El Ateneo Dominicano merece renacer
Por Miguel Liberato
El pasado mes de octubre, el país celebró el extraordinario gesto de una institución bancaria que hizo una donación de cien millones de pesos para el remozamiento, equipamiento y preservación del Ateneo Amantes de la Luz de Santiago, lo cual constituyó un acto que honró la memoria cultural del Cibao y reafirmó el compromiso empresarial con la identidad nacional.
Mientras Santiago avanza hacia un renacimiento cultural, en la capital, la ciudad que vio nacer la República y que concentra el mayor peso histórico de la vida intelectual dominicana, el Ateneo Dominicano, fundado en 1871, envejece en silencio.
Sus salones, otrora hogar vibrante de debates, música, pintura y pensamiento crítico, sufren hoy el deterioro propio del olvido institucional. Humedades, filtraciones, mobiliario y equipos obsoletos, infraestructura colapsada y una evidente carencia de recursos narran la historia de una casa cultural que pide auxilio con dignidad.
No se trata de un edificio cualquiera. Se trata de la institución cultural más antigua del país, una entidad civil que ha resistido regímenes, dictaduras, crisis económicas y cambios de época, pero que parece no resistir la indolencia contemporánea.
¿Acaso no es Santo Domingo, capital de la República, depositaria y custodio natural de los símbolos fundacionales de la nación?
¿No debería ser prioridad proteger los templos del pensamiento y la cultura que nos dieron identidad antes de que el polvo y el abandono les impongan silencio?
Una nación sin memoria cultural es una nación en riesgo. Un país que deja caer sus instituciones centenarias renuncia a su propia alma.
Rescatar el Ateneo Dominicano debe ser una tarea conjunta del Gobierno (que está obligado a proteger el patrimonio cultural), del sector privado (que ha demostrado que aún existen empresas que entienden la responsabilidad social como legado, no como marketing) y de la ciudadanía (llamada a defender los espacios donde se piensan y debaten las ideas que construyen el país).
Aún estamos a tiempo de impedir que la casa del pensamiento dominicano se derrumbe mientras miramos hacia otro lado.
La restauración del Ateneo Dominicano no es un gasto, es una inversión en identidad, memoria y civilización.
Que no sea la historia quien nos reclame mañana por haber permitido que una institución que sostuvo la cultura dominicana durante siglo y medio sucumbiera por el abandono de una generación que olvidó su valor.
Porque cuando se salva la cultura, se salva la patria.

