El fin del «fin de la historia»
Flavio Darío Espinal
Poco tiempo después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del sistema soviético, Francis Fukuyama, profesor e investigador de la Universidad de Standford, publicó un ensayo en 1989 con el sugerente título ¿El fin de la historia?, el cual convirtió en libro en 1992 con el título El fin de la historia y el último hombre. En su momento, estos trabajos, traducidos a no menos de veinte idiomas, causaron un gran impacto en los debates que tuvieron lugar en el contexto del fin del régimen comunista en la Unión Soviética, el cual estaba encabezado en ese momento por Mijaíl Gorbachov, quien desde mediados de la década de los ochenta había emprendido una reforma política y económica conocida como la perestroika (palabra rusa que significa reestructuración).
El argumento central de Fukuyama consistió en que la democracia liberal había triunfado sobre el comunismo y el fascismo, por lo que la primera no tenía ya un rival político e ideológico de importancia. Las instituciones democrático-liberales (elecciones libres, separación y equilibrio de poderes, derechos y libertades individuales) y el libre mercado (propiedad privada, libre empresa, competencia) habían mostrado ser superiores a los otros sistemas políticos y económicos, por lo que, en consecuencia, representaban una especie de estadio superior en la evolución política e ideológica de la humanidad. Desde luego, Fukuyama no negaba que siguieran existiendo rivalidades, conflictos y crisis en diferentes partes del mundo, pero él entendía que, como sistema político-económico, no habría un competidor que pudiese superar la democracia liberal y la economía de mercado. De ahí que este autor habló, metafóricamente, del «fin de la historia».
Curiosamente, Fukuyama utilizó, tal vez de manera inconsciente, la matriz marxista de análisis de la historia. Según Marx, la evolución histórica obedece a una ley inexorable que consiste en una sucesión ascendente de modos de producción desde el comunismo primitivo, pasando por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo, hasta llegar al socialismo y el comunismo, siendo este último el punto culminante de la evolución humana. Como se ve, en este esquema de pensamiento también había una especie de «fin de la historia», ya que el comunismo superaría a los demás modos de producción y a cualquier otra forma de organización política y social.
Fukuyama probablemente no esté de acuerdo con esta comparación, pero el hecho es que ambos esquemas de pensamiento tienen como falsa premisa que es humanamente posible llegar a una forma de organización política, económica y social que represente el punto culminante o superior de la evolución humana sin que exista, por tanto, un modelo que sea digno de considerarse competidor. Contrario a esta pretensión, la historia ha mostrado que, si bien ha habido una evolución que va creando nuevas formas de producción -piénsese en la revolución industrial o la revolución tecnológica de estos tiempos, por ejemplo-, siempre hay avances y retrocesos, disputas por lograr la hegemonía de unos enfoques sobre otros, así como desarrollos inesperados propios del carácter contingente e imprevisible de la existencia humana.
«Ahora hay un nuevo modelo alternativo a la democracia liberal que no es otro que la democracia iliberal que se expande y gana cada vez más terreno, incluso en sociedades donde la democracia liberal ha contado, a través del tiempo, con un amplio apoyo social, así como con instituciones que se habían sedimentado y funcionado con un alto grado de efectividad. «“
De hecho, la teoría del fin de la historia de Fukuyama fue sometida a severas críticas no mucho tiempo después que él la formulara, especialmente luego de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, los cuales pusieron de manifiesto la emergencia de nuevos actores en el escenario internacional que disputaban la hegemonía occidental con su sistema político y económico que este autor situaba como el modelo indisputable de organización política y social. Además, muchos países con sistemas de partido único de tipo comunista -China, Vietnam y Camboya, por ejemplo- evolucionaron hacia modelos mixtos de control político absoluto con economías más o menos abiertas a la inversión privada, lo que les ha dado una capacidad para sobrevivir y adaptarse que no se vislumbraba cuando se produjo el derrumbe del sistema soviético.
Lo que no previó Fukuyama fue que el modelo liberal-democrático y de economía de mercado que para él representaba el logro máximo en la evolución humana sería cuestionado desde dentro del propio sistema. Esto es, él no llegó a visualizar que como alternativa a la democracia liberal surgiría eventualmente una democracia iliberal, la cual se sustenta ciertamente en el voto popular, pero pone constantemente en entredicho los componentes liberales del sistema: la separación e independencia de los poderes del Estado, los frenos y contrapesos, el debido proceso, la libertad de prensa y, en general, los límites al poder.
En efecto, en la época contemporánea hay una lucha discursiva para darle un nuevo sentido a las instituciones que se asociaban a la democracia liberal. Gobiernos en ejercicio y movimientos políticos que aspiran llegar al poder en diferentes países están impulsando ideas y estrategias políticas con miras a redefinir y rearticular los valores, las reglas y las instituciones que han servido de base a la democracia liberal, la cual Fukuyama pensó que había ganado la última y definitiva batalla frente a los modelos políticos alternativos que eran, cuando él escribió sobre este tema, el comunismo y el fascismo.
Ahora hay un nuevo modelo alternativo a la democracia liberal que no es otro que la democracia iliberal que se expande y gana cada vez más terreno, incluso en sociedades donde la democracia liberal ha contado, a través del tiempo, con un amplio apoyo social, así como con instituciones que se habían sedimentado y funcionado con un alto grado de efectividad. De esta manera, se ha probado, una vez más, el fin del «fin de la historia» de Fukuyama, lo que no es más que la expresión de una verdad que se pone constantemente de manifiesto, esto es, que la historia no puede encapsularse en esquemas rígidos y que ninguna forma de organización política y social llega a un punto de evolución que pueda considerarse la culminación definitiva e incontestable de un ideal o modelo superior y que, por tanto, resulte inmune a la competencia por parte de otras formas de concebir y estructurar la política, las instituciones, el sistema económico y la vida social.
Diario Libre

			