Elecciones: entre lecciones y decepciones

José Luis Taveras

El festín electoral pasó. Entre sopor y fatiga, vivimos la última resaca. Nos apremia ahora recoger. La nación necesita recuperar su normalidad, descargarse del estrés de estos días. Lo que sigue es retomar la concentración y darles la cara a los desafíos cotidianos, esos que no ceden ni con las distracciones carnavalescas de la campaña. Es ineludible concluir este episodio y seguir con el libreto, porque el país no cesa su marcha.

En la superación, nos ayudaría que los ayuntamientos inicien una ofensiva feroz en contra de la publicidad exterior, retirando vallas, letreros y toda la suciedad electoral que nos ata a lo vivido. Es una tarea que debe igualmente concernir al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones. Basta recordar que dependemos del turismo y que la buena imagen ambiental es una condición de valor que debe ser preservada.

Lo que nos queda ahora es aprender de la experiencia, tan generosa en lecciones como en decepciones; las necesarias para inducir a honestas inflexiones. La autocrítica deberá pautar cualquier reflexión. Y es que el reciente proceso electoral puso de relieve perturbadoras realidades que deben poner a pensar al país, al Gobierno y a la oposición.

La responsabilidad del PRM, después de este proceso, se agiganta; demasiado poder para malgastarlo inútilmente. Se trata de una victoria avasallante que no puede diluirse en lo rutinario. El mandato es inequívoco: el país quiere cambios profundos y es hora de hacerlos.

Si Luis Abinader no aprovecha esta robusta base de aprobación, saldrá muy maltrecho porque la última gestión es la que construye el retrato histórico. El ejemplo de Danilo Medina sigue fresco. Por eso, debe medir muy bien sus pasos y andar con más cuidado que en su debutante gestión. Yo, en su caso, relegaría las deudas políticas derivadas de las alianzas electorales y conformaría un gabinete enteramente nuevo, comprometido y capacitado, que trabaje sobre un plan cuatrienal bien elaborado y con revisión de resultados cada seis meses. Hay ministerios que todavía no han despegado, consumiendo su gestión en lo rutinario; funcionarios afuncionales.

El Gobierno debe determinar tempranamente cuáles son los ejes de atención. No es necesario abordarlos todos; en cambio, hay algunos que son impostergables: reforma fiscal, sistema de seguridad social, salud pública, educación, seguridad ciudadana, estructuras salariales, migración y ministerio público. Y no nos referimos a simples cambios en los marcos legales, sino a planes troncales de políticas públicas, organización, bases operativas, control de ejecución y presupuestos. Tampoco queremos convocatorias retóricas a la unidad nacional para abrir foros poéticos. Ya hemos tenido experiencias sobradas de concertaciones que terminan en conclusiones tan abstractas como inaprensibles.

Por otra parte, en las latitudes de la oposición, las pasadas elecciones dejaron un cuadro desolador. El primer partido obligado a entrar en introspección es el PLD, hasta hace cuatro años la primera fuerza política nacional, reducida hoy a una condición residual. Bajar a un diez por ciento (10 %) es para recomenzar y hacer rupturas claras con su pasado más reciente, ese que en sus últimos gobiernos negó sus orígenes e historia.

El partido morado debe salir de los personalismos míticos; abrirse a una horizontalidad orgánica que le dé apertura y movilidad. En ese esfuerzo debe salir de aquellos cuadros consumidos por el tiempo y la obsolescencia. Danilo Medina, un líder desfondado, debe ceder y alentar una reforma en la que él quede como simple mentor. Debe comprender que, aunque nadie dentro de su partido haya tenido el coraje de decírselo, hoy es una gigantesca rémora para que esa organización rescate la viabilidad. Si se resiste o pretende hacer reformas a su manera, la juventud de ese partido debe constituirse en barrera de contención sin espíritu sedicioso. De lo contrario, la Fuerza del Pueblo terminará absorbiendo lo que queda de ese colectivo.

Más que modernizar estructuras, el PLD debe buscar una identidad nueva y otra marca —se recuerda que el apelativo «liberación» corresponde a los proyectos insurgentes nacidos en Centroamérica en las décadas de los 70 y 80—, y es que la ideología de Medina es el poder por el poder, como si un partido no jugara otros roles constructivos en el sistema. Como he escrito otras veces: el PLD necesita del futuro que Medina le niega. A este le urge el poder, al partido su inaplazable reconversión.

El PLD debe buscar su aggiornamento y reinventar las ingenierías funcionales, los conceptos de organización, esos que mantienen todavía estructuras burocráticas propias de los partidos comunistas, como el comité central, pero, sobre todo, rescatar la escuela política, ahora cimentada en otras visiones no necesariamente ideológicas, pero sí formativas, que le den consistencia al proceso de incubación de los nuevos liderazgos.

La Fuerza del Pueblo (FP), por su parte, está compelida a ser un partido y no una estructura electoral. Debe madurar orgánicamente con un líder como Leonel Fernández, de una carrera política cabal y con las condiciones, a través de la Fundación Global, de promover la educación política de los futuros cuadros. Creo que el magisterio político que impuso Bosch en la creación del PLD debe ser la estrategia para retomar —con sus consabidas adecuaciones—, pero, en ese desarrollo, Fernández deberá abandonar toda intención de ser candidato y dar espacio al nuevo talento. Es la forma más digna de vindicar su legado político.

Lo del PRD es la muestra más palmaria de la explotación de una marca partidaria para el negocio político. Quedar por debajo de candidaturas que se armaron a toda prisa, como la de Roque Espaillat —la revelación emergente de este proceso—, es para no volver a dar la cara. El PRD cierra, de esta manera, el lento ciclo de su extinción. Su precaria permanencia —hasta la muerte por inanición— servirá como pieza testimonial para exponer a las generaciones emergentes lo que le depara a una organización cuando es instrumentalizada como proyecto mercantil de una cúpula. Sospecho que el PRD permanecerá como cadáver disecado en los laboratorios de medicina para ser usado como instrumental didáctico. Siempre se supo que esa organización cargaba con un diagnóstico catastrófico, pero estas elecciones, como imagen digital, revelaron su espantosa condición cadavérica.

La gran virtud del reciente proceso electoral fue evidenciar el tamaño de cada partido y demostrar que lo del cansancio por los viejos liderazgos no es teoría de laboratorio. Empezamos de esta manera un forzoso ciclo de relevos; para bien o mal, no sabemos.

La responsabilidad del PRM, después de este proceso, se agiganta; demasiado poder para malgastarlo inútilmente. Se trata de una victoria avasallante que no puede diluirse en lo rutinario. El mandato es inequívoco: el país quiere cambios profundos y es hora de hacerlos.

Diario Libre

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