El exilio de González Urrutia: Un error que debilita la oposición venezolana
Por Manuel Jiménez V
La partida de Edmundo González Urrutía a España ha generado sorpresa y desilusión entre los venezolanos que alguna vez lo vieron como una esperanza de cambio.
Su huida no solo debilita a la oposición, sino que también reafirma su falta de temple y experiencia en la lucha política, un aspecto que quedó en evidencia al firmar una carta bajo coacción reconociendo la resolución del Consejo Nacional Electoral (CNE), que proclamó como ganador de las elecciones del 28 de julio a Nicolás Maduro.
Aunque González Urrutía denunció que fue presionado para firmar, su decisión de ceder a las exigencias del régimen, a cambio de que se le permitiera salir del país, lo expone como una figura que no estuvo a la altura de las circunstancias.
Desde una perspectiva personal, se podría argumentar que su decisión es comprensible dado su avanzada edad (75 años) y su falta de tradición en la lucha política activa.
Su carrera se forjó en el ámbito diplomático, y no en la confrontación directa que exige la lucha contra un régimen como el de Maduro. Sin embargo, esa misma falta de experiencia es lo que lo colocó en una posición vulnerable.
En lugar de resistirse a las presiones del régimen, González Urrutía optó por la salida más cómoda: el exilio. Aunque evitó la cárcel, su huida simboliza una derrota para la oposición y un triunfo estratégico para el chavismo.
El hecho de que haya firmado una carta reconociendo la victoria de Maduro, incluso bajo coacción, es particularmente grave. En un momento en que la comunidad internacional sigue cuestionando la legitimidad de esas elecciones, González Urrutía cedió a las presiones del régimen, validando de forma indirecta la narrativa chavista.
Aun sabiendo que enfrentaba prisión o exilio, debió haber mostrado mayor determinación y resistido estas presiones, pues su acción no solo mancha su propia imagen, sino que también mina la credibilidad de la oposición que representa.
El chavismo no tardó en capitalizar este hecho. Para el régimen, la partida de un líder opositor, acompañado del reconocimiento de su derrota, se traduce en un mensaje claro de poder: la disidencia puede ser neutralizada, ya sea a través de la coacción, el exilio o la cárcel.
Este tipo de maniobras no es nuevo para Maduro, quien ha perfeccionado su táctica de represión mediante la persecución selectiva de figuras clave de la oposición. En lugar de enfrentarse a la cárcel, muchos líderes han optado por el exilio, una salida que, aunque comprensible a nivel personal, deja un vacío en la resistencia interna.
En cuanto a la comunidad internacional, la respuesta ha sido tibia. A pesar de las sanciones y declaraciones diplomáticas emitidas en contra del régimen, estas medidas han sido insuficientes para frenar el avance autoritario en Venezuela.
Países como Estados Unidos han sancionado a altos funcionarios del gobierno de Maduro, pero estas acciones no han tenido el impacto deseado.
Maduro ha respondido endureciendo su represión interna y utilizando la detención de ciudadanos extranjeros como ficha de negociación, una táctica destinada a neutralizar cualquier intento de intervención externa.
La falta de una respuesta contundente por parte de la comunidad internacional le ha permitido a Maduro seguir consolidando su poder sin mayores repercusiones.
En medio de este panorama desolador, una figura clave permanece en pie: María Corina Machado. Su temple y determinación han sido inquebrantables, y ha demostrado ser capaz de movilizar a la población venezolana a través de protestas masivas.
Sin embargo, hasta ahora, esas movilizaciones no han logrado el cambio político que muchos anhelan. Si bien su liderazgo es crucial, es evidente que la oposición necesita más que una figura fuerte para enfrentarse al régimen de Maduro. Se requiere una estrategia coordinada que incluya tanto la movilización interna como la presión internacional.