El rey Carlos, ante el reto de preservar las cenizas del Imperio británico
Londres, 9 sep (EFE).- Cuando Isabel II llegó al trono, en 1952, era la máxima autoridad de 32 naciones. Su hijo, el nuevo rey Carlos, hereda solo la jefatura de Estado en 15 países, incluidos Australia y Canadá, y afronta el reto de preservar las cenizas del Imperio británico y la influencia global del Reino Unido.
La popularidad de la monarquía se mantiene sólida en suelo británico, pero los movimientos republicanos han ganado impulso en las últimas décadas en numerosos países y territorios de ultramar donde ha ido perdiendo peso el rol de la institución.
La relación con las excolonias caribeñas es cada vez más tensa y el pasado esclavista del Reino Unido ha empañado las relaciones con algunas de ellas.
En Canadá, donde existe cierto sentimiento republicano, aunque sin organización política, y en Australia, que en 1999 celebró un referéndum que ganó la monarquía con el 55 % de los votos, el cambio de rey puede reabrir el debate.
El actual primer ministro australiano, el laborista Anthony Albanese, asumió el poder en mayo con un mensaje claro: «La república será una realidad», aseguró.
Más allá de las jefaturas de Estado, el papel de la monarquía sigue siendo vital para que el Reino Unido mantenga su hegemonía en la Commonwealth.
El grupo de 54 naciones, con orígenes en el Imperio, aceptó en 2018, por petición de Isabel II, que Carlos asuma el liderazgo al ascender al trono. El cargo, sin embargo, no es hereditario, y las voces que reclaman mandatos rotatorios han crecido en los últimos años.
EL CARIBE EVALÚA SU PASADO COLONIAL
Todavía como príncipe, Carlos asistió en noviembre de 2021 a la ceremonia en la que Barbados pasó a ser una república y, aunque transmitió en aquella ocasión sus más cálidos deseos de paz y prosperidad al nuevo Gobierno independiente, el Palacio de Buckingham comenzó a diseñar una estrategia para tratar de evitar que se extienda el ejemplo.
Guillermo y Catalina visitaron la región pocos meses después, en un viaje organizado para que dos de los miembros más carismáticos de la familia real sedujeran a los caribeños. La gira, sin embargo, fue calificada de «desastre» de relaciones públicas en la prensa británica.
En Jamaica los duques fueron recibidos con protestas, y miembros del Gobierno aprovecharon para pedir compensaciones por los años de la esclavitud, mientras que en Belice comenzó a prepararse el terreno para ser la siguiente excolonia que pase a ser una república.
AUSTRALIA RETOMA EL DEBATE
La popularidad de Isabel II alcanzó su máxima cota en Australia en la década de 1950, con su primera visita al país. Su perfil continúa apareciendo en monedas y billetes, y su nombre designa a multitud de hospitales y edificios públicos.
Carlos no cuenta con el aprecio personal que despertaba su madre entre los australianos y asume además la jefatura de Estado de un país multicultural, en pleno proceso de revisión de su pasado y su trato a los aborígenes.
«En muchos sentidos Carlos afrontará como jefe de Estado de Australia retos similares a los que tendrá como jefe de Estado de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Es el sucesor de una monarca inmensamente respetada y popular, que ha vivido muchos años», afirmó a Efe Cindy McCreery, profesora del departamento de Historia de la Universidad de Sidney.
«No creo que Australia se vaya a convertir en república simplemente porque Carlos llegue al trono. Sería parte de un proceso mucho más complejo y a largo plazo», argumentó la académica.
Hace dos décadas, los republicanos perdieron el plebiscito para cambiar la forma de Gobierno, en parte por las disputas sobre el modelo constitucional que debía adoptar el país.
«Es ciertamente posible que Australia adopte la república en el futuro, pero, igual que en 1999, todavía hay un desacuerdo sobre quién debería ser el jefe de Estado y cómo debería ser elegido», detalló McCreery.
En Canadá existe desde hace décadas cierto movimiento republicano, especialmente en Quebec, y «la sucesión de Carlos reabrirá el debate sobre la monarquía», señaló a Efe Ian Brodie, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Calgary.
Con todo, un cambio de modelo de Estado «requeriría cambios constitucionales» que, en Canadá, «son particularmente difíciles», subraya, al requerir el acuerdo de la Cámara de los Comunes, el Senado y los poderes legislativos de todas las provincias, recalca el experto.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, reaccionó anoche muy emocionado al fallecimiento de Isabel II, a quien calificó de una de sus «personas favoritas del mundo».
En una breve intervención ante las cámaras de televisión, Trudeau declaró que «Canadá está de luto» y añadió que «echará de menos» a la monarca que constitucionalmente era la jefa de Estado del país norteamericano.
Guillermo Ximenis