En Rusia, oficialmente, EE. UU. ya no es el villano

Por Anton Troianovski

The New York Times

Reportando desde Berlín

Hace cinco semanas, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, pronunció un discurso rutinario en el que arremetía contra los “hegemónicos y egoístas” Estados Unidos que estaban al frente del “Occidente colectivo”. Sin embargo, en el tiempo que ha pasado la perspectiva de este diplomático veterano de 74 años ha experimentado algunos cambios vertiginosos.

En una entrevista concedida el domingo a la televisión estatal rusa, Lavrov enumeró los males que Europa —no Estados Unidos— había traído al mundo. En su opinión, Estados Unidos había pasado de ser la mente maestra del mal a ser un espectador inocente.

“Colonización, guerras, cruzados, la guerra de Crimea, Napoleón, la Primera Guerra Mundial, Hitler”, dijo Lavrov. “Si vemos la historia en retrospectiva, los estadounidenses no desempeñaron ningún papel instigador, ni mucho menos incendiario”.

Mientras el presidente Donald Trump trastoca décadas de política exterior estadounidense, en Rusia se está produciendo otro giro vertiginoso, tanto en el Kremlin como en la televisión controlada por el estado: Estados Unidos —dice el nuevo mensaje— no es tan malo después de todo.

Casi de la noche a la mañana, es Europa, no Estados Unidos, la que se ha convertido en la fuente de inestabilidad de la narrativa rusa. El domingo por la noche, en su destacado programa semanal del canal Rossiya-1, el presentador Dmitri Kiselyov afirmó que el “partido de la guerra” en Europa estaba siendo superado por la “gran troika” de Estados Unidos, Rusia y China que formará “la nueva estructura del mundo”.

Durante más de una década, Estados Unidos fue el principal villano de la maquinaria propagandística del Kremlin: el “hegemónico”, el “titiritero” y el “amo al otro lado del océano”. Buscaba la destrucción de Rusia empujando a europeos, ucranianos y terroristas al conflicto con Moscú.

Tras el regreso de Trump a la Casa Blanca, los funcionarios rusos dijeron en un primer momento que pocas cosas cambiarían.

“La diferencia, fuera de la terminología, es pequeña”, dijo Lavrov en aquel discurso del 30 de enero, comparando los gobiernos de Trump y Biden.

Pero entonces llegó la llamada del 12 de febrero entre Trump y el presidente ruso Vladimir Putin, las conversaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin en Arabia Saudita, la votación en las Naciones Unidas en la que Estados Unidos se puso del lado de Rusia y la reprimenda al presidente ucraniano Volodímir Zelenski en el Despacho Oval la semana pasada.

En cuestión de semanas, quedó claro que la segunda presidencia de Trump tenía el potencial de ofrecer una política exterior mucho más favorable hacia Rusia que la primera.

Putin ha encabezado el cambio de tono. El dirigente que solía fustigar a un Occidente liderado por Estados Unidos por pretender “desmembrar y saquear a Rusia”, propuso la semana pasada que Estados Unidos extrajera metales de tierras raras rusos y ayudara a desarrollar la producción de aluminio en Siberia. La propuesta era parte de la estrategia de acercamiento de Putin a Trump, mientras le insinuaba la posibilidad de obtener enormes riquezas de los recursos rusos.

El viernes, horas antes de que Trump sermoneara a Zelenski en la Casa Blanca, Putin dio voz a su nuevo mensaje proestadounidense en el más insólito de los lugares: la reunión anual de la agencia de inteligencia rusa para el interior, el FSB, que ha estado a la vanguardia de la guerra en las sombras de Rusia contra Occidente.

Putin dijo que las conversaciones con el gobierno de Trump “inspiran ciertas esperanzas”, lo elogió por su “pragmatismo” y pidió a los espías asistentes que se resistieran a los intentos de “interrumpir o arriesgar el diálogo que ha iniciado”.

El volanzato en los vínculos con Washington fue tan brusco que la televisión estatal rusa mostró el domingo a un reportero que preguntaba al portavoz del Kremlin cómo era posible que “hace un par de meses estuviéramos diciendo públicamente que éramos casi enemigos”.

“Esto, en efecto, no podría haberse imaginado”, respondió el portavoz, Dmitri Peskov, maravillado por el cambio. La política exterior estadounidense, añadió, ahora “coincide con nuestra visión en muchos aspectos”.

Los creadores de mensajes del Kremlin están batallando para ayudar a los rusos a encontrar un sentido en todo esto. Algunos comentaristas están sacando a relucir precedentes históricos, remontándose a la negativa de Catalina la Grande a ayudar al reino de Gran Bretaña a sofocar la Revolución de Estados Unidos. Otros dicen que fue el votante estadounidense quien cambió.

“El pueblo estadounidense se cansó del imperio global”, explicó la semana pasada la cineasta Karen Shakhnazarov, una partidaria leal que aparece en programas de televisión estatales.

