El cortaplumas de un héroe del ‘59
Era mi cumpleaños del 2014, y andaba con pocos ánimos de celebrar porque apenas 7 meses antes, había perdido a quien fuera por 44 años, mi compañera de vida. Mario Fernández Saviñón, entrañable y añejo amigo, vino a felicitarme con su colorida carga de anécdotas a flor de piel, trayéndome un curioso y a la vez valioso regalo: un cortaplumas viejo con cacha de pata de venado. Muy bien conservado y finamente empacado en una caja blanca, contrastaba hermosamente con los colores propios de su contenido. Se me dispara la curiosidad y ante ella, Mario explica: esa cuchilla había pertenecido a uno de los “barbuses” que había venido en la gesta del 14 de junio del ’59, llamada “invasión” por conveniencia de la dictadura. Un “guardia”, de puesto en la fortaleza de Constanza, actor directo de los enfrentamientos y persecutor de los guerrilleros llegados por avión desde Cuba, la había tomado del bolsillo de uno de ellos. Sin que sepamos rango, pero sí que era un soldado de línea, le entregó la navaja, a título de regalo o de venta, al abuelo de Mario, don Pedro Saviñón, entonces propietario de la ferretería El Candado, primer negocio ferretero en el valle de Constanza, ubicado en la entonces calle Presidente Trujillo y adonde está hoy, el centro ferretero Pedro Reyes. Posteriormente me reuní con Delio Gómez Ochoa, el valeroso comandante cubano que dirigió operaciones del grupo guerrillero contra el régimen de Trujillo, con ánimos de establecer un foco en las montañas de la cordillera Central, y le mostré el regalo que me había hecho Mario. La miró detenidamente. Sus azules y transparentes ojos, se llenaban de lágrimas, cuestionándome cómo había llegado esta “joya” a mis manos. La identificó como su propio cortaplumas, desaparecida cuando fue hecho prisionero, acosado, hambriento y agotado huyendo de las huestes que le seguían en el monte, con la guerrilla diezmada y en desbandada. Me refirió que él había adquirido 12 de esas navajas en Miami, para repartirlas a los más cercanos en la aventura guerrillera que emprendería en un futuro muy cercano y conservó para sí mismo, esa que tenía características distintas, identificables solo por el poseedor. ¿Qué piensas hacer con esto?, preguntó Delio y con un abrazo le respondí: “devolverla a su verdadero dueño”. Cerca de 53 años había permanecido aquella cuchilla en manos de terceros, entre quienes el azar de la vida creó particulares vínculos, para cerrar ese misterioso y complejo círculo de “coincidencias” para que Delio recibiera de mis manos, lo que Don Pedro y su nieto conservaron para él, sin siquiera haber cruzado nunca, una mirada. Solo faltaba por recuperar la pistola que había traído el héroe cubano cuando montó sobre el mayor riesgo que jamás haya corrido y a quien le fue preservada la vida, junto a Pablito Mirabal, por razones de estrategia internacional para provecho del régimen y no en gesto humanitario de Trujillo. l
César Nicolás Penson Paulus
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Era mi cumpleaños del 2014, y andaba con pocos ánimos de celebrar porque apenas 7 meses antes, había perdido a quien fuera por 44 años, mi compañera de vida. Mario Fernández Saviñón, entrañable y añejo amigo, vino a felicitarme con su colorida carga de anécdotas a flor de piel, trayéndome un curioso y a la vez valioso regalo: un cortaplumas viejo con cacha de pata de venado. Muy bien conservado y finamente empacado en una caja blanca, contrastaba hermosamente con los colores propios de su contenido. Se me dispara la curiosidad y ante ella, Mario explica: esa cuchilla había pertenecido a uno de los “barbuses” que había venido en la gesta del 14 de junio del ’59, llamada “invasión” por conveniencia de la dictadura. Un “guardia”, de puesto en la fortaleza de Constanza, actor directo de los enfrentamientos y persecutor de los guerrilleros llegados por avión desde Cuba, la había tomado del bolsillo de uno de ellos. Sin que sepamos rango, pero sí que era un soldado de línea, le entregó la navaja, a título de regalo o de venta, al abuelo de Mario, don Pedro Saviñón, entonces propietario de la ferretería El Candado, primer negocio ferretero en el valle de Constanza, ubicado en la entonces calle Presidente Trujillo y adonde está hoy, el centro ferretero Pedro Reyes. Posteriormente me reuní con Delio Gómez Ochoa, el valeroso comandante cubano que dirigió operaciones del grupo guerrillero contra el régimen de Trujillo, con ánimos de establecer un foco en las montañas de la cordillera Central, y le mostré el regalo que me había hecho Mario. La miró detenidamente. Sus azules y transparentes ojos, se llenaban de lágrimas, cuestionándome cómo había llegado esta “joya” a mis manos. La identificó como su propio cortaplumas, desaparecida cuando fue hecho prisionero, acosado, hambriento y agotado huyendo de las huestes que le seguían en el monte, con la guerrilla diezmada y en desbandada. Me refirió que él había adquirido 12 de esas navajas en Miami, para repartirlas a los más cercanos en la aventura guerrillera que emprendería en un futuro muy cercano y conservó para sí mismo, esa que tenía características distintas, identificables solo por el poseedor. ¿Qué piensas hacer con esto?, preguntó Delio y con un abrazo le respondí: “devolverla a su verdadero dueño”. Cerca de 53 años había permanecido aquella cuchilla en manos de terceros, entre quienes el azar de la vida creó particulares vínculos, para cerrar ese misterioso y complejo círculo de “coincidencias” para que Delio recibiera de mis manos, lo que Don Pedro y su nieto conservaron para él, sin siquiera haber cruzado nunca, una mirada. Solo faltaba por recuperar la pistola que había traído el héroe cubano cuando montó sobre el mayor riesgo que jamás haya corrido y a quien le fue preservada la vida, junto a Pablito Mirabal, por razones de estrategia internacional para provecho del régimen y no en gesto humanitario de Trujillo.
Publicado en El Caribe