como parte de una ola mediática sobre mujeres de élite que se retiraban de las carreras más ambiciosas.
Estoy segura de que algunas mujeres son felices cuando renuncian a sus ambiciones para cuidar maridos e hijos. Sin embargo, a menudo las mujeres que sucumben al repliegue de género terminan arrepintiéndose. Una década después de “La revolución de la exclusión voluntaria”, un titular de Times Magazine declaraba: “La generación de la exclusión voluntaria quiere volver a ser incluida”.
En su libro de 2007 The Feminine Mistake, Leslie Bennetts escribió: “No podría contar el número de mujeres que he entrevistado que pensaban que podían depender de que un marido las mantuviera, pero que al final se encontraron solas y sin preparación para cuidar de sí mismas. Y de sus hijos”. Parece especialmente peligroso que una mujer ligue su destino a un hombre que forma parte de una subcultura de internet obsesionada con la sumisión femenina.
Desafortunadamente, las mujeres que más necesitan escuchar este mensaje probablemente no harán caso a feministas de mediana edad. Tendrán que esperar a que se refleje en sus propias vidas, o en las vidas editadas que muestran en las pantallas.
The New York Times