Desarrollo a punta de bonos
Juan Ariel Jiménez
Abrir el periódico siempre es un ejercicio interesante, no solo por ayudar al lector a mantenerse informado, sino por las extrañas coincidencias que se dan en las noticias y que a veces son muy sintomáticas de los problemas del país. En ese sentido, hace unos días dos titulares compartieron la misma página. En uno, padres denunciaban que no encontraban cupos para inscribir a sus hijos en las escuelas públicas. En el otro, el Gobierno celebraba con bombos y platillos la entrega de un bono de mil pesos a 1.4 millones de estudiantes. Es como si el gobierno dijera: no hay aulas suficientes, pero tranquilos, aquí está su bono.
A primera vista, parece un gesto solidario. Pero basta examinar un poco los datos para descubrir que hemos sustituido políticas públicas por clientelismo y planificación a largo plazo por improvisación a corto plazo.
Los datos no mienten
Un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicado en mayo de 2025, revela que el 40% de los dominicanos recibe algún tipo de beneficio estatal, principalmente transferencias monetarias. Eso nos coloca entre los países con mayor cobertura de ayudas en toda la región, llegando casi a triplicar el porcentaje de Argentina. ¿Cuál es el problema de esto? Que al mismo tiempo somos el país que menos invierte en infraestructura. Una ecuación perfecta para encarnar lo que el presidente argentino Javier Milei describió como “pan para hoy y hambre para mañana”.
Y como si fuera poco, el diseño del programa es un desastre en términos de focalización. Apenas el 15% de las transferencias llega a los hogares en pobreza extrema, cuando en América Latina el promedio es 31%, dígase más del doble. En contraste, casi el 20% de las transferencias se desvía hacia personas de clase media alta y alta, lo que nos convierte en uno de los países con peor desempeño en focalización, pues una parte importante del dinero le está llegando a quienes no lo necesitan.
Es decir, no solo se reparte mucho, sino que se reparte mal.
Un país de bonos pequeños
Como el dinero no es infinito, la estrategia ha sido “dar poquito a muchos”. El informe del BID también señala que mientras en América Latina el monto promedio de las transferencias es de 62 dólares mensuales (ajustados por paridad de poder de compra), en República Dominicana apenas llega a 31 dólares.
En pocas palabras, la ayuda es tan baja que resulta incapaz de transformar vidas. ¿De verdad alguien cree que una madre soltera con dos o tres hijos saldrá de la pobreza porque en mayo y en diciembre le entreguen 1,500 pesos? ¿Podría una familia salir de la pobreza con 1,800 pesos mensuales? Nadie sale adelante con parches tan pequeños.
En lo relativo a este problema, los datos del propio gobierno son demoledores. Según cifras del extinto Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, en el año 2024 todas las transferencias del Gobierno apenas lograron sacar de la pobreza a 182,901 personas. Esta cantidad de personas contrasta con el hecho de que más de 1.5 millones de dominicanos están inscritos en programas de ayuda.
Aquí es importante hacer una aclaración: las transferencias monetarias no son malas en sí mismas. De hecho, bien diseñadas y focalizadas, pueden ser una de las políticas públicas más efectivas para proteger a los más vulnerables y reducir desigualdades. Pero el truco está en el “bien diseñadas”.
Primero, deben ir a quienes verdaderamente lo necesitan, no a los hogares que ya se encuentran en buena situación económica. Segundo, deben estar acompañadas de políticas que trabajen las causas estructurales de la pobreza, no solo sus síntomas.
Lo que sí funciona
¿Qué pasaría si, en lugar de repartir bonos indiscriminadamente, se invirtiera en las políticas públicas y las obras de infraestructura que crean las condiciones para que las personas puedan salir hacia adelante por ellas mismas, al tiempo que se protege a los más vulnerables?
El caso de la educación resume el desenfoque del gobierno. El Ministerio de Educación va a gastar 1,400 millones de pesos en el famoso “bono a mil” para estudiantes de escuelas públicas, mientras miles de padres no encuentran dónde inscribir a sus hijos por falta de aulas. Ser el Gobierno que más dinero regala a estudiantes y, al mismo tiempo, el que menos invierte en infraestructura educativa, no es precisamente un mérito del cual presumir.
¿De qué sirve dar 1,000 pesos a un estudiante si ese estudiante no tiene un aula decente, un maestro bien formado o un director bien capacitado?
Otro ejemplo lo tenemos en las políticas de apoyo a la mujer dominicana. En lugar de regalar dinero a millones de madre en mayo de cada año, sería mucho mejor construir estancias infantiles para que las madres solteras puedan trabajar tranquilas y, de paso, se impulse el desarrollo temprano de sus hijos. Igualmente, el bienestar de las mujeres puede mejorar en la medida en que se fortalezca la atención primaria en salud y el cuidado pre y post natal, reduciendo así la altísima mortalidad materna que nos tenemos en el país.
Y es que ningún bono sustituye la salud pública de calidad ni la oportunidad de encontrar un empleo sin tener que descuidar a los hijos.
Esa es la diferencia entre las políticas de dependencia y las políticas de desarrollo.
Conclusión: desarrollo o dependencia
Un país no progresa a punta de bonos. Progresa cuando invierte en infraestructura, en servicios públicos de calidad, en políticas que fortalezcan las capacidades de la gente para salir adelante por sí misma, y dedica las ayudas económicas a las familias que realmente lo necesitan.
En República Dominicana, el gobierno está confundiendo desarrollo con dependencia. Y el resultado es un país que gasta miles de millones en subsidios que alivian momentáneamente, pero que descuida la inversión pública y las políticas de desarrollo que permitirían a los dominicanos vivir con dignidad y sin depender de dádivas políticas.
Listín Diario