El problema son los problemas (1 de 2)
Juan Tomás Monegro
Como al Pedro Navajas de Rubén Blades, no sólo la vida te da sorpresas; puede decirse que también la economía. Esto así cuando, atenidos a la racionalidad establecida, real o aparentemente, los resultados divergen o se contradicen con los esperados. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), que es muy buena conceptualizando, califica esos resultados contrastantes como “paradojas”.
En su Undécimo Informe Especial sobre el comportamiento de los principales indicadores económicos y sociales, el organismo regional constata eso. Economías, la nuestra incluida, registrando especie de pares ordenados paradójicos. En los que tienes, por un lado, una admirable expansión (y sí que lo es: en nuestro caso, el crecimiento esperado para este 2021 es 10 por ciento, poco más o menos); y por el otro, la persistencia de esas cosas añejas que nos son tan familiares: “desigualdad, pobreza, poca inversión, baja productividad” y baja creación de empleo. Son los dolores del desarrollo, duros de mover.
Hace cosa de tres lustros, 2004-05, cuando estábamos remontando el desplome de la economía que resultó de “la crisis de Hipólito”, similar a la actual en cuanto a la intensidad de la caída y la rapidez de la recuperación: en “V”; en aquel tiempo, cavilando, me formaba ya un concepto sobre el crecimiento de calidad. Lo hacía apoyado en el recuerdo de aquella expresión calificativa de los “gallos de calidad”; esos que dan la talla por su efectividad en la forma echar la pelea y entregar el resultado.
En aquel tiempo entendía como tal, de calidad: un crecimiento alto y sostenido, creador de empleos, que baja la pobreza, y propiciador de igualdad y cohesión social. Además, ha de añadirse hoy, que sea un crecimiento consonante con objetivos y metas de producción más limpia. ¡Eso es lo que se llama un crecimiento bueno de verdad! Crecimiento de calidad.
¿Está pasando así en la región? Las evidencias que van surgiendo, reportadas por CEPAL, dan cuenta de que no. En gran medida, incluso más allá de lo que sea simple rebote estadístico, lo que está pasando parece tratarse de un crecimiento que no da la talla ni merece ser calificado como sostenido y sostenible. A lo más, puede decirse que es un crecimiento necesario y “menos mal”; pero no es de calidad.
¿Por qué?
No lo es porque, en general, y he aquí la paradoja, a la par con ese crecimiento sobresaliente las brechas estructurales se están ampliando; la pobreza y la desigualdad están expandiéndose; la vulnerabilidad y el riesgo de retroceso en estratos sociales “medios bajos” están aumentando; y crece la precarización de los sistemas de pensiones. Además, como colmo de madres o de padres, o de ambos a la vez, el deterioro ecológico se está intensificando. Es un crecimiento dado en combinación (pares ordenados) con duros y amargos retrocesos en los resultados sociales.
Por supuesto, el crecimiento económico es siempre bienvenido. Mucho más, si es así de sobresaliente como el nuestro. Es muy bienvenido y celebrable, a pesar de lo poco venturoso que pueda ser en resultados de calidad de vida de las personas; en términos de la sostenibilidad. Entonces, es muy insuficiente.
La proposición establecida por décadas que vincula el crecimiento económico con el desarrollo social es una verdad condicionada a que esa variable que oficia de argumento al desarrollo social (el crecimiento) sea bien calificada. Que sea un crecimiento que dé bien la talla, en el sentido de sustentar los conceptos sustantivos del bienestar social. Si no, pues no.
Cuando el crecimiento no es de buena calidad, en los términos referidos, se parece a esos árboles frutales que usted los ve frondosos y admirables pero que, a la hora de la hora, su cosecha es penosa. Infelizmente, a la luz de las evidencias reportadas por CEPAL, parece que es lo que está pasando con el crecimiento post-Covid-19 en la generalidad de países de la región. Por eso califica sus resultados como “paradojas”.
Visto lo anterior y contrastando, cabe la cuestión: ¿vamos bien con esto del crecimiento de la economía en República Dominicana?
A la franca, yo mismo he dicho que sí, que vamos bien. Lo he dicho y escrito, seguramente sin someterlo a esa “prueba ácida” que es la perspectiva de los resultados en clave de lo sostenible. Al margen del concepto de crecimiento de calidad.
Lo he hecho así, probablemente, en el ánimo de sumar al optimismo de la colectividad y huyéndole a pasar por pesimista o ave de mal agüero. Consciente además de que, en determinadas coyunturas, y en una de esas hemos estado, es de conveniencia al bien común sumar; sumar, así sea esforzado en mirar la situación por lado amable. Así ha sido.
Sin embargo, es una verdad establecida por los siglos de los siglos aquello de que amor no quita conocimiento. Por ello, desde la perspectiva de un crecimiento de calidad, aquí y ahora, ¿vamos bien? Desde esta perspectiva, la respuesta debe más sopesada y razonable.
El crecimiento no tiene un valor en sí ni para sí mismo. Lo que más importa son sus resultados e impactos en el desarrollo de las personas, de la sociedad y del planeta. Cómo contribuye a la superación de los problemas estructurales, que están ahí y son duros de mover. Su valor y calidad se ha de ver y medir en función de esos resultados.
En esto también, y más aquí y ahora, se vale aquella sentencia vieja y bíblica: “por los resultados lo conoceréis´.