Cuba. Polo moral nuestro americano y caribeño.

René González Barrios.

El 23 de noviembre de 2022 se inauguró en el distrito de Sókol, en Moscú, una estatua de bronce del Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz. Al monumento, desde entonces, no le faltan flores, como muestra de respeto y admiración por él, y por Cuba.

El pueblo ruso ama profundamente su historia y cultura, pilares de la sobrevivencia de su nación. La Revolución cubana forma parte entrañable de su propia historia. Para ellos, Cuba sigue siendo La Isla de la Libertad y Fidel, un faro.

En una de las actividades académicas paralelas a la inauguración del impactante monumento, un destacado politólogo ruso, al explicar la necesidad de la multipolaridad en el equilibrio global, expresó que, para el mundo, Cuba era un polo moral.  

Con lujo de detalles y argumentos, refirió el significado de la Revolución Cubana a escala planetaria y la importancia y necesidad de su permanente desarrollo, prosperidad, fortaleza y consolidación. Agregó que en Cuba estaba en juego el futuro de un proyecto humanista, ético y solidario imprescindible, y que se debía apoyar a la Isla en esa responsabilidad.

Esa visión sobre el simbolismo de la Revolución Cubana y Fidel, se vive diariamente en los visitantes cubanos y extranjeros al Centro Fidel Castro Ruz, en La Habana. Los primeros, orgullosos y admirados al reconocerse en la gigantesca obra realizada por el pueblo en medio de las más adversas condiciones y frente a la agresividad del imperio más poderoso que haya conocido la historia. Los segundos, admirados por el desprendimiento, solidaridad, desinterés y capacidad de resistencia de un pueblo heroico.

El ideario humanista y solidario de la Revolución Cubana nace en sus luchas por la independencia, con una visión universal, unitaria y antimperialista.

El 10 de octubre de 1868, en el Manifiesto de independencia, el padre de la patria cubana Carlos Manuel de Céspedes, plasmaba con claridad el alcance de la naciente revolución: “…Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos…”[1]

A la lucha de los cubanos por su independencia se sumaron entonces centenares de combatientes de todo el mundo lo que propició una fusión de ideas, valores y compromisos de dimensión universal.

Terminada la Guerra de los Diez Años (1868-1878), y en el fragor de la Chiquita (1879-1880), brotaron en el Departamento Oriental de Cuba las primeras células de la Liga Antillana, con el propósito de fundar “…la Federación de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo”[2]. El objetivo principal de este proyecto, era consolidar en las Antillas mayores el escudo protector del continente ante los peligros provenientes del norte y de Europa.

Para ello era necesario la independencia de Cuba y Puerto Rico. En todos los proyectos cubanos por su independencia, la causa boricua era asumida como propia. Los puertorriqueños combatieron en los campos de Cuba como si lo hicieran en la suya.

José Martí fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano para organizar la guerra por la independencia de Cuba y auxiliar la de Puerto Rico. El 17 de abril de 1894, por motivo del tercer aniversario de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, explicó en su artículo El alma de la revolución, el deber de Cuba en América:

“Es un mundo lo que estamos equilibrando: no sólo son dos islas las que vamos a liberar.  (…)  Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy por Cuba se levanta para todos los tiempos.”

Un año después, en el Manifiesto de Montecristi, firmado junto al general Máximo Gómez en aquel poblado dominicano, el 25 de marzo de 1895, patentizó:

“…La guerra de independencia de Cuba, nudo de haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo…”[3]

Martí, quien había profetizado que para él “…Patria es Humanidad…”[4], definió el alcance, el deber y el compromiso histórico de Cuba independiente con los pueblos de América. En carta que escribiera el 18 de mayo de 1895 a su amigo mexicano Manuel Mercado, víspera de su caída en combate, considerada su testamento político, predeciría su destino y el de la Revolución Cubana:

“Mi hermano queridísimo: ya puedo escribir: ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber- puesto que lo entiendo y tengo fuerzas con qué realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.”

Ese espíritu de solidaridad, resistencia, antillanismo y antimperialismo, impregnado del pensamiento de Simón Bolívar y de José Martí, fue la guía política de la Revolución emprendida por Fidel y la generación del Centenario del natalicio del Apóstol de la Independencia de Cuba, a decir de Fidel, el autor intelectual de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes.  

Los imperios son orgullosos y no toleran la insubordinación y la rebeldía, mucho menos en su entorno geográfico. Se sienten omnipotentes, responsables y dueños de los destinos del mundo. Con esa psicología se dogmatiza el pensamiento de sus ciudadanos, haciéndoles ver que han llegado a la tierra con la responsabilidad -Destino Manifiesto-, de llevar sus costumbres y cultura a toda la humanidad.

La historia respecto a nuestra isla es conocida. En 1902 nació una república condicionada por la Enmienda Platt y el derecho del vecino del norte de intervenir militarmente en ella, siempre que lo considerara pertinente. Como dijera Earl Smith, penúltimo embajador de Estados Unidos en Cuba en su libro El cuarto piso, “…Hasta Castro, los Estados Unidos eran tan abrumadoramente influyentes en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano”.

La Revolución Cubana, humanista y antimperialista, no tiene fronteras. Su espíritu, desde los primeros días de 1959, es universal. Sus líderes Fidel, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Raúl Castro, entre otros, fueron y son, ante todo, bolivarianos y martianos. El principal protagonista de la epopeya ha sido el pueblo cubano, que tuvo en la educación y la cultura, sus principales armas para conformar una ideología socialista de bases autóctonas. Como dijera Fidel el 9 de abril de 1961 en una comparecencia televisiva, “…Nosotros no le decimos al pueblo: cree. Le decimos: lee.” Solo un pueblo alfabetizado, educado y culto, puede ser verdaderamente independiente y libre, para defender ideas y principios.

