Don Rafael Herrera y los verdaderos enemigos del poder

Nelson Espinal Báez

«Un político tiene tres grandes enemigos: primero, y los menos peligrosos, sus adversarios políticos; segundo, sus compañeros de partido; y tercero, los más peligrosos de todos, sus familiares y colaboradores más cercanos.» –Rafael Herrera Cabral

La advertencia de Rafael Herrera Cabral, maestro del periodismo dominicano y director histórico del Listín Diario, conserva una vigencia sorprendente. Dicha en otro tiempo, parece escrita para el nuestro.

Tuve el privilegio de conocer a Don Rafael. Fue gran amigo de mi abuelo materno y de mi padre. A la muerte de mi abuelo, fue él quien pronunció su panegírico. Esa memoria personal me marcó: no era solo la solemnidad de sus palabras, era la fuerza ética que las sostenía.

La historia reciente confirma su sentencia con crudeza. Ningún opositor logró tanto daño al expresidente Danilo Medina como el que provocaron su propio hermano, Alexis Medina Sánchez, condenado a siete años de prisión por corrupción y lavado, y su cuñado, Maxi Montilla Sierra, quien pactó devolver más de tres mil millones de pesos al Estado tras admitir responsabilidad penal.

Estos episodios muestran que los verdaderos peligros del poder no están afuera, sino adentro. No es la oposición la que destruye a un líder. Es la incapacidad de poner límites al círculo íntimo que, convencido de tener licencia para todo, termina comprometiendo la credibilidad y la herencia política.

En los años difíciles del gobierno del expresidente Joaquín Balaguer, Don Rafael escribió editoriales con la misma firmeza y ecuanimidad: criticaba lo que entendía debía cuestionar y reconocía lo que consideraba justo. Era capaz de respaldar públicamente aquellas medidas que juzgaba beneficiosas para el país, al mismo tiempo que cuestionaba con severidad los excesos y abusos del poder. Se cuenta que, molesto por una de esas publicaciones, Balaguer lo increpó. La respuesta de Don Rafael, seca y definitiva, se convirtió en otra de sus frases memorables:

«Un director de periódico puede decirle a un presidente cómo dirigir un país. Pero un presidente no puede decirle a un director cómo dirigir un periódico.»

Esa sentencia trazó la frontera de la libertad en su tiempo, y sigue siendo válida en el nuestro: la prensa tiene derecho a cuestionar y orientar, pero el poder no puede pretender someter la voz crítica. La democracia se sostiene precisamente en ese equilibrio.

Hoy, en un escenario donde conviven los medios tradicionales, las redes sociales y los nuevos comunicadores digitales, las lecciones de Rafael Herrera alcanzan a todos por igual: el poder necesita voces críticas que lo cuestionen, lo limiten y lo orienten, sin importar el canal desde el que se expresen.

Pero hay una tercera lección, menos citada y quizás más profunda: la sobriedad y el carácter como fuentes de autoridad. Don Rafael no necesitaba levantar la voz. Los jóvenes periodistas recuerdan que, cuando entraba en la redacción, se imponía un silencio natural. No era miedo, era respeto. Su palabra tenía peso porque su vida tenía coherencia.

Su legado no fue el de un opositor sistemático, sino el de un periodista que supo recordar al poder que la autoridad se construye con límites, con escucha y con carácter.

Hoy, la República Dominicana necesita recordar, entre tantas, estas tres lecciones esenciales que dejó Don Rafael Herrera:

1. El poder se destruye desde adentro cuando los familiares y allegados confunden cercanía con impunidad.

2. El poder pierde legitimidad cuando pretende controlar la crítica en lugar de escucharla.

3. El poder se ejerce con autoridad moral cuando la sobriedad del carácter respalda la fuerza de la palabra.

Estas son solo algunas de las lecciones que Don Rafael dejó como herencia. Otras —su respeto al oficio, su sobriedad como estilo, su comprensión del periodismo como conciencia crítica de la nación y su equilibrio al reconocer tanto los aciertos como los excesos del poder— siguen siendo necesarias y esperan ser redescubiertas por las nuevas generaciones de periodistas y líderes.

En distintas latitudes, la prensa también ha marcado límites al poder: en Estados Unidos, el Watergate con Ben Bradlee y Katherine Graham; en México, la resistencia de Julio Scherer García frente al PRI. En nuestro país, Don Rafael Herrera —y otros periodistas de ayer y de hoy— cumplieron y cumplen esa función con la misma sobriedad y firmeza, dejando múltiples lecciones que hoy siguen siendo necesarias. En todos ellos se repite la misma ecuación: la prensa que critica cuando debe, pero que también acompaña los avances que fortalecen a la nación.

Estas no son lecciones para el recuerdo, sino advertencias para el presente. Recordarlas no es un gesto de nostalgia, sino un ejercicio de responsabilidad democrática.

Diario Libre

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