El tren que hemos tomado

Por César Pérez

Durante el discurrir del periodo que va desde la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio de la intervención rusa en Ucrania, Europa fue para los EEUU el muro de contención para detener cualquier la expansión territorial en ese continente de la ex Unión Soviética, a pesar de que los límites territoriales de aquella estaban claramente pactados y establecidos en la repartición de las esferas de influencia entre Stalin y las potencias occidentales. Desaparecida la ex URSS, de hecho, desaparece ese muro, aunque no cambió para las potencias europeas su condición de protegidas de los EEUU. Pero la guerra en Ucrania y el advenimiento al poder de Trump y su grupo lo cambia todo, y con ello las relaciones de ese país con el mundo, un cambio que de alguna manera nos impacta como país.

Las viejas relaciones del actual presidente de los EEUU con Putin, independientemente de lo imprevistas y díscolas que puedan ser, descolocan a una Europa que fuera antes punto de referencia de estabilidad y de democracia política, hoy está prácticamente sin liderazgo, acosada por la extrema derecha y sin quien fuera su ángel protector durante décadas. Pero no es solo ese continente el que busca seguridad en este mundo sin reglas claras en que vivimos hoy, sino que también diversos países y fuerzas políticas en todos los continentes buscan una colocación estratégica. Se crean algunos agrupamientos de países para la defensa de su zona de influencia o del multilateralismo como sombrilla protectora de la soberanía, además, buscando intereses comunes o apelando a adscripciones y/o definiciones ideológicas.

Por ejemplo, en Europa tenemos el caso de la reunión internacional denominada World In Progress (WIP), que se realiza en Barcelona, España, donde personalidades y representantes de gobiernos destacan la necesidad de impulsar el multilateralismo y el pluralismo como base de la convivencia y contra la pretensión de EEUU de imponer una incuestionada hegemonía y arbitrio único e incuestionado para resolver cualquier diferendo entre países. Es notorio que en esa reunión participara el Rey de España, cuyo gobierno es uno de los más activos impulsores del pluralismo en las relaciones entre países como condición indispensable para la existencia del pluralismo ideológico, pilar insustituible la democracia. También en esta región, en defensa de la democracia y la autodeterminación se llevan a cabo cumbres de jefes de estados, como la recientemente celebrada en Santiago de Chile, auspiciada por el gobierno de ese país.

Al mismo tiempo muchos jefes políticos y de estados de esta región manifiestan su deseo de unidad en defensa de la soberanía de los estados. Lo mismo, de diversas formas, sucede en Asia y África. Y es que la idea de que un país y específicamente un gobernante se arroje la prerrogativa de dictarle al mundo sus opiniones/obsesiones es contrario al principio de tolerancia, respeto a reglas de convivencia pacífica entre países e individuos independiente de las diferencias que se puedan tener. En este mundo en que el odio, ese tóxico que corroe el alma de las naciones y que algunos gobiernos lo utilizan como política de estado contra determinados grupos humanos, hay que saber distinguir la paja del grano y hacer alianzas naturales, lógicas, no contra natura.

Es el objetivo por el cual se agrupan naciones, personalidades y hasta sectores de primer plano de instituciones religiosas que, parafraseando a Amin Maalouf, asumen como valor fundamental apreciar y respetar al ser humano por su comportamiento, no por sus preferencias metafísicas ni su procedencia. Desafortunadamente, en esas tomas de posiciones, de adscripción a grupos o corrientes en que se articulan en países y regiones, nuestro país ha tomado un tren que me parece equivocado; es un tren que no tiene paradas, solo un trayecto que, en términos de espacio y tiempo, puede ser corto y hasta trágico. Guiado por maquinista veleidoso, imprevisible e irrefrenable, sin conciencia sobre hacia dónde conduce su ruta tomada. Por consiguiente, no nos hemos sintonizado con los países de la región ni con el sentido del tiempo.

Quizás, la razón de esta sinrazón, aparte de determinadas coincidencias, podría encontrarse en que se ha creído que la única manera de resolver el tema de nuestro país vecino, el único que tenemos, es la mano de EEUU. El cálculo es osado, además de que puede ser equivocado porque esta, como otras promesas, puede que se la lleve el viento o el humor del día del presidente de ese país. Además, porque el costo moral y político en los planos nacionales e internacional tiende a convertirse en un irremediable pasivo, en un pesado fardo/legado.  Hay manifestaciones concretas de este aserto, se evidencia en determinadas expresiones de jefes de Estado que manifiestan disgusto con nuestro país, en un tono inusualmente ríspido.

En Europa y en esta región, las corrientes socialdemócratas tienden a unirse para proteger la soberanía de sus países, sobre la base de los principios de esa corriente política y aquí, el gobierno de un partido de esa corriente hace lo inverso. Toma el tren equivocado. Una lástima.

Acento

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