El “millonario” que cayó en la trampa del poder

Una amiga de este medio, fiel lectora y conocedora de la vida pública nacional, nos comentaba desconcertada al estallar el escándalo de corrupción en el Seguro Nacional de Salud (SeNaSa): “¿Cómo es posible que el doctor Santiago Hazim, un hombre que ya era millonario en 1986, esté implicado en semejante vergüenza?”. Su asombro era genuino. No sólo hablaba de alguien con fortuna y renombre, sino de un médico con trayectoria, parte de una familia tradicional del Este, con prestigio social y profesional.

La respuesta, entonces prudente, fue que habría que esperar lo que dictaran los tribunales. Pero en este país eso de esperar justicia se parece mucho a sentarse en una mecedora sin tiempo. Porque mientras las sentencias se hacen esperar, los expedientes del Ministerio Público hacen todo lo contrario: se publican, se filtran, se discuten, se analizan en ruedas de prensa y noticiarios, y mientras tanto los implicados ya han sido juzgados por la opinión pública.

El modus operandi del escarmiento moral

El Ministerio Público ha vuelto a aplicar la receta que tan bien le ha funcionado: detallar cada paso de la investigación con precisión quirúrgica, lograr una condena moral anticipada y solicitar medidas de coerción que no solo privan de libertad, sino que destruyen reputaciones. Ya lo vimos con los casos del pasado gobierno, y ahora se repite con el llamado Caso Cobra, que ha salpicado al actual.

En esta ocasión, lo que se describe en el expediente es un entramado burdo, casi caricaturesco, de extorsión institucionalizada. Según la Procuraduría, emisarios de Hazim se paraban frente a contratistas con un mensaje claro: “Del total del contrato, usted tiene que dejar un 30% o un 35%”. Así, sin anestesia, sin negociación, sin disimulo. Y por si fuera poco, según se detalla, en 2020 –sin haber asumido oficialmente el cargo–, el doctor habría recibido de “regalo” una camioneta valorada en 6.7 millones de pesos. Una “bienvenida” al poder que ya auguraba el festín que se avecinaba.

Una fiesta con fondos públicos y pacientes vulnerables

La ironía más brutal de este caso es que el saqueo presuntamente ocurrió en una institución que administra fondos para garantizar salud a los más pobres. El régimen subsidiado de SeNaSa, que sirve a familias de escasos recursos, fue utilizado –si seguimos la narrativa del Ministerio Público– como plataforma para desangrar el erario. Se habla de operaciones fraudulentas, contratos amañados, y toda una red de beneficiarios, muchos de ellos con vínculos políticos o empresariales, que participaron de la repartición.

La cifra defraudada al Estado, según la acusación, supera los 15 mil millones de pesos. Y lo peor es que no hablamos de décadas atrás ni de oscuras gestiones de regímenes pasados. Hablamos de un escándalo que se destapa cinco años después de que el nuevo gobierno asumiera el poder con un discurso de transparencia y rendición de cuentas por bandera.

Los órganos de control: ni están ni se les espera

Pero la verdadera pregunta aquí no es si el doctor Hazim era rico. Ni siquiera si robó o no. Eso, en teoría, lo determinará un tribunal. Lo inquietante es que ninguna de las instituciones que debían prevenir o detectar esta situación hizo absolutamente nada.

¿Dónde estaba la Superintendencia de Salud y Riesgos Laborales (SISALRIL), responsable directa de supervisar los fondos y operaciones de SeNaSa? ¿Dónde estuvo todo este tiempo la Cámara de Cuentas, dotada constitucionalmente para auditar las instituciones públicas? ¿Qué vigilancia ejerció la Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental, siempre tan rápida para publicar códigos de buenas prácticas?

Lo cierto es que nada pasó. Apenas una que otra amonestación, llamadas de atención que no pasaron de comunicados sin consecuencias. Es más, desde el año 2021 ya se conocían denuncias internas, como la realizada por Fuerza del Pueblo y más adelante por el doctor Chanel Rosa Chupany, exdirector de SeNaSa, quien informó públicamente que existía una doble contabilidad en la institución. ¿Y qué hicieron los responsables de actuar ante esa denuncia? Bien, gracias.

La inacción fue total. Y eso, más que la conducta de un funcionario individual, es lo que verdaderamente debería alarmarnos. Porque si el sistema permite que un millonario robe, entonces el problema no es solo el ladrón, sino el diseño institucional que lo protege, lo estimula y lo hace pensar que jamás será atrapado.

El eterno retorno del escándalo

Lo peor de todo es que no se trata de un caso aislado. Lo hemos visto ya en múltiples ocasiones: escándalos que explotan, figuras públicas que caen en desgracia, acusaciones mediáticas, juicios que tardan años en concluir y, cuando lo hacen, apenas quedan en el recuerdo popular. Somos una sociedad que vive a base de sobresaltos, de moralismos de coyuntura y de escándalos reciclados. Cada quien se escandaliza cuando le toca, y justifica cuando le beneficia.

Y así seguimos. Los acusadores de ayer hoy son los acusados. Los mismos que gritaban “corrupción nunca más” tienen hoy a su propia gente desfilando en tribunales. Y los que antes callaban hoy se rasgan las vestiduras. Nada nuevo bajo el sol dominicano.

No se trata de un hombre. Se trata del sistema

La historia del “doctor millonario” que terminó acusado de corrupción, si bien es escandalosa, es solo un síntoma de una enfermedad más profunda. En la República Dominicana, el problema no es la falta de leyes. De hecho, contamos con uno de los andamiajes legales más amplios de la región en materia de ética pública, auditoría, transparencia y control. Pero ese andamiaje, más que funcionar como barrera, parece servir de adorno institucional para los discursos oficiales.

En la práctica, somos reactivos. Esperamos a que todo se pudra para actuar. A juzgar por la cantidad de escándalos que han salido a la luz en los últimos años, es evidente que no hay prevención, solo reacción. No hay supervisión efectiva, solo comunicados. No hay consecuencias reales, solo titulares.

Y así como esta amiga se asombra de que un millonario haya incurrido –presuntamente– en actos tan viles, nosotros nos asombramos de que el sistema siga fallando una y otra vez. Porque los nombres cambian, los partidos cambian, las caras cambian… pero el guion, tristemente, es siempre el mismo.

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