El mundo no cambió mucho

Rosario Espinal 

En el año 2020, durante los peores momentos del covid-19, cuando la gente estaba aterrada por el riesgo de enfermedad y muerte, la separación de seres queridos y el enclaustramiento, se escuchaban voces anunciando que la pandemia serviría de aprendizaje a la humanidad para cambiar, ser más armoniosa y solidaria.

Hasta la fecha, aunque no se ha medido con una vara precisa si esos cambios se produjeron, las experiencias recientes indican que la humanidad sigue sumida en su misma lógica: guerras, muertes, destrucción, abusos a los más vulnerables, etc.

La solidaridad que se pensó generaría la pandemia no se concretó, y la gente volvió después del encierro a la visceralidad, a las enemistades y confrontaciones. Hasta el uso de las mascarillas generó conflictos.

El primer episodio de gran violencia fue la invasión de Rusia a Ucrania en febrero de 2022; los dos bandos llevan casi dos años masacrándose. Luego, en octubre de 2023, fue el ataque de Hamas a Israel, seguido de una brutal respuesta militar de Israel en Gaza. En ambos casos hay conflictos históricos que datan de mucho antes, pero la pandemia no llevó a rectificaciones ni a la solidaridad entre los pueblos.

De hecho, parece que las pandemias desatan lo peor. Hace algo más de un siglo, la pandemia de la llamada Gripe Española fue concurrente con la Primera Guerra Mundial, y poco después se produjo la Segunda Guerra Mundial. Algunos anuncian que ahora podríamos estar en la antesala de la Tercera Guerra Mundial.

La pandemia del Covid-19 trajo un cambio laboral importante: el incremento del trabajo remoto. Por un lado, el trabajo remoto aísla más los seres humanos, y quizás generará aún más intolerancia social; pero por otro, permite ahorros de tiempo y transporte, y diluye la conexión geográfica entre residencia y lugar de trabajo.

La pandemia también trajo inflación como resultado del paro en la producción, el aumento en los costos de distribución y la flexibilización monetaria. Esta inflación ha impactado negativamente en el nivel de vida de mucha gente y genera descontento personal y político.

En América Latina, por ejemplo, en la mayoría de las elecciones que se celebraron entre 2022 y 2023 perdieron los incumbentes.

La pandemia interrumpió un período en que, con sus altas y bajas, la humanidad asumía que iba en ruta al progreso continúo prometido desde la década de 1980 por el neoliberalismo. A pesar de las grandes desigualdades que generaba el capitalismo neoliberal, persistía la idea del progreso. Ahora, cada día, las sociedades se ven más restringidas en su capacidad de dar respuestas a las aspiraciones de la ciudadanía.

Ante las limitaciones del capitalismo neoliberal para generar amplia prosperidad (tampoco lo logró el comunismo), las huestes conservadoras identifican chivos expiatorios para atacar y discriminar. De ahí los intentos de negar o revertir derechos a grupos vulnerables en muchos países con distintos niveles y modelos de desarrollo.

Vivimos en un mundo donde prospera la intolerancia y la desigualdad, y hace apenas unos años parecía que caminábamos a pasos firmes hacia mayor democracia e igualdad.

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