EEUU comanda las sanciones que matan a millones de personas
Este es un artículo de opinión de Jomo Kwame Sundaram y Anis Chowdhury. Kwame Sundaram fue secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico. Chowdhury ocupó altos cargos en la ONU entre 2008 y 2015 en Nueva York y Bangkok.
Por Jomo Kwame Sundaram y Anis Chowdhury
KUALA LUMPUR / SÍDNEY (IPS) – Las crisis alimentarias, el estancamiento económico y el aumento de los precios se están agravando de forma desigual, casi en todas partes, a raíz de la guerra en Ucrania. Las sanciones contra el país invasor, Rusia, han perjudicado especialmente a quienes dependen de las importaciones de trigo y fertilizantes.
Las sanciones unilaterales son ilegales
Las sanciones unilaterales no aprobadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas son ilegales según el derecho internacional. Además de contravenir la Carta de la ONU, las sanciones unilaterales infligen muchas pérdidas humanas. Innumerables civiles, muchos de ellos alejados de los países objetivo, corren peligro, privándoles de muchas cosas, incluso de la propia vida.
Las sanciones, los embargos y los bloqueos, que se venden como alternativas no violentas a la guerra por medios militares, aíslan y castigan económicamente a los países objetivo, supuestamente para obligarlos a desistir de una posición dañina. Pero la mayoría de las sanciones perjudican a la mayoría inocente de esos países, mucho más que a las élites gobernantes que se busca castigar.
Al igual que el asedio a los asentamientos enemigos, las sanciones son armas de inanición masiva. Son asesinos silenciosos. La gente muere en sus casas, nadie lo cuenta. Los costes humanos son considerables y variados, pero en gran medida se pasan por alto. Saber que son meros daños colaterales no hará que ninguna de las víctimas se sienta atraída por el verdadero objetivo de las sanciones.
Víctimas de las sanciones estadounidenses
Estados Unidos ha impuesto más sanciones, durante más tiempo, que cualquier otra nación. Durante el periodo 1990-2005, Estados Unidos impuso un tercio de los regímenes de sanciones en todo el mundo.
Durante el lapso 2016-2020 se impusieron a más de 1000 entidades o individuos al año, casi 80 % más que en el de 2008-2015. De esa manera, la administración de Donald Trump (2017-2021) elevó la participación de Washington en las sanciones hasta representar casi la mitad de las establecidas a nivel mundial.
Decenas de millones de afganos se enfrentan ahora a la inseguridad alimentaria, incluso a la inanición, ya que Estados Unidos tras abandonar el país en agosto de 2021 se ha apoderado sus reservas del banco central por valor de 9500 millones de dólares.
La orden ejecutiva del presidente Joe Biden del 11 de febrero de 2022 destina la mitad de esta cantidad a las familias de las víctimas del 11 de septiembre, a pesar de que ningún afgano fue declarado responsable de la atrocidad del derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001.
Biden afirma que el resto se destinará a crisis humanitarias, presumiblemente por decisión de la Casa Blanca. Pero guarda silencio sobre las innumerables víctimas de la guerra de dos décadas de Estados Unidos en Afganistán, donde solo los ataques aéreos mataron al menos a 48 308 civiles.
Ahora, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), controlados por Washington, bloquean el acceso a los recursos financieros para el régimen talibán afgano. El desplazamiento masivo de la población y la destrucción física de la larga guerra de Estados Unidos lo han hecho mucho más vulnerable y dependiente de la ayuda exterior.
El embargo comercial de Estados Unidos a Cuba, que dura seis décadas, le ha costado al menos 130 000 millones de dólares. Hasta el día de hoy, provoca escasez de alimentos, medicinas y otros artículos esenciales. Mientras tanto, Washington sigue ignorando el llamamiento de la Asamblea General de la ONU para que levante su bloqueo.
El bloqueo israelí de la densamente poblada Franja de Gaza, respaldado por Estados Unidos, ha provocado pérdidas de al menos 17 000 millones de dólares. Además de negar a la población de Gaza el acceso a muchos suministros importados, incluidos los medicamentos, los bombardeos y la represión hacen miserable la vida de su población asediada.
Mientras tanto, Estados Unidos apoya la guerra de la coalición liderada por Arabia Saudí contra Yemen con su continuo bloqueo contra la nación árabe más pobre. La venta de armas de Estados Unidos a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos, participante en la colación, ha conllevado la peor suerte para los yemeníes sitiados.
El bloqueo de productos esenciales, como alimentos, combustible y suministros médicos, ha intensificado la peor crisis humanitaria del mundo. Mientras tanto, los años de hambruna, que incluyen la muerte por hambre de un niño yemení cada 75 segundos, se han visto agravados por el mayor brote de cólera de la historia.
Las catástrofes humanitarias y la destrucción de vidas y medios de subsistencia se excusan como daños colaterales inevitables. Al reconocer la muerte de cientos de miles de niños iraquíes, debido a las sanciones de Estados Unidos tras la invasión de 1991, un exsecretario de Estado estadounidense consideró que el precio valía la pena.
