El medicamento innovador para vencer la adicción: ¿Ozempic?
Por Maia Szalavitz
The New York Times
Szalavitz es columnista de Opinión sobre temas de adicciones y política
A fines de 2016, Steven Klein se dio cuenta de que había perdido el control sobre su consumo de alcohol y estimulantes. Ese diciembre, alcanzó la sobriedad con la ayuda de reuniones de 12 pasos. Pero también luchaba con el comer en exceso, lo que considera otra adicción. El estrés provocado por la pandemia le hizo engordar más de 18 kilos durante su residencia médica. En 2022 decidió probar el Mounjaro, parte de una nueva clase de medicamentos como el Ozempic y el Wegovy que están demostrando su eficacia en el tratamiento de la obesidad y la diabetes.
Klein se dio cuenta de que el medicamento funcionaba mientras comía un sándwich de roast beef del restaurante Jimmy John’s. Normalmente, devoraba su comida. Pero esta vez, “me comí la mitad del sándwich y un par de papas fritas, y fue suficiente”, dijo. “Sentí que mi cuerpo sabía cuándo parar de comer”.
Ahora, Klein es becario de medicina de la adicción en Caron Treatment Centers, un centro residencial de tratamiento sin fines de lucro ubicado en Pensilvania. Él receta estos medicamentos a sus pacientes en recuperación para tratar su obesidad o diabetes, y dice que le informan que sus impulsos dañinos, tanto de drogas como de comida, han disminuido. Los primeros datos no publicados de un grupo de personas que tomaban los fármacos en Caron (antes de que Klein trabajara allí) revelaron que no experimentaban el aumento del ansia que cabría esperar cuando se sienten estresados, que sí se observaba en los que recibían un placebo.
¿Será que estos medicamentos —conocidos colectivamente como agonistas del receptor GLP-1— podrían combatir también los problemas de drogadicción más difíciles de Estados Unidos?
Nuevos y sorprendentes datos sugieren que sí. El 16 de octubre, la revista Addiction publicó un estudio en el que se examinaron los historiales médicos de medio millón de personas con trastorno por consumo de opiáceos y se descubrió que quienes tomaban fármacos GLP-1, por cualquier motivo, tenían un riesgo de sobredosis un 40 por ciento menor en comparación con las personas que no usaban estos medicamentos. La investigación también analizó los historiales médicos de más de 800.000 personas con antecedentes de trastorno por consumo de alcohol, y descubrió que el número de visitas médicas en las que se señalaba una intoxicación etílica actual se reducía a la mitad en los pacientes a los que se habían recetado fármacos GLP-1, en comparación con los que no los tomaban.
En septiembre, otro amplio estudio de historiales médicos de personas con trastorno por consumo de opiáceos y diabetes tipo 2 informó que el riesgo de hospitalización por sobredosis se reducía entre un 40 y un 70 por ciento si los pacientes tomaban semaglutida (comercializada como Ozempic o Wegovy) en vez de medicamentos más antiguos para la diabetes, incluidos otros fármacos GLP-1 menos eficaces.
Por sí sola, esta clase de investigación no puede demostrar que el Ozempic y otros fármacos similares puedan tratar la adicción. Pero si estos resultados se confirman —y los primeros datos de ensayos clínicos más rigurosos son prometedores—, estos medicamentos podrían implicar un avance tan importante en el tratamiento de la adicción como lo han sido en la lucha contra la obesidad. Entender cómo funcionan podría revolucionar nuestra manera de ver la adicción y de tratarla. Sin embargo, eso significa que los legisladores tendrían que presionar a la industria farmacéutica para que esos medicamentos sean asequibles y accesibles.
Hay una nueva urgencia entre los investigadores por averiguar cómo funcionan esos medicamentos. Algunos expertos creen que pueden hacer que la comida o las sustancias adictivas sean menos placenteras, incluso repulsivas. Otros sostienen que suprimen el deseo, de modo que las personas tienen menos antojos que les impulsen a excederse. Otros afirman que los medicamentos modifican el llamado punto de ajuste del organismo, es decir, el peso o el nivel de consumo de drogas que se considera suficiente y señala cuándo hay que dejar de comer o consumir.
Klein describe así el cambio en su vida: “Ahora puedo comer como he visto comer a otras personas impunemente toda mi vida. Puedo ir a sitios y pedir un sándwich de carne y queso y no comerme cinco”.
No obstante, sigue disfrutando de sus comidas. “Soy un judío italiano; la comida está muy cerca de mi corazón”, dijo. “No ha cambiado tanto mi relación con la comida, lo que cambió es la cantidad”.
Ese es el resultado ideal de los fármacos contra la adicción: aumentar la satisfacción con lo que se consume, sin crear asco ni limitar la capacidad de la persona para experimentar placer. Hay pruebas significativas que sugieren que los fármacos GLP-1 pueden actuar reduciendo las señales cerebrales que crean el ansia, con un impacto mucho menor en los circuitos que permiten disfrutar de la vida.
A largo plazo, el grado en que silencien el deseo será importante. Reducir demasiado el deseo podría dejar a las personas apáticas. Algunos pacientes que toman estos fármacos afirman sentirse apagados, sin entusiasmo. Pero hay pocas pruebas que sugieran que esto sea la norma: Klein, quien acaba de casarse, describe su vida como “alegre y sabrosa” y “nada apagada”.
Hasta que se publiquen ensayos más rigurosos, la eficacia de estos fármacos contra la adicción seguirá siendo incierta. Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, está elaborando un plan para permitir que más ensayos clínicos financiados por el gobierno estudien estos fármacos para la adicción a los opiáceos, lo que es un primer paso importante.
Desafortunadamente, a pesar de lo prometedor de estos fármacos, los fabricantes parecen reacios a pagar los ensayos de mayor envergadura que serían necesarios para obtener la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) para su uso contra la adicción.
Históricamente, las empresas farmacéuticas han evitado desarrollar medicamentos contra la adicción, en parte debido al estigma que la enmarca como un problema moral y no médico. Paul Kenny, catedrático de neurociencia del Hospital Mount Sinai de Nueva York, sugiere que es posible que a las empresas farmacéuticas también les preocupe que las pruebas de estos fármacos en personas con adicción, que a menudo tienen múltiples problemas médicos, puedan revelar o relacionar falsamente los fármacos con efectos secundarios desconocidos hasta ahora. Esto podría poner en peligro su aprobación para la diabetes y la obesidad, que les reportan grandes ganancias.
Los médicos están autorizados a recetar medicamentos “fuera de etiqueta” para afecciones distintas de aquellas para las que están aprobados, pero las aseguradoras suelen negarse a cubrir esos usos. La mayoría de las personas que se beneficiarían de estos caros medicamentos no pueden permitirse pagarlos de su bolsillo.
Debido a la mortandad ocasionada por la crisis de sobredosis, sería vergonzoso no averiguar lo antes posible si estos medicamentos ayudan.
The New York Times