El exilio de González Urrutia: Un golpe a la esperanza venezolana
Por Manuel Jiménez V
La noticia del domingo sobre el asilo de Edmundo González Urrutía en la embajada de España, en Caracas, y su posterior viaje a Madrid, ha impactado profundamente a millones de venezolanos que depositaron en él la esperanza de un cambio tras las elecciones de julio.
Su repentina partida, especialmente después de haber asegurado que no buscaría refugio en el extranjero, ha generado una mezcla de sorpresa, decepción y resignación en la población.
Desde una perspectiva personal, la decisión de González Urrutía es comprensible. La fiscalía controlada por el régimen de Nicolás Maduro había comenzado una persecución política en su contra, lo que claramente lo puso en una posición vulnerable.
Su única alternativa real era el exilio, una medida que, aunque le permite mantenerse a salvo, resulta desafortunada para el panorama político de la oposición venezolana.
El hecho de que González Urrutía se haya visto forzado a abandonar el país juega directamente a favor de Maduro. El régimen, que ya enfrentaba el escepticismo de la comunidad internacional por su autoproclamada victoria electoral, ahora puede respirar con más tranquilidad al haber debilitado a la oposición.
Este patrón de persecución y represión que ha utilizado Maduro con éxito una y otra vez, vuelve a demostrar la incapacidad de la oposición para resistir la embestida de un régimen que no tolera la disidencia y responde con prácticas abiertamente dictatoriales.
La encrucijada de González Urrutía era clara: enfrentarse a la cárcel o huir al exilio. Optar por la segunda opción le permitió evitar el destino de otros líderes opositores que han terminado tras las rejas o en el olvido.
Pero su partida dejó un vacío enorme en la oposición, y aunque pudo eludir la prisión, su exilio debilita cualquier esperanza de una respuesta decisiva por parte de la comunidad internacional.
De haber sido encarcelado, es probable que se hubiese intensificado la presión internacional sobre el régimen de Maduro, ya de por sí tambaleante ante la mirada crítica de la comunidad global.
Maduro no tardó en declarar la salida de González Urrutía como un triunfo. Para el régimen, el exilio de un líder opositor es una victoria estratégica, ya que elimina una amenaza directa y simultáneamente debilita el movimiento disidente.
Mientras la comunidad internacional sigue exigiendo pruebas de la legitimidad del triunfo electoral del chavismo, el gobierno responde con represión. El saldo es devastador: muertos, detenidos y un país sumido en la desesperanza.
Este exilio recuerda lo ocurrido con Juan Guaidó, quien también se vio obligado a abandonar Venezuela tras enfrentar la persecución del régimen. Es una estrategia que Maduro maneja a la perfección: forzar a los líderes opositores al exilio para descabezar cualquier movimiento que pueda amenazar su poder.
Con González Urrutía fuera del panorama, la oposición venezolana se queda con una figura central: María Corina Machado. Su temple y valor han sido incuestionables, y ha demostrado ser capaz de movilizar al pueblo venezolano a través de protestas masivas, que hasta ahora han sido la única respuesta eficaz frente al régimen.
Pero Machado también está bajo la lupa de la dictadura, con órdenes de arresto que cuelgan sobre su cabeza. La presión sobre ella crece, y su futuro es incierto.
Ahora, la comunidad internacional se enfrenta a un dilema. Estados Unidos, junto con Brasil, México y Colombia, tendrán que decidir cómo reaccionar ante este nuevo capítulo de represión.
Las sanciones y las declaraciones ya no son suficientes. Es momento de tomar acciones concretas que aislen al régimen de Maduro y demuestren un compromiso firme con el pueblo venezolano.
El futuro de Venezuela está en juego, y si la comunidad internacional no respalda su retórica con medidas contundentes, Maduro continuará al frente de un poder usurpado. La crisis que ha devastado al país durante 25 años seguirá agravándose.
Con más de 7 millones de venezolanos ya exiliados y un pueblo sometido a una crisis económica, política y social sin precedentes, la situación no puede prolongarse mucho más sin consecuencias aún más catastróficas.
La salida de González Urrutía es un reflejo doloroso de la realidad venezolana: una oposición desmoronada y un régimen que, con cada victoria estratégica, asegura su permanencia en el poder.
El cambio solo será posible si la comunidad internacional actúa y la oposición logra reorganizarse para resistir. De lo contrario, el futuro de Venezuela seguirá siendo incierto, y millones de venezolanos continuarán despertando cada día con la frustración de ver su país sumido en la desesperanza.