Dejar de andar por las ramas
Marisol Vicens Bello
Los temas en nuestro país muchas veces son colocados en la palestra por intereses políticos o económicos, o porque forman parte de la agenda de organismos internacionales, o peor aun, simplemente porque se ponen de moda y resulta simpático hablar sobre ellos, sin embargo, hay otros que, aunque constituyan un grave problema poco se habla a su respecto.
En nuestro país hay un significativo porcentaje de padres que no cumplen con la manutención de sus hijos, de lo cual ni siquiera existen estadísticas fehacientes, pero es así a juzgar por el alto porcentaje de hogares con madres solteras de alrededor de 35%, más las evidencias de que una gran cantidad de madres no reciben ayuda de los padres de sus hijos, y muchas veces se ven obligadas a emigrar o a tener otras parejas con tal de darles mejores condiciones de vida a sus descendientes.
El hecho de que muchos padres irresponsablemente no paguen la manutención de sus hijos, se nieguen a declararlos o reconocerlos y los dejen a la merced de sus madres, va de la mano con la forma alegre en que se reproducen, pues da igual tener 8 o 10 hijos, si no se mantendrán, o solo se ocuparán de algunos de estos, y no se trata solo de un problema para esas madres y sus hijos, sino para el país, pues el Estado debe cargar en parte con esa obligación a través de subsidios sociales, y porque esa reproducción irresponsable aumenta los niveles de pobreza. Incluso en países desarrollados como Francia y otros de Europa, el Estado costea la pensión de las madres o de los hijos, y luego les cobra a los deudores.
La pregunta obligada es por qué esto sigue siendo una realidad y no hay otra respuesta que decir porque esta irresponsabilidad es altamente tolerada y no tiene consecuencias legales ni sociales, y no porque no existan disposiciones legales que castiguen la falta de manutención de los hijos, aunque la pena actual de 2 años de prisión correccional suspensiva es poco efectiva y disuasiva, sino porque es complejo y costoso, y a veces frustrante, tener que reclamar judicialmente su pago, y muchas madres, principalmente las más vulnerables, ni siquiera lo intentan o tienen temor a hacerlo por las represalias, o desisten en el camino.
En otros países el tema es visualizado y no solo han medido este problema sino intentado atacarlo, como es el caso de Chile donde se creó un registro de deudores de pensiones de alimentos, y más recientemente una Ley de Responsabilidad Parental, que permite analizar los bienes del deudor a través de las entidades financieras o tributarias y ordenar el pago o la retención del dinero, y el de México, país en el que según sus estadísticas 3 de cada 4 hijos de padres separados no reciben pensión alimenticia, en el que el pasado año se aprobó una reforma para la creación de un registro de obligaciones alimentarias, que concentrará datos de los deudores, y les impedirá casarse, salir del país o aspirar a cargos electivos mientras no paguen sus deudas.
Sin embargo, en nuestro país poco se habla respecto de tan patética realidad y nada se hace para enfrentarla, y por el contrario jóvenes políticos, expertos en comunicaciones y otros pensando solo en el entorno en el que se desenvuelven han preferido irse por el lado fácil de intentar emular a sociedades avanzadas en las que la licencia de paternidad tiene un tratamiento similar a la de maternidad, al punto de que como resultado de una acción directa en inconstitucionalidad ya tenemos una sentencia de nuestro Tribunal Constitucional que da un plazo de 2 años al Congreso para modificar lo que prescribe a su respecto el artículo 54 del Código de Trabajo, y no es que no sea pertinente analizar si deben aumentarse los 2 días de licencia remunerada actualmente existentes, pero centrar el debate en este tema y no en el grave problema de la paternidad irresponsable y ausente en nuestra sociedad, es una evidencia más del silencio cómplice respecto de este drama social. Por eso es hora de empezar a apuntar con el dedo a estos incumplidores y de hacerles cargar con las consecuencias. Ojalá nos decidamos a hacerlo y dejemos de andar por las ramas.
El Caribe