El Grande y el Pequeño
A mediados de la década del cincuenta, muy pocos dominicanos estudiaban en el extranjero. Y solo lo hacían aquellos cuyas familias podían pagarle esos estudios. Los tres jóvenes que utilizo en esta parábola, fueron enviados a una reputada academia militar del sur norteamericano, donde se conocieron y al poco tiempo de estar en esa nación, notaron que sobrevivir en esa escuela no sería fácil. La disciplina militar y a la cual no estaban acostumbrados, así como un estricto horario académico y de deportes les ocupaban todo el día.
Un sábado que era su único día libre, los tres en su uniforme gris de invierno caminaban por una calle de la ciudad de Atlanta para ir al cine. Fueron atacados por cinco jóvenes norteamericanos y los dos grupos se entraron a puñetazos. Llegó la policía y se los llevaron presos a todos. Como es lógico horas después las autoridades militares de la escuela los sacaron y los llevaron al colegio. Estos se reportaron al Comandante de los Cadetes y este dirigiéndose a ellos solo les dijo cuál era su castigo. Cada uno tendría que caminar 25 horas con un rifle M1 al hombro y no saldrían del colegio por un mes.
Poco después de haber cumplido su primer castigo, los tres jóvenes decidieron ir a un juego de fútbol en la Universidad Georgia Tech y para llegar a tiempo, hicieron “hitchhiking”, es decir pedir bola. Se montaron en un auto manejado por un hombre de color, quien los dejó frente al estadio de esa universidad. El hecho fue conocido por las autoridades de la escuela, quienes a su regreso les preguntaron de si eso era cierto y a lo cual los jóvenes cadetes les contestaron afirmativamente. Estos pudieron haber negado el hecho pues no había pruebas, pero prefirieron decir la verdad. Las autoridades decidieron castigarles nuevamente con 30 horas de caminata y rifle al hombro. Con ese nuevo castigo aprendieron de la segregación racial que existía en ese Estado del sur profundo.
Estudiaron sus origines y se dieron cuenta que tenían que respetar las leyes y costumbres de donde estaba localizada esa escuela. Los tres cadetes gradualmente fueron ganándose el respeto de las autoridades y compañeros de colegio. Habían logrado darse cuenta que tendrían que actuar dentro de una estructura orgánica que era piramidal y jerarquizada. Eso les permitió mejorar la forma en que interactuaban con sus compañeros, profesores, autoridades militares y viviendo bajo un estricto código de honor. Aprendieron a cumplir las órdenes y más adelante a saber darlas. Este proceso fue clave en su formación.
Al concluir los estudios sus habilidades de liderazgo estaban ya desarrolladas. Años después de haber salido de ese colegio, su país tuvo una intervención militar norteamericana. Al inicio de ese hecho sintieron asombro de que esa gran nación donde se educaron interviniera a su pequeño país en un momento en que su pueblo luchaba por regresar a un orden constitucional. En su pensamiento y acción los tres separadamente se declararon contrarios a esa intervención militar. Dos de ellos tomaron las armas y combatieron en contra de las tropas norteamericanas. Uno como hombre rana en el grupo del legendario comandante Montes Arache, el segundo como Jefe de uno de los más aguerridos comandos civiles de la zona constitucionalista y como había sido uno de los mejores cadetes de instrucción militar en su antigua academia, se convirtió en el entrenador de los comandos de civiles que se crearon en la guerra de Abril 1965. Mientras que el tercero a raíz de la intervención y en protesta, renunció a su trabajo en el sector público. Este último fue posteriormente distinguido por su antiguo colegio militar como uno de los mejores alumnos en los 125 años de existencia de esa escuela.
De la parábola que he utilizado sobre los tres cadetes, quizás podríamos extraer alguna enseñanza de como interactuar con los norteamericanos en lo referente a nuestras relaciones bilaterales.
Tomemos la crisis con Haití como ejemplo. El grande aún frente a un caos total en su vecindario, se lava las manos y nada hace. Sin embargo, le propone al pequeño que asuma el problema del vecino. En la realidad el pequeño ya asumió esa grave responsabilidad. En su territorio viven cerca de dos millones de haitianos y todos los días miles de ellos pasan para este lado. Estos encuentran empleos en la construcción, el turismo y la agricultura. También el pequeño asiste gratuitamente a sus parturientas y cerca de 100 niños haitianos nacen diariamente en los hospitales dominicanos. Mientras eso ocurre, la diplomacia del grande y de las organizaciones internacionales, presionan para que el pequeño permita campamentos de refugiados en su territorio. El pequeño se ha dado cuenta que de permitir eso, las dos naciones serían convertidas en una y se resiste. Este ha agotado todas las vías diplomáticas y ya no sabe qué hacer. A veces le pasa por la mente el tomar medidas drásticas como: cierre total de la frontera, prohibir los visados, cerrar todos los consulados y prohibición de asistencia a las parturientas. Pero sus asesores le dicen que eso políticamente es una locura y que esas medidas tendrían repercusiones muy negativas con el grande del vecindario.
El tiempo transcurre, la situación se complica, y nada se hace para darle solución. La realidad es que se puede hacer mucho. Pero eso necesita de voluntad, conocimiento y experiencia que fue lo que lograron los tres cadetes objeto de este relato.
Fuente Listín Diario