El peligroso camino del autoritarismo

Gonzalo Marroquín Godoy

Las democracias modernas deben transcurrir en una peligrosa cuesta llena de riesgos, pero el autoritarismo y la pérdida de libertades suelen ser síntomas que erosionan los principios que sostienen este sistema político, dominante en gran parte de occidente.

Si partimos como definición que el autoritarismo es el sistema de gobierno en el que el poder se concentra en una sola persona –partido o grupo–, y a ello se suma que quién está a la cabeza del país tiene una actitud y personalidad autoritaria, no es difícil entender que, bajo esas circunstancias, la democracia pierde su esencia, basada en separación de poderes, respeto a las libertades y derechos de todos los ciudadanos y pueblos.

Ahora mismo en el continente americano hay dos casos que responden a esta definición, tomando en cuenta que tienen gobernantes con personalidad o carácter autoritario y detentan la totalidad de los poderes del Estado o, al menos en uno de esos casos, la casi totalidad, pero sin duda una altísima concentración de control sobre las principales instituciones.

Estos casos son el de Donald Trump en Estados Unidos y Nayib Bukele en El Salvador, el primero apenas iniciando su segundo mandato, mientras que el gobernante salvadoreño ya un poco más adentrado, también, en su segundo mandato. Hay entre ellos algunas similitudes, pero también hay diferencias en cuanto a la solidez de las democracias que representan.

La frase sabia dicha en 1887 por el pensador político británico Lord Acton nos permite entender un poco lo peligroso que es detentar todo el poder:

“El poder tiende a corromper, y el poder absoluto, corrompe absolutamente”, entendiendo entonces que el poder absoluto tiene un camino perfectamente definido y es –para decirlo de alguna manera–, contrario al espíritu de la democracia.

Antes de Acton y después de él hasta nuestros días, se ha confirmado, una y otra vez, la validez de estas palabras.

Veamos si es cierto que Bukele y Trump verdaderamente tienen una peligrosa concentración de poder en sus manos. El popular mandatario salvadoreño parte de una situación muy importante: ganó abrumadoramente las elecciones de 2024 (88% de los votos). Su partido tiene el control absoluto del Congreso –solo 3 diputados son de oposición– y nadie ignora que las cortes y el sistema judicial en su totalidad responden obedientemente al mandato del gobernante.

Un buen ejemplo de la forma en que se maneja Bukele y su partido, Nuevas Ideas, en sintonía con las cortes: para buscar el segundo mandato se encontraron mecanismos “legales” y no se respetó la orden constitucional de no reelección.

Un “acuerdo” tácito, aunque, mejor dicho, un acatamiento claro de las cortes y el legislativo a la orden emitida por el mandatario desde el despacho presidencial fue suficiente para asegurar la relección.

Ojalá que el cambio para reformar más rápidamente la Constitución –aprobado hace pocos días–, no tenga detrás el deseo de aprobar la reelección continuada, porque entonces el país podría dar el paso que antes dieron Venezuela y Nicaragua.

El otro caso continental es el de Donald Trump, quien ha irrumpido en la política doméstica e internacional con toda la fuerza y determinación de un gobernante autoritario. Él también tiene el control de las dos cámaras del Congreso, lo que le convierte en superpoderoso, pero su influencia, aunque no es total, alcanza altas autoridades judiciales. Su triunfo en las urnas fue mucho menos contundente, pero si determinante.

Lo malo es que los autoritarismos traen consigo una serie de problemas.

Cito algunos de ellos: se erosiona el Estado de derecho, se limitan libertades y se corre el riesgo de perpetuarse en el poder. No por nada Trump ha insinuado que podría buscar un tercer mandato, aunque existe la enmienda 22ª, que establece un máximo de dos mandatos para todos los presidentes… bueno, eso habrá que ver si quiere modificar aquella enmienda.

En el tema de libertad de prensa, el autoritarismo saca a relucir otro de los defectos de este tipo de gobernantes: la intolerancia. No les gustan las críticas y, en cambio, adoran los halagos.

Trump ya mostró capacidad para rodearse de redes sociales favorables, pero no es un secreto su disgusto ante preguntas incómodas de los periodistas. Algo parecido ocurre en El Salvador, en donde no son pocos los periodistas que temen represión si se expresan libremente.

Hay que reconocer que muchas veces los gobernantes autoritarios se convierten en hábiles populistas.

Alberto Fujimori es un buen ejemplo de un gobernante autoritario que gozó de poder, se volvió populista, se reeligió y la concentración de poder le llevó a corrupción y violaciones de los derechos humanos, hasta caer y tener que huir del país, antes de ser capturado, procesado y castigado. Al menos el sistema autoritario se rompió y las instituciones recobraron su independencia.

Bueno,

por ahora, el mundo tendrá mucho entretenimiento con todas las acciones que Trump, con su autoritarismo reconocido, pues dispara órdenes a diestra y siniestra…

Listín Diario

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