En una entrevista con The New York Times, Yevgeny Popov —cuyo programa, 60 minut, es el programa político diario más popular de la televisión estatal rusa— insistió en que hablar de cooperar con Estados Unidos no era extraordinario porque las empresas estadounidenses habían hecho negocios incluso en la Unión Soviética.

“Lo que está ocurriendo aquí son procesos muy naturales”, dijo Popov. “Queremos unas relaciones pacíficas, constructivas y pragmáticas y, lo que es más importante, igualitarias con Estados Unidos”.

Aun así, Popov señaló que las armas estadounidenses estaban matando a soldados rusos en los campos de batalla de Ucrania, y que no creía que pudiera haber pronto una relación amistosa con un país cuyos “tanques disparaban contra nuestro pueblo”.

En su programa, algunos invitados han ido más lejos. Aleksei Zhuravlyov, un incendiario legislador conocido por amenazar a Estados Unidos con la aniquilación nuclear, dijo la semana pasada en 60 minut que Rusia podría “hacerse amiga de Estados Unidos y gobernar el mundo”.

“Trump nos necesita”, dijo Zhuravlyov. “¿Necesitamos nosotros a Trump? Sí. ¿Coinciden nuestros intereses? Sí. ¿Contra quién? Contra la Unión Europea”.

Detrás del interés de Rusia por acercarse a Estados Unidos hay un respeto a regañadientes por el país y amplios lazos personales, especialmente entre la élite cultural y comercial. Ivan Kurilla, un estudioso de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia en el Wellesley College, dijo que los gobernantes rusos y soviéticos consideraron durante mucho tiempo a Estados Unidos como una nación digna de ser imitada, ya fuera por su poderío económico o por su actitud desafiante en el escenario mundial.

“Esta doble visión de Estados Unidos… así ha sido durante mucho tiempo”, dijo Kurilla, quien fue profesor de la Universidad Europea en San Petersburgo hasta el año pasado.

Popov, que fue corresponsal de la televisión estatal rusa en Nueva York, enumeró algunas de las cosas que, en su opinión, Rusia y Estados Unidos tienen en común: un ejecutivo fuerte, políticas proteccionistas, ejércitos grandes, economías de mercado “con algunas variaciones” y organismos poderosos encargados de hacer cumplir la ley.

“Ambos tenemos un estado policial en el buen sentido de la palabra”, dijo Popov en una videollamada la semana pasada mientras se abría paso entre el tráfico de Moscú. Concluyó, dirigiéndose a los estadounidenses: “Si quieren entender lo que piensan los rusos, mírense en el espejo”.

El repentino prospecto de mejorar los lazos con Estados Unidos animó a la opinión pública rusa, que, según los encuestadores, está cada vez más ansiosa por poner fin a la guerra en Ucrania y considera que las negociaciones con Washington son un requisito previo.

El Centro Levada, un encuestadora independiente con sede en Moscú, descubrió en febrero que el 75 por ciento de los rusos apoyaría el fin inmediato de la guerra, la cifra más alta desde 2023, y que el 85 por ciento aprobaba las conversaciones con Estados Unidos. Las esperanzas de un alivio de las sanciones y el retorno de la inversión estadounidense contribuyeron a que la bolsa rusa subiera hasta un 10 por ciento tras la llamada entre Trump y Putin el 12 de febrero.

A algunos de los más fervientes partidarios de la guerra de Rusia, el acercamiento de Washington les olió a traición, dado que Putin ha descrito durante mucho tiempo la invasión como una guerra subsidiaria contra la agresión estadounidense. En la aplicación de mensajería social Telegram, los blogueros rusos partidarios de la guerra expresaron su sorpresa por la propuesta hecha por Putin la semana pasada de cooperar con empresas estadounidenses para extraer los recursos naturales del país.

Two Majors, un blog nacionalista de Telegram con más de un millón de seguidores, se preguntaba cómo el discurso del “malvado deseo de los malditos yanquis de robar los recursos naturales de Rusia” se había transformado en un debate sobre la “cooperación mutuamente beneficiosa con socios estadounidenses”.

Sin embargo, hablando de Putin, podría haber una pizca de coherencia interna en el giro hacia Washington. En general, él ha evitado etiquetar a Estados Unidos en su totalidad como enemigo de Rusia.

En lugar de eso, Putin ha dicho que es la “élite neoliberal” occidental la que trata de imponer sus “extraños” valores al mundo y busca la destrucción de Rusia, al tiempo que describe a los conservadores estadounidenses como amigos de Rusia. Es un reflejo de los recursos propagandísticos de la Unión Soviética, cuando se mostraba a los progresistas estadounidenses como aliados de Moscú.

“En Estados Unidos”, dijo Putin en 2022, “hay una parte muy fuerte del público que mantiene los valores tradicionales, y ellos están con nosotros. Esto lo sabemos”.

Anton Troianovski es el jefe del buró en Moscú del Times. Escribe sobre Rusia, Europa del Este, el Cáucaso y Asia Central

The New York Times

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