“El crecimiento económico que se asienta en una desigualdad profunda tiene pies de barro”
El título que encabeza este artículo fue una de las frases que pronunció Gabriel Boric, presidente electo de Chile, en el mensaje que pronunció a su pueblo en la noche que se conocieron los resultados de las elecciones, y en esta oración se encuentra la clave que explica las causas de su triunfo abrumador, por más de diez puntos sobre su rival el ultraconservador José Antonio Kast.
En efecto, Boric llegará al poder el próximo 11 de marzo aupado por la juventud que con su presencia masiva en las urnas votó mayoritariamente por él atraída por su propuesta de cambiar de cuajo el modelo económico neoliberal que impuso a sangre y fuego el dictador Augusto Pinochet. Aunque los gobiernos que le sucedieron en la democracia revirtieron o corrigieron algunas de sus medidas más extremas, las extensas protestas juveniles de los años 2011 y 2019 revelaron que las nuevas generaciones no se encontraban satisfechas con la realidad económica y social del país. Chile crecía, se desarrollaba, se llegaba a sostener que pronto dejaría de ser un país del tercer mundo, pero las desigualdades sociales persistían, y al decir de las Naciones Unidas descendían y se ampliaban en lo referente a la distribución del ingreso, del acceso a la salud, a la educación y a una jubilación digna.
Son estos temas los que serán los ejes centrales de la nueva administración, apoyadas por las fuerzas del Frente Amplio, el Partido Comunista y sectores importantes de la hoy desaparecida Concertación. Para poder financiar su programa de gobierno el joven presidente se propone incrementar la presión impositiva en cinco puntos, que en la actualidad es el 20 por ciento del PIB mediante el incremento de las regalías que hoy pagan las empresas mineras; la reformulación del impuesto a la renta, que las grandes fortunas empresariales diluyen porque en el modelo actual no se distingue entre utilidades corporativas y ganancias personales; nuevos impuestos a los superricos y a las herencias; y supresión de exenciones y subsidios.
En materia previsional, o sea, en lo que respecta a las pensiones, el presidente electo espera que en la nueva Constitución que hoy se discute en Chile se establezca la seguridad social como un derecho fundamental , se transforme el sistema vigente de capitalización individual para constituir uno mixto con dos pilares, uno colectivo y otro de cuentas individuales, asegurar al trabajador una pensión igual al 70 por ciento del salario mínimo, sin que esta garantía dependa de un aporte previo y reducir las ganancia excesivas de las AFP.
El nuevo presidente pretende reducir la jornada laboral, estimular la generación de empleos, con prioridad hacia la mujer, impulsar la economía amistosa con el medio ambiente, instalar una empresa estatal para la exportación del litio y terminar con las administradoras de riesgos de salud (llamadas en Chile, Isapres) para construir un sistema público y universal de salud, sin discriminación entre ricos y pobres.
Naturalmente, la tarea que la espera al joven presidente será ardua y compleja, pues las medidas anunciadas enfrentan la hegemonía del mercado y tocan intereses de grupos poderosos, como lo es el impuesto a la riqueza y las regalías mineras. La muestra de esta oposición fue la bienvenida con que recibió su victoria el capital: el peso chileno se devaluó y la bolsa abrió en baja al día siguiente de la votación. Por lo demás, Boric necesitará de acuerdos políticos en el Congreso, en donde tiene una mayoría relativa en la Cámara de Diputados y un empate en el Senado, lo que columbra una fuerte lucha política con el bloque ultraconservador contrario a cualquier cambio. No obstante, la alta votación de Boric muestra un amplio respaldo ciudadano a su proyecto transformador.
La llegada de Gabriel Boric al poder abre caminos de esperanza en América Latina, pero al mismo tiempo es una advertencia para sus clases dominantes y gobernantes. Con su votación, los jóvenes chilenos les dicen que una democracia es crecimiento y desarrollo económico, pero sustentada en una sociedad más inclusiva y menos desigual. Si este mensaje no llega a los oídos de los sectores de poder y a la dirigencia política del país, muy pronto presenciaremos la irrupción en el escenario nacional de movimientos reivindicativos que exigirán una mejor distribución de la riqueza, y que en nombre de la democracia y la justicia social reclamarán el voto de sus conciudadanos.
Con excepción del pasado año, por efectos de la pandemia, nuestro país ha tenido un crecimiento económico impresionante desde el año 2004, su institucionalidad se ha consolidado, sus reformas legales han mejorado sustancialmente la administración pública, y solo un fanático puede negar su modernización, pero necesita una segunda ola de transformaciones orientadas hacia la igualdad, la inclusión y la justicia social, y ese es la tarea que le aguarda al liderazgo visionario y experimentado.