En Puerto Rico, una nueva generación vota por el cambio
Por Yarimar Bonilla
The New York Times
Bonilla es una colaboradora de Opinión que cubre temas de raza, historia, cultura pop y el imperio estadounidense.
El domingo, en un mitin de Donald Trump en el Madison Square Garden de Nueva York, un comediante describió a Puerto Rico como una “isla de basura”. Aunque ofensivo, no fue sorprendente. Después de todo, como presidente, Donald Trump le tiró rollos de papel toalla a la gente en un centro de ayuda en Puerto Rico y consideró casualmente sobre cambiarnos por Groenlandia.
Es posible que estos comentarios animen a los puertorriqueños residentes en los 50 estados a acudir a las urnas. Pero los habitantes de la isla, que no tienen voto en las elecciones presidenciales de EE. UU. aunque deban vivir con sus consecuencias, están ejerciendo su poder en las elecciones locales, con el objetivo de trazar un nuevo capítulo en la historia del archipiélago.
Mientras muchos estadounidenses afrontan la semana electoral con miedo o resignación, los puertorriqueños experimentan un nuevo sentimiento: esperanza. Por primera vez, en la contienda por la gobernación un candidato progresista independentista, Juan Dalmau, está prácticamente empatado con una candidata que apoya la estadidad, Jenniffer González-Colón. De ser elegido, Dalmau sería el primer gobernador independentista de la historia de Puerto Rico, lo cual es significativo, dada la dolorosa historia de vigilancia y represión nacionalista de la isla.
Sin embargo, lo que ha hecho que su campaña sea tan poderosa e incluso innovadora es que no se centra en cambiar la relación colonial de Puerto Rico con Estados Unidos. La plataforma de Dalmau se centra en hacer que Puerto Rico sea habitable para su gente. Se trata de recuperar la dignidad en medio de crisis incesantes: financieras, infraestructurales y medioambientales. Se trata de rechazar la idea de que debemos huir del lugar en el que nacimos para prosperar. Y se trata de hacer frente a la corrupción para poner orden en nuestra propia casa antes de abordar nuestra relación con Estados Unidos.
Dalmau se presenta como parte de una nueva alianza entre el Partido Independentista Puertorriqueño y el Movimiento Victoria Ciudadana. Ambos se han unido en una coalición progresista que pretende romper con el tribalismo habitual de la política puertorriqueña. Su plataforma destaca la lucha contra la corrupción, el restablecimiento de la red eléctrica como servicio público y dar prioridad a los empresarios locales sobre los inversores extranjeros y oportunistas que buscan evadir los impuestos.
De ser elegido, Dalmau ha prometido establecer una Asamblea Nacional de Estatus, en la que los delegados electos negociarían directamente con el Congreso para establecer planes de transición para cada opción de estatus y un referendo vinculante. Mientras tanto, González-Colón, quien se alinea con los republicanos del movimiento MAGA y resta importancia a su lenguaje ofensivo, se compromete a defender únicamente la estadidad.
Desde 1948, cuando Luis Muñoz Marín se convirtió en el primer gobernador electo de Puerto Rico, la isla no se había enfrentado a unas elecciones con tanto en juego. Muñoz forjó un acuerdo con Estados Unidos que se le vendió a los puertorriqueños como descolonización. Fue una victoria diplomática para Estados Unidos, que le permitió enmascarar la condición colonial de Puerto Rico al tiempo que conservaba el control sobre los asuntos de la isla. Bajo el ELA (Estado Libre Asociado), Muñoz llevó a la isla programas federales de bienestar social como Medicare. También inició un programa de industrialización que pretendía convertir a Puerto Rico en un escaparate de la Guerra Fría para el desarrollo respaldado por Estados Unidos.
Durante un tiempo, funcionó. Los incentivos fiscales atrajeron a empresas multinacionales, impulsando el PIB y el empleo. El gobierno utilizó estas ganancias para ampliar la educación pública, construir infraestructuras modernas y extender los servicios públicos a las zonas rurales. Pero a mediados de la década de 1990, los legisladores de Washington empezaron a suprimir estas exenciones fiscales. Las fábricas cerraron, los puestos de trabajo desaparecieron y el gobierno de Puerto Rico, con la ayuda de Wall Street, recurrió a préstamos masivos para cubrir los déficits. En 2016, el modelo se había derrumbado. Cuando Puerto Rico intentó declararse en quiebra, la Corte Suprema le negó el derecho.
Desde entonces, una Junta de Supervisión y Administración Financiera nombrada por el gobierno federal estadounidense ha sumido a la isla en una austeridad cada vez mayor, dejándola en la ruina. Escuelas cerradas, carreteras en ruinas, una universidad destrozada por los recortes presupuestarios, un sistema de salud colapsado y apagones incesantes se han convertido en parte de la vida cotidiana. Mientras tanto, el gobierno de la isla apuesta por una economía de visitantes formada por turistas, trabajadores remotos y trasplantes que hacen subir el costo de la vida mientras se benefician de exenciones fiscales de las que no disponen los puertorriqueños.
Esto es lo que la megaestrella puertorriqueña Bad Bunny ha descrito como un lugar de impresionante belleza plagado de exasperante disfunción que pide a gritos “algo mejor”. Por primera vez en décadas, algo mejor parece estar al alcance de la mano. Dalmau llama a esta visión la Patria Nueva.
El término resuena no solo entre los independentistas, sino también entre los nacionalistas culturales, los desencantados con el ELA y los votantes partidarios de la estadidad hartos de la corrupción. También resuena entre los muchos diásporriqueños que se han visto obligados a ganarse la vida en el extranjero, pero cuyos corazones siguen firmemente arraigados en la isla. La Patria Nueva no es solo un eslogan político; es una reinvención audaz de lo que significa hacer hogar en Puerto Rico.
El domingo, Bad Bunny compartió en Instagram un video de la vicepresidenta Kamala Harris hablando de Puerto Rico. Se interpretó como un endoso, pero como residente de Puerto Rico, él no puede votar por ella. Ha invertido cientos de miles de dólares en vallas publicitarias y anuncios contra González-Colón, y su canción “Una velita”, que salió en vísperas del aniversario del huracán María, se ha convertido en la banda sonora del momento. Hay grandes esperanzas de que asista al mitin de clausura de Dalmau el domingo.
Pase lo que pase el martes en las elecciones de Estados Unidos, una nueva generación, formada por el desastre y la deuda, está decidida a reclamar el futuro de Puerto Rico. Durante décadas nos han dicho que nuestra isla es basura, pero los puertorriqueños están recordando que vienen de un lugar de donde nacen las leyendas. Y se están atreviendo a imaginar un futuro en el que permanecer en la isla sea una opción viable, no un acto de sacrificio.
Yarimar Bonilla, colaboradora de Opinión y profesora del Centro Effron para el Estudio de América de la Universidad de Princeton, es autora de Non-Sovereign Futures: french Caribbean Politics in the Wake of Disenchantment y editora de Aftershocks of Disaster: Puerto Rico antes y después de la tormenta.
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