En Medio Oriente hay precedentes: Los acuerdos de paz de Camp David
Nelson Espinal Báez
La mesa de negociación fue instalada en la residencia campestre de los presidentes de los EE. UU en Camp David, Maryland. Su anfitrión el presidente Jimmy Carter, los negociadores fueron el presidente de Egipto Anwar el-Sadat y el primer ministro de Israel Menájem Begin. El equipo de asesores lo dirigía mi apreciado Roger Fisher.
El conflicto de fondo entre Israel y los países árabes tuvo su inicio en el mismo momento de la fundación del estado de Israel (1948). El punto de mayor confrontación llegó cuando, tras su victoria en la guerra de los Seis Días (1967), Israel se anexionó diversos territorios, entre ellos la península del Sinaí, que pertenecía a Egipto, quienes habían fracasado en su intento de recuperar militarmente ese territorio en la Guerra del Yom Kippur (1973). Como consecuencia de las hostilidades en la región se originó una crisis en la producción y distribución de petróleo, hasta límites intolerables para las economías del mundo occidental.
Cuando los negociadores llegaron a Camp David sus pretensiones eran irreconciliables. Egipto quería recuperar íntegramente la península del Sinaí; Israel quería mantenerla ocupada. Planteado de este modo, de forma simplificada, el conflicto entre dos países es un ejemplo de lo que en teoría de juegos se llama «juego de suma cero»: lo que uno gana el otro necesariamente lo pierde. En negociacion este tipo de juego tiene siempre un mal pronóstico porque las partes se concentran en la Posición (lo que dicen que quieren) y no en los Intereses subyacentes (para qué y por qué lo quieren). De este modo nadie quiere ceder en su propio perjuicio y lo más probable es que el conflicto permanezca sin solución.
En efecto, se elaboraron múltiples mapas al respecto y ninguno resultaba factible. Cada parte prefería continuar con el enfrentamiento bélico antes de ceder territorio.
Cuando finalmente enfocan la negociación a los intereses subyacentes (miedos, temores, aspiraciones, necesidades etc.) y preguntan por qué Israel quería mantener ocupada la península del Sinaí -aunque la cuestión era más compleja-, se logra identificar el interés más relevante: Israel tenía un problema de seguridad. No solo en la península del Sinaí, sino en todo el territorio. El control de la península era un recurso de protección ante la posibilidad de recibir algún ataque por esta vía. Egipto, en cambio, tenía una aspiración (un interés subyacente) de soberanía. Recuperar el territorio de la península del Sinaí era indispensable para el país por razones obvias, pues era parte de su propio territorio.
Es entonces cuando se empieza a explorar una fórmula que suministre seguridad a Israel sin quitarle soberanía a Egipto y, a la vez, se devuelva la soberanía a Egipto sin que se disminuya la seguridad de Israel. Una solución inteligente al conflicto.
Al pasar de la confrontación por posiciones (que eran irreconciliables) a la negociacion por intereses (que eran divergentes, pero posiblemente compatibles) se creó una opción o propuesta de ganancia mutua: devolver el territorio a Egipto y garantizar la desmilitarización satisfaciendo el legítimo interés de soberanía de uno y de seguridad del otro.
Es decir, cada nación consiguió incrementar su beneficio – creación de valor – sin necesidad de disminuir el beneficio de la otra parte. La clave es la metodología de negociación. Pasaron de un modelo basado en posiciones a un modelo basado en intereses.
Los acuerdos de Camp David proporcionaron los elementos básicos del tratado de paz entre Israel y Egipto. Un precedente inolvidable.
Hoy tenemos una situación geopolítica muy complicada. Por un lado, Rusia y Ucrania. Por otro, Hamas e Israel en una guerra que luce será regional. Y no dudemos que China insista en estos precisos momentos con Taiwán. Por supuesto, además de los frentes menores en el Cáucaso y en los Balcanes. Todo esto frente a un EE. UU y una Europa con fuertes divisiones internas. De esta forma se establecerían tres grandes frentes de conflagración entre dos visiones de orden mundial, las autocracias de Rusia, China e Irán versus la democracia occidental.
Harán falta más estadistas y menos diletantes para transitar este ciclo de la historia de la humanidad.
De esta forma se establecerían tres grandes frentes de conflagración entre dos visiones de orden mundial, las autocracias de Rusia, China e Irán versus la democracia occidental. Harán falta más estadistas y menos diletantes para transitar este ciclo de la historia de la humanidad.
Diario Libre