Elecciones: Entre encuestas, percepciones y realidad
Leonel Fernández
Al ser escogido candidato presidencial en abril de 1995 por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), nadie creía que nosotros podíamos ganar. No se creía en la opinión pública nacional, ni siquiera tampoco dentro de las filas del propio partido.
Las razones podrían ser comprensibles. Al fin y al cabo, el PLD, que desde el año 1982 venía incrementando su nivel de apoyo en cada proceso electoral sufrió, sin embargo, un desplome en el certamen del 1994.
En esa ocasión, el partido morado solo logró alcanzar el 13% de la votación. Eso, naturalmente, no le hacía, en la percepción del electorado dominicano, un partido con capacidad para competir contra el Partido Reformista o el Partido Revolucionario Dominicano (PRD).
Ante tan sombrías perspectivas, iniciamos la campaña electoral estrechando manos y visitando pueblos, comunidades y barrios en todo el territorio nacional.
Hacia el mes de agosto, la revista Rumbo publicó una encuesta en la cual se indicaba que nuestra candidatura había alcanzado un 30% de intención de votos. Claro está, a partir de ese momento, la actitud tanto en el partido como en la sociedad empezó a cambiar.
Se creyó, entonces, que tenía posibilidad real de triunfo. No obstante, nuestro principal contendiente, el doctor José Francisco Peña Gómez, candidato del PRD, una figura icónica en la lucha por la democracia en la República Dominicana, hasta ese momento se había mantenido pasivo.
Consideraba que su principal desafío electoral estaría de parte del candidato del Partido Reformista, el licenciado Jacinto Peynado, una fuerza emergente en el reformismo, exsenador y vicepresidente de la República; y en cierto sentido, tenía razón.
En los comicios anteriores, de 1994, el Partido Reformista había obtenido el 42.2% de los votos, frente al PRD, con 41.5%.
Empero, nuestra candidatura siguió creciendo; y en la siguiente encuesta, en diciembre de 1995, ya se indicaba que estaba polarizando con el candidato del partido del buey y el jacho prendío.
El resto es historia. Se fue a una segunda vuelta electoral; y con el respaldo del doctor Joaquín Balaguer y del Partido Reformista, el PLD llegó por vez primera al poder en junio de 1996. La percepción inicial de derrota fue sustituida por un triunfo sorpresivo. Cualquier cristiano diría que se produjo el milagro.
El caso de Bosch
Algo parecido ocurrió con la candidatura presidencial del profesor Juan Bosch en las elecciones de 1962. En principio se tenía la convicción de que el doctor Viriato A. Fiallo y la Unión Cívica Nacional saldrían airosos con el respaldo de las mayorías nacionales.
Las razones eran obvias. A la muerte de Trujillo, la Unión Cívica Nacional se organizó como un movimiento patriótico, no partidista. La causa fundamental de su lucha era el antitrujillismo y todo lo que representaba la herencia de la dictadura derrocada.
Al retornar al país en octubre de 1961, Juan Bosch era prácticamente un desconocido en la República Dominicana. Había permanecido cerca de un cuarto de siglo en el exilio y sus libros e ideas habían sido censurados en el ámbito nacional.
Por consiguiente, no parecía posible, en principio, que pudiese salir triunfante en las primeras elecciones democráticas celebradas en el país en más de tres décadas. Más aún, cuando al iniciar sus prédicas no lo hacía agitando la bandera del antitrujillismo, como esperaba un sector importante de la vida nacional, especialmente de la juventud.
Bosch, más bien, concentró sus esfuerzos en plantear que luego de la decapitación de la tiranía, la lucha en la República Dominicana no podía continuar siendo contra el trujillismo. A su entender, tenía que derivar hacia una lucha social entre lo que el denominó como tutumpotes versus hijos de machepa.
Después de la acción de los cívicos para tomar el control del Consejo de Estado, encabezado por el licenciado Rafael F. Bonelly, la Unión Cívica Nacional empezó a experimentar un declive en el apoyo popular.
El candidato perredeísta, por su lado, con gran capacidad organizativa y la introducción de un nuevo lenguaje de comunicación con las masas, fue ganando adeptos, de manera sistemática, hasta llegar a posicionar a su partido como una auténtica opción de poder.
Todavía, sin embargo, hasta el mes de agosto de 1962, faltando solo cuatro meses para la celebración de las elecciones, no se creía que Bosch podría salir airoso del torneo electoral previsto para diciembre de ese año.
A decir verdad, la victoria se selló con el debate frente al padre Láutico García, solo días antes de que el pueblo acudiese a las urnas. Una vez más, la realidad se impuso sobre la percepción.
El extraño caso de Hillary Clinton
Las discrepancias entre lo que indican las encuestas, percibe la opinión pública y ocurre en los resultados electorales, no solo se produce en la República Dominicana. También tiene lugar en países con una democracia institucional fuerte y vigorosa, como los Estados Unidos.
Es el caso de las elecciones del 2016 y el triunfo inadvertido de Donald Trump. En esa oportunidad, la generalidad de las encuestas de las grandes firmas norteamericanas se inclinaba a favor de un triunfo indisputable de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton.
Aparte de las acusaciones de presunta infiltración por parte de Vladimir Putin a favor de Trump y de las declaraciones de última hora del director de la CIA, James Comey, sobre el carácter ilegal del uso de los correos electrónicos por parte de la candidata demócrata, otros factores parecen haber influido en su inesperada derrota.
Conforme a los analistas de opinión, las mediciones realizadas por las firmas encuestadoras no realizaron la debida ponderación en algunos estados en disputa, como Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Al no realizar dicha ponderación, las muestras de las encuestas no reflejaron con precisión características de la población que serían claves para su inferencia estadística.
El consenso entre expertos es que, en las elecciones de 2016, no se tomaron en consideración que electores blancos sin nivel de educación universitaria se inclinarían masivamente en apoyo a Donald Trump.
Al no realizar esa ponderación con el rigor requerido, las encuestas estaban sesgadas, lo que les impidió tomar en cuenta un factor que resultó determinante en el triunfo de Trump sobre Hillary Clinton.
Para las firmas encuestadoras norteamericanas fue una gran lección. Descubrieron en la práctica que no siempre coinciden las encuestas y las percepciones con los resultados electorales.
Listín Diario