El ascenso del populismo

Margarita Cedeño

El populismo se está propagando a nivel mundial y, en la actualidad, constituye la mayor amenaza a la paz mundial y al bienestar económico y social de la humanidad.   

En su forma más autoritaria, el populismo se erige como el mayor riesgo a la seguridad y a la misma existencia de las democracias como las conocemos.

Además, el populismo cuestiona el libre mercado, la protección de las minorías, las libertades individuales y los mecanismos constitucionales de control de los actos públicos, todo en nombre de una supuesta eficiencia que el tiempo demuestra que no existe.

En la gran mayoría de los países sometidos al populismo, hay actores políticos que cuestionan la macroestructura jurídica y política, alegando que fue creada para perpetuar a un grupo, cuando en realidad lo que quieren es acomodar los controles constitucionales y legales para que respondan a sus intereses populistas.

Esta ola de populismo lleva a que los votantes cuestionen la globalización y abracen el proteccionismo.

Lo curioso es que varios analistas y expertos, como el profesor Dani Rodrik, afirmar que es la misma globalización la que fomenta movimientos populistas, especialmente en las ideologías de derecha.

Rodrik, reconocido economista y profesor de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, advierte sobre el “productivismo” como propuesta alternativa al populismo económico.

El “productivismo” se aleja del estado de bienestar keynesiano y propone un enfoque más apegado en la teoría económica del lado de la oferta o “supply-side”, mientras enfatiza en la productividad y las inversiones por encima del financiamiento y el consumismo propuesto por la globalización.

El “productivismo” también se aleja de las políticas del Estado de bienestar, la redistribución de las riquezas, los programas de transferencias monetarias condicionadas y el manejo de la macroeconomía.

La pregunta que tenemos que hacernos es si el cuestionamiento al modelo económico, como sucede con esta propuesta del “productivismo”, servirán para mejorar el modelo democrático y social o si, por el contrario, serán el verdadero combustible de una ola de populismo político y económico que destruya los cimientos de la sociedad.

El peligro que esto representa es real, porque el populismo, como es definido por Cas Mudde y Rovira Kaltwasser, es una ideología con objetivos heterogéneos donde no hay pluralismo ni diversidad de opiniones.

La visión anti-élite del populismo justifica que todos los controles constitucionales y legales puedan ser ignorados o eliminados, porque son considerados como las “herramientas de las élites corruptas”. Nada más antidemocrático e inmoral.

Las promesas excesivas del populismo no son aconsejables en estos tiempos convulsos, sobre todo por los factores económicos que inciden en la vida de la Nación, el aumento del desempleo, la inflación, las dificultades para acceder al crédito y las medidas postcrisis.

No nos dejemos llevar de cantos de sirena, ni en lo social, ni en lo político, mucho menos en lo económico, porque ponemos en juego la democracia y la sociedad.

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