El uso abusivo del poder
Marino Beriguete
El poder es un licor caro. Entra suave, te calienta, y cuando te quieres dar cuenta, estás bailando solo y haciendo el ridículo.
Al principio se vende como un servicio público. Poner orden. Cuidar a la gente. Hacer que todo funcione. Muy bonito.
Pero basta probarlo una vez para descubrir que también sirve para otra cosa: joder al que te cae mal. Y ahí empieza el abuso, que no es una patada en la puerta, sino un gesto educado con papel sellado.
“Todo por procedimiento”, dicen. Y es verdad. Cumplen la ley. Solo que la retuercen como a una toalla mojada hasta que gotea lo que quieren.
No te despiden. Eso sería demasiado honesto. Te dejan tu mesa, tu silla y tu horario. Pero te quitan el trabajo. El de verdad. El que te hacía útil.
Ahora eres un mueble. Con nómina, sí, que eso queda muy legal.
El poder abusivo no pega tiros al aire. Es un francotirador. Apunta a quien molesta y aprieta el gatillo cuando el objetivo bosteza.
A unos se les mide con lupa. A otros, ni se les mira. La ley, que debería ser un muro para todos, se convierte en un pasillo VIP para algunos y en un pozo sin salida para otros.
Esto no solo revienta vidas. Pudre instituciones. El miedo sustituye a la cooperación. El silencio a la franqueza. El talento hace las maletas.
Y los que se quedan aprenden la coreografía oficial: cabeza baja, sonrisa de yeso y “sí, señor” en el bolsillo.
El poder es una rueda. Hoy subes, mañana eres el bache.
Pero los que disfrutan la impunidad creen que son dueños de la rueda. Pobre gente. El giro es lento, pero llega. Y cuando llega, te deja plano.
Gobernar sin abusar no es difícil. Aplicar la ley igual para todos. Respetar la dignidad ajena. No confundir autoridad con venganza. Pero el poder es adictivo, y las sobredosis dejan secuelas.
El abuso es ácido. Primero corroe a quien lo sufre. Luego agujerea el recipiente.
Ninguna estructura aguanta mucho tiempo sobre el miedo. Y cuando se derrumba, no la salva ni un decreto urgente.
La rueda del poder gira sin mirar currículos ni contactos.
Porque el abuso no se hereda. Se paga.
Y la factura, querido, siempre llega…