El bravucón del vecindario, el forastero y la nueva geopolítica en el Caribe
Juan Tomás Monegro
Lo que sigue es una lectura alegórica y estratégica sobre los nuevos equilibrios de poder y lo que está pasando ahora en el Caribe.
1. La leyenda y su enseñanza
Cuentan que en el pueblo vivía un peleonero:ágil y hábil,bocón, bravucón, provocador, de baja estatura. Era el Pedro Navaja del vecindario. Le decían “Lengua de mime”, porque su lengua era tan filosa como el puñal que pendía de su cintura. Más que por sabiduría, lo respetaban por el miedo que inspiraba su belicosidad.
Un día llegó un forastero. Alto, de andar pedante y tranquilo, con una mirada serena, imponente sin alarde. Donde el bravucón imponía bulla, él recargaba silencio. Su sola presencia alteró el pulso del vecindario, y el del bravucón también; en cuya lógica, más que una amenaza, lo veía como una oportunidad que le proponía la vida para exhibirse: y comenzó a provocar. El forastero, en principio, no respondió; mantuvo la calma. Pero la paciencia tiene límites, y el bravucón siguió empeñado en cruzar la línea.
Entonces, el forastero reaccionó. No con furia inmediata, sino con calma estoica. Lo agarró por los brazos, lo empujó y lo tumbó con un golpe seco. El bravucón rodó aturdido en el suelo. Intentó incorporarse dos veces, pero el otro lo pateó con firmeza, una vez, dos veces, hasta que lo dejó maltrecho, jadeante, reducido a una humanidad exhausta. El forastero lo alzó por encima de su cabeza con los brazos extendidos, resuelto a estrellarlo contra el suelo y dar por terminado el incidente. Los vecinos —pendencieros y expectantes— contuvieron el aliento; la fuerza, el tamaño y la escena misma sugerían que era el fin.
Pero justo cuando iba a tirarlo, el pequeño, ya dominado y sin tiempo para sentir orgullo herido, hizo un movimiento rápido, casi instintivo. Sacó el puñal que siempre ocultaba, con la agilidad de quien no acepta la derrota ni un segundo antes de caer. Y con voz apenas audible, susurró al oído del otro:
—Bá-ja-me, des-pa-ci-to… ¡y mucho cuidado con dejarme caer!
El forastero, sorprendido, obedeció. Lo bajó con cuidado, lo colocó en el suelo, y por un momento nadie supo qué ocurrió después. Algunos dicen que se marchó en silencio; otros, que se detuvo un instante, respiró hondo y siguió su camino al paso. Como fuere, el pueblo nunca olvidó aquella escena.
Desde entonces, cuentan y recuerdan la historia como advertencia: el poder y el respeto que se funda en el ruido no resiste la calma de quien conoce su fuerza; pero también enseña que la paciencia, si confía demasiado, puede volverse ingenua.
2. De la metáfora al mapa caribeño
La vieja leyenda podría parecer una historia de colmadón o un cuento de camino, pero guarda ecos que resuenan hoy con claridad en el tablero del Caribe. El bravucón ya no es un hombre de pueblo, sino un régimen que lleva par de décadas sosteniéndose sobre la retórica del desafío, la soberanía y la defensa de un tal socialismo del siglo XXI que nadie entiende. Y el forastero no es un viajero anónimo, sino una potencia que regresa con una mirada nueva al vecindario que alguna vez controló a garrotazos.
En esta lectura, el bravucón es el régimen venezolano: atrincherado, altisonante, sostenido por el control político y la narrativa del antiimperialismo. Su fuerza no está en su poder real, sino en la teatralidad del desafío. Cada gesto de resistencia, cada denuncia de complot, le sirve para mantener cohesionada una estructura interna desgastada, pero todavía funcional.
El forastero, en cambio, es Estados Unidos, que observa desde una distancia cada vez menos distante, recalibrando su estrategia. Ya no actúa con las formas directas del pasado —ni con las invasiones que marcaron el siglo XX—, sino con herramientas más sutiles: sanciones, alianzas regionales, diplomacia económica y la reactivación de su presencia militar y logística en el Caribe y el norte de Sudamérica. Su regreso no muestra la arrogancia del viejo “big stick”, sino la precisión de quien ha aprendido que el poder no siempre se impone con la espada, sino con el control del escenario.
3. La trampa del orgullo y la astucia de la calma
El relato advierte sobre una trampa doble. El bravucón, cegado por la necesidad de exhibir fuerza, provoca más allá de su capacidad para sostener el conflicto. Pero el forastero, confiado en su ventaja, puede olvidar que los regímenes acorralados no actúan con racionalidad, sino con instinto de supervivencia.
El régimen de Venezuela encarna esa figura del provocador que, debilitada internamente, multiplica gestos externos para aparentar control. La alianza con Rusia e Irán, el acercamiento a China y la manipulación del discurso antiestadounidense son movimientos de quien sabe que su fuerza depende más del ruido que de la sustancia.
Del otro lado, Estados Unidos asume el papel del forastero que, con paciencia estratégica, mide de nuevo el pulso del vecindario. No busca invadir, sino reconfigurar el equilibrio político y estratégico de la región. En un contexto marcado por la competencia con China y la transición estratégica, el Caribe y la cuenca norte de Sudamérica recuperan relevancia: rutas, recursos y estabilidad son piezas de una misma partida.
4. El nuevo guion regional
Lo que está en marcha no es una simple confrontación ideológica, sino la escritura de un nuevo mapa geopolítico. Washington ha entendido que el vacío que deja se llena pronto —y lo llenan otros—. Por eso su política exterior reciente busca, sin decirlo abiertamente, retomar influencia sobre los espacios perdidos: reactivar el diálogo —o la imposición— con países del Caribe, ofrecer cooperación en seguridad y energía, y al mismo tiempo, presionar, mediante sanciones y aislamiento, al régimen venezolano para provocar su desgaste interno.
En el fondo, se trata de una doctrina renovada: un pragmatismo pos-multilateral que sustituye el viejo afán de “exportar la democracia” por la defensa de los intereses estratégicos. EE.UU. actúa ya no con invasiones, sino con diplomacia de fuerza, negociación asimétrica y acuerdos bilaterales que maximizan su capacidad de coerción y reducen los márgenes de autonomía de sus socios.
El bravucón aún se sostiene, pero su voz ya no intimida como antes. Los vecinos observan, los aliados marcan distancia y el viejo miedo se disuelve. Mientras tanto, el forastero avanza con paso medido, decidido a recuperar la estabilidad del espacio que considera esencial.
5. Epílogo: una lección para los tiempos por venir
La política de “gran garrote”, disfrazada o no, sigue viva en las formas del poder. Pero la vieja parábola deja otra enseñanza: los conflictos más duraderos no se ganan con golpes, sino con cálculo, persistencia y lectura del tiempo.
En el Caribe, el ruido del bravucón resuena cada vez más hueco, soso, vano. El forastero, en cambio, ajusta sus pasos al ritmo del que entiende que el verdadero poder no se exhibe: se ejerce en silencio, con paciencia estratégica. Así actúan hoy las grandes potencias: menos por convicción ideológica que por pragmatismo. Como hace China. Como empieza, otra vez, a hacer Estados Unidos.