EE. UU. versus EE. UU.

Nelson Espinal Báez

La economía norteamericana mantiene su gran fortaleza y su poder militar es indiscutiblemente hegemónico en el planeta, pero su sistema político está en crisis y su seguridad interna en alto riesgo

Actualmente los tres conflictos de consecuencias geoestratégicas para el orden mundial son las guerras de Ucrania – Rusia, la de Israel – Hamas y, el más incierto, los EE. UU contra los EE. UU. En ninguno de los tres se visualizan salidas negociadas, entiéndase políticas y diplomáticas para terminarlos o al menos contenerlos.

Detrás de estos conflictos hay una confrontación de cosmovisiones del mundo. Este enfrentamiento va más allá de China, Rusia, Irán versus Occidente. O de Biden versus Trump. Lo decisivo para Fernando Mires «… es tomar partido a favor o en contra de un orden basado en la libertad de opinión, con partidos políticos, congresos y parlamentos, en un gobierno libremente elegido. Democracia o dictadura esa es la definición» (…) «los tres grandes movimientos de la era moderna son: 1. La Ilustración europea. 2. El movimiento obrero y sus conquistas sociales. Y 3. El feminismo y la igualdad de los sexos. Contra el primero va (Vladimir) Putin, contra el segundo Xi Jinping y contra el tercero los Ayatolas. Ese es el nuevo orden mundial».

Tal y como expresan algunos centros de pensamientos, detrás de esta confrontación, además, hay muchas variables y razones, quiero destacar las que considero fundamentales:

– Rusia, con la caída de la Unión Soviética, dejó de ser preponderante como potencia económica, manteniendo un cierto dominio en lo militar. Europa ni EE. UU quisieron o no pudieron integrarla a la esfera de influencia occidental. Se mantuvo la «imagen de enemigo». El G7 no pudo ser el G8. La OTAN se impuso y el Pacto de Varsovia se disolvió.

 – Occidente y China se alían para seguir prosperando, con la esperanza de que los chinos de americanizaran y asumieran los valores democráticos, pero los chinos siguen siendo chinos. Asumieron el capitalismo de estado, pero no la democracia occidental. Su alianza con EE. UU. y Europa fue una estrategia para la acumulación de fuerza, impulsar su expansión económica y forjar una relación comercial profundamente interdependiente.

 – y tercero, la globalización dejó fuera de la prosperidad y del escenario donde se toman las decisiones a muchos hombres y mujeres a lo interno de los EE. UU. El resentimiento de muchos dejados atrás por la transformación económica se fue acumulando. Millones de blancos norteamericanos se sintieron marginados del «american dream». En términos político-electorales, el trumpismo cabalga sobre ese caudal de resentimiento. 

La economía norteamericana mantiene su gran fortaleza y su poder militar es indiscutiblemente hegemónico en el planeta, pero su sistema político está en crisis y su inseguridad interna en alto riesgo. Es la única democracia occidental industrial altamente avanzada que no pudo realizar una transición pacífica de mando, después de unas elecciones democráticas.

Donald Trump no es la causa, es el síntoma de una nación que ha deslegitimado sus instituciones democráticas. De un poder unipolar a partir de 1990, hemos devenido en un mundo multipolar. Trump busca aprovecharse de esa situación y por conveniencia, asume una pose y conducta dictatorial, enfrentando en forma directa la ley y el orden. Por su política de aislacionismo internacional, los enemigos de los EE. UU lo aúpan: porque les conviene una nación dividida, autoritaria, desmoralizada y que le dé la espalda a Europa y a occidente.

Por su parte, la llamada centro izquierda norteamericana, vinculada al Partido Demócrata, se autodestruye y camina hacia lo irrelevante enojando al resto del país, con su adhesión a la cultura de la cancelación, la teoría queer, la retórica revolucionaria y el formalismo inclusivo.  

Los desacuerdos son abismales, ni siquiera se está de acuerdo en lo básico, y por increíble que parezca «no se está de acuerdo con los hechos». La post verdad ha dejado a la gente sin piso en que afincarse y las ideologías se han transformado en religiones de fe, dejando de lado la ciencia para abordar los problemas fundamentales.

La derecha norteamericana debería retomar su identidad con el liberalismo económico, la ley y el orden, las tradiciones morales, la transparencia del capitalismo de mercado y sus «alianzas para el progreso». Y la llamada izquierda norteamericana, debe renovar su compromiso con las libertades, las políticas y derechos sociales, de la mujer y las medidas concretas contra la desigualdad. Ambos frentes deberían explorar puntos de encuentro, el «common ground» bipartidista.

De los tres conflictos señalados al inicio, el más peligroso y estratégico para la paz, la estabilidad en el mundo y la democracia occidental, es el desenlace de la confrontación al interior de los EE. UU. Dependemos de la capacidad de sus instituciones y de la sensatez de su elite dirigente. El bien común se alcanza con el acuerdo, no con voluntarismos ni fanatismos: la democracia de pactos, que reclamaba Adriano Miguel Tejada. 

Diario Libre

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