Los niveles de pobreza en los países sometidos a sanciones estadounidenses son 3,8 puntos porcentuales más altos, por término medio, que en otros países comparables. Estas repercusiones negativas aumentaron con su duración, mientras que las sanciones unilaterales de Estados Unidos destacaron como las más eficaces.
Evidentemente, el gobierno estadounidense no ha dudado en hacer la guerra por otros medios. Sus recientes sanciones amenazan el coste de la vida en todo el mundo, revirtiendo el progreso en todas partes, especialmente para los más vulnerables.
Sin embargo, las sanciones unilaterales dirigidas por Estados Unidos contra Irán, Venezuela, Corea del Norte y otros países no han logrado sus supuestos objetivos, a saber, cambiar los regímenes, o al menos, el comportamiento de los mismos.
¿Cambiar la política de Estados Unidos?
Más allá de que las sanciones unilaterales no son válidas en virtud de la Carta de la ONU, muchos reformistas estadounidenses quieren que Washington predique con el ejemplo, revise las sanciones estadounidenses y garantice que las sanciones sean selectivas, proporcionales, conectadas a objetivos políticos discretos y reversibles.
El año pasado, la propia administración Biden inició una revisión exhaustiva de las políticas de sanciones de Estados Unidos. Ha prometido minimizar sus impactos humanitarios adversos, e incluso considerar la posibilidad de permitir el comercio por motivos humanitarios con las naciones fuertemente sancionadas. Pero el cambio de política real ha sido escaso hasta ahora.
Las sanciones de Washington siguen arruinando la economía de Irán y los medios de vida de millones de personas. A pesar de la pandemia de covid-19, que golpeó al país de forma temprana y dura, las sanciones han continuado, limitando el acceso a los bienes y recursos importados, incluidos los medicamentos.
El embargo estadounidense también ha bloqueado la ayuda humanitaria que se necesita urgentemente para Corea del Norte. Del mismo modo, las acciones de Estados Unidos han bloqueado repetidamente la satisfacción de las necesidades urgentes de los muchos millones de personas vulnerables del país.
Las sanciones de la administración Trump contra Venezuela profundizaron su enorme colapso de ingresos, intensificando sus crisis alimentaria, sanitaria y económica. Las sanciones de Estados Unidos han apuntado a su industria petrolera, que proporciona la mayor parte de sus ingresos por exportación.
Además de impedir que Venezuela acceda a sus fondos en bancos extranjeros e instituciones financieras multilaterales, Estados Unidos también ha bloqueado el acceso a los mercados financieros internacionales. Y en lugar de dirigirse a los integrantes de sus elites por no considerarlos demócratas, las sanciones estadounidenses castigan a toda la nación venezolana.
La Sputnik-V de Rusia fue la primera vacuna contra la covid que se desarrolló y es una de las más utilizadas en el mundo. Mientras tanto, el apartheid de las vacunas de los países ricos y la aplicación estricta de los derechos de propiedad intelectual que aumentan los beneficios de las empresas han limitado el acceso a las vacunas occidentales.
Estados Unidos no ha librado de las sanciones a Sputnik-V, interrumpiendo no solo los envíos desde Rusia, sino también la producción en otros lugares, por ejemplo, en India y Corea del Sur, que planeaban producir 100 millones de dosis mensuales. Negar a Rusia el uso del sistema de pagos internacionales SWIFT dificulta su compra por parte de otros.
Repensar las sanciones
Las sanciones económicas, concebidas originalmente hace un siglo para hacer la guerra por medios no militares, se utilizan cada vez más para obligar a los gobiernos a plegarse. Las sanciones se siguen presentando como un medio no violento para inducir a los Estados delincuentes a comportarse.
Pero esto ignora su cruel paradoja: supuestamente, al evitar la guerra, las sanciones asedian, justamente una antigua técnica de guerra. Sin embargo, a pesar de todos los daños causados, suelen fracasar en la consecución de sus objetivos políticos previstos, como documenta Nicholas Mulder en su obra “The Economic Weapon: The Rise of Sanctions as a Tool of Modern War (El arma económica: el aumento de las sanciones como herramienta de la guerra moderna)”.
Como Cuba, Irán, Afganistán y Venezuela no eran grandes productores o exportadores de alimentos o fertilizantes, sus propias poblaciones son las que más han sufrido las sanciones contra ellos. Pero en el caso de Rusia y su aliado Bielorrusia, o la misma Ucrania, son importantes productores y exportadores.
Por lo tanto, las sanciones contra Rusia y Bielorrusia tienen implicaciones internacionales mucho más amplias, especialmente para el suministro de combustible en Europa. Y lo que es más inquietante, amenazan la seguridad alimentaria no sólo ahora, sino también en el futuro, ya que se cortan los suministros de fertilizantes.
Con un crecimiento tibio desde la crisis financiera mundial de 2008, Occidente bloquea ahora su propia recuperación económica. El apartheid de las vacunas, las interrupciones deliberadas de los suministros y las políticas deflacionistas perturban ahora la integración económica internacional, antes impulsada por Occidente.
A medida que la guerra desplaza cada vez más a la diplomacia internacional, los compromisos con la Carta de la ONU, el multilateralismo, la paz y el desarrollo sostenible son ahogados por sus enemigos, que a menudo invocan una retórica engañosamente similar.