Cuba cargó en sus hombros la responsabilidad suprema de la defensa del honor de América. Prácticamente sola, enfrentó durante mucho tiempo al poderoso imperio estadounidense y ante él, defendió su soberanía y la de los pueblos de nuestro continente. La derrota a la invasión mercenaria de Playa Girón, la respuesta de principios y dignidad a la amenaza de guerra nuclear durante la Crisis de Octubre de 1962 y la derrota del apartheid en el sur de Angola, por solo mencionar algunos hitos de entereza y victoria, son imperdonables para el imperialismo yanqui.

El primero de enero de 1959 nació, en las narices del imperio, un modelo de nación totalmente soberana y autóctona, cuyo fundamento primario era el humanismo, la justicia social y la solidaridad. La osadía de desafiar al imperio y materializar los más nobles sueños de generaciones de hijos de una tierra brava, irritó e irrita aún, al imperialismo estadounidense, que, impotente, decidió ahogar en sufrimientos al pueblo cubano, pretendiendo, inútilmente, rendirle por hambre y necesidades mediante un férreo bloqueo que data de 1962.

En las difíciles y complejas condiciones que vive hoy la Revolución Cubana, tiene mucho de que sentirse orgullosa. Una sola mirada a la obra gigantesca en educación, cultura, salud, deporte, a la solidaridad brindada al mundo, compartiendo sin condiciones lo poco que tiene y hasta la vida de sus hijos, la coloca en un lugar especial en la historia de la humanidad.

Ese ejemplo inspirador de altruismo, dignidad y resistencia, lo quiere desaparecer el imperialismo yanqui. Por ello recrudece el genocida bloqueo con sus nefastas consecuencias.

La Revolución Cubana lleva 67 años de gloriosa y creativa lucha. Ninguno de los años ni períodos de la Revolución, ha sido fácil. Fidel enseñó a soñar, a adelantarse en el tiempo, a ser previsores, a no rendirse, a que no hay imposibles, a ser quijotes revolucionarios, a elevarse con la historia como pedestal.

Ese pueblo digno y heroico, representó el mayor contingente internacional, atendiendo a cantidad de habitantes por países, que combatió por la república en la Guerra Civil española. Cubanos combatieron contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y tras el triunfo de la revolución contribuyeron, empujando la historia, a acelerar el proceso de descolonización del continente africano. La epopeya de Angola y la victoria de Cuito Cuanavale, no tiene parangón en la historia. Lo mismo la del ejército de batas blancas que Cuba ha desplegado por el mundo para vencer el dolor, la muerte y sus causas.

En medio de tanta gloria, impactados por una bien diseñada estrategia enemiga de desmontaje de la historia revolucionaria, impotentes ante las nuevas realidades, algunos revolucionarios, agobiados, pierden la fe.

Aún en las complejas y difíciles condiciones económicas que vive hoy el  pueblo de Cuba, Fidel y la Revolución continúan inspirando, en un mundo donde el capitalismo neoliberal, la impronta del mercado, la derechización del pensamiento, la banalización de la cultura, la colonización del imaginario, la intoxicación informativa de los medios de comunicación y las redes sociales, y el renacer del pensamiento fascista, insisten en despolitizar al ser humano y manejar a las multitudes como meros instrumentos de mercado.

En las actuales circunstancias, pensar en Fidel y en la responsabilidad histórica que le cabe a Cuba ante el mundo, ante los miles de personas a las que ha tendido su mano amiga, a los que se inspiran en ella como ejemplo de resistencia, a los que solidariamente luchan en el mundo por su causa, es un imperativo. La Revolución Cubana es una trinchera moral para los pueblos del mundo. En la juventud está el futuro de la consolidación del polo moral que hemos construido, no solo para Cuba. Con Martí, con Bolívar, Con Chávez y Fidel, con el Che y Sandino, con Juárez y Zapata, la América toda debe movilizarse en la lucha junto a Cuba, que es la lucha por la vanguardia de la soberanía e independencia del continente.

En Cuba y su Revolución, se juegan los destinos de la izquierda continental. Imaginen por un segundo este continente sin la Revolución Cubana. Consciente de su responsabilidad histórica, la Revolución Cubana se renueva y multiplica. La tarea que les legaran Martí y Fidel, es inmensa, compleja e inspiradora. Tomemos como bandera la conmemoración el próximo año del natalicio del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y ante los actuales desafíos globales, hagamos de su vida de combatiente incansable y revolucionario ejemplar, un motivo inspirador de lucha, solidaridad y antimperialismo, para una América unida, un mundo de paz, y un futuro de esperanzas.

¡Hasta la Victoria Siempre!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!


[1] Portuondo del Prado, Fernando y Picahrdo Viñals, Hortensia. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1974. T.1, Página111.

[2] De Armas, Ramón. Bohemia. Año 77. No. 46. noviembre 15 de 1985. ·El ideal antillanista de nuestros libertadores. Página 85.

[3] Roig de Leuchsenring, Emilio. El manifiesto de Montecristi, sus raíces, finalidades y proyecciones. Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana, 1957. Página 93.

[4] Martí, José. Obras completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1976. Tomo 5, página 468.

Comentarios
Difundelo