En el filo de la navaja: La crisis post electoral en Venezuela: entre el cinismo y la desesperación
Por la redacción
La crisis post electoral en Venezuela ha puesto en evidencia que la democracia sigue siendo atacada por aquellos que ajustan sus posturas no conforme a las reglas del respeto y la convivencia plural, sino de acuerdo con sus propios intereses.
En algunos casos, estos intereses son personales, mientras que en otros son geopolíticos. Es triste y, francamente, indignante ver cómo líderes regionales como Luiz Inacio Lula Da Silva de Brasil y Gustavo Petro de Colombia, ambos electos democráticamente, optan por una postura cuestionable frente a los resultados de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio en Venezuela.
Lula y Petro, en lugar de defender la voluntad popular expresada en las urnas, han optado por abogar por una «negociación política» entre la oposición vencedora y Nicolás Maduro. Este llamado no hace más que trivializar la contundente victoria de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado. ¿Qué hay que negociar? La única negociación válida debería ser la salida inmediata de Maduro, un usurpador que ha mantenido al país en un estado de desgobierno durante 11 largos años.
El panorama es desolador: Venezuela ha caído en una crisis sin precedentes, caracterizada por la ausencia de libertades y condiciones mínimas de vida. Esta situación ha obligado a 7.2 millones de venezolanos a huir en masa, buscando refugio en otros países de la región y Europa para poder sobrevivir.
En este contexto, resulta casi cómico, si no fuera trágico, el cinismo de Andrés Manuel López Obrador en México, quien ha criticado a Estados Unidos por reconocer la elección de González Urrutia y ha afirmado que «no hay pruebas» del fraude de Maduro. Sus declaraciones son risibles y retratan su comodidad con intereses políticos que en nada contribuyen a la estabilidad y el progreso regional.
López Obrador, Lula y Petro encabezan negociaciones con Maduro y la oposición venezolana, buscando «frenar la crisis». Mientras tanto, Maduro, desde el Palacio de Miraflores, proclama con orgullo que su despiadada represión ha encarcelado a más de 2,000 venezolanos. Los tres líderes mencionados no hacen ningún esfuerzo serio por intervenir o exigir que el gobierno ilegítimo de Maduro ponga fin a su intolerancia y violencia.
Los reportes de la prensa independiente pintan cuadros humanos desesperantes: cientos de familias sufren por el encarcelamiento de sus seres queridos, quienes no tienen acceso a una defensa justa. Los defensores de oficio, al servicio de la dictadura, manipulan expedientes prefabricados, recreando el estilo de las peores dictaduras de la historia.
Si la comunidad internacional permite que en Venezuela se ignore una vez más la voluntad del pueblo, las reglas democráticas en la región seguirán deteriorándose. Los gobiernos y organismos regionales perderán cualquier calidad moral para reclamar respeto al orden democrático y, como resultado, veremos una región sumida en el caos, el desconcierto y la desesperanza. Es hora de que se tomen acciones decisivas y se ponga fin a esta tragicomedia política, antes de que la democracia en Latinoamérica se convierta en una farsa irreversible.