En torno a los textos diplomáticos
Manuel Morales Lama[email protected]
La diplomacia como instrumento de ejecución de la política exterior, demanda hoy un manejo “inteligente, cuidadoso y oportuno” y, sobre todo, debidamente bien fundamentado.
En ese contexto, no sería ocioso recordar que existe “un estilo diplomático” de redacción, con las bien sustentadas adecuaciones a la realidad de este tiempo, que debe observarse en textos de tal carácter, tanto en el fondo como en la forma, y que tiene aplicación en cualquier idioma. En tal propósito, resulta esencial que los ejecutores de la diplomacia estén suficientemente familiarizados con el vocabulario técnico que universalmente se emplea en los documentos, y en general, en las comunicaciones de tal naturaleza.
Más aún, dichas comunicaciones demandan tener pleno dominio de las normas que las rigen. Igualmente se requiere conocer sus particularidades, como “las expresiones, los giros literarios y frases hechas”. De estas últimas, debe conocerse también el “apropiado uso” de las mismas, que resulta ser indispensable para comunicarse con la requerida corrección en este quehacer.
Por muy elemental que pudiera parecer, en el uso de “frases de cortesía” en textos diplomáticos, es esencial establecer el número adecuado de dichas frases, en consonancia con el contenido y carácter del texto en cuestión y, sobre todo, la apropiada selección de las mismas. Igual ocurre con el uso de los denominados tratamientos, que se aplican a quien va dirigido el texto o comunicación. En este ámbito los precitados tratamientos “más que una cortesía suelen constituir un derecho”, por tal razón deben usarse con la imprescindible precisión que ameritan.
En igual sentido, resulta muy útil, en determinadas situaciones, saber valerse del llamado “lenguaje profesional de la diplomacia”, que básicamente consiste en una cautelosa forma de expresión que da la oportunidad de quedarse por debajo de la exacerbación, cuando ese proceder conviene a los intereses del Estado respectivo y sobre el cual versó un artículo precedente del autor.
Es oportuno señalar, también en este campo, que en determinados ambientes intelectuales se considera que “para cada cosa de este intrincado mundo, preexiste una palabra justa”: (“Le Mot Juste”), y que el deber de los autores de textos de diverso carácter, es acertar con ella, no buscar alternativas para evadir esa obligación.
En un sentido tangencial, pero complementario, Borges sostiene: “Una de las vanidades del vulgo y de las academias es la incómoda posesión de un vocabulario copioso. Rabelais estuvo a punto de imponer ese error estilístico, la mesura de Francia lo rechazó y prefirió la austera precisión a la profusión de palabras”.
En el orden práctico, cabe insistir, en que para poder obtener la efectividad que ameritan las acciones, es esencial en este campo, darle la precisa interpretación a los “mensajes” y a las palabras, así como a las “señales y a los gestos”. Hay que poder entender el significado de la interrupción de la comunicación, del silencio y de la retirada del interlocutor, incluso de “la exageración de sus cumplidos” (Plantey).
Evidentemente, el ejercicio diplomático, procede destacar, además de consistentes conocimientos constantemente actualizados, implica “habilidades que deben cultivarse” y que requieren la acumulación de una experiencia relevante en la aplicación “de la inteligencia y el tacto en la conducción de las relaciones entre los Estados” (Satow). Asimismo, por ser la clave del éxito para múltiples y diversas gestiones, la habilidad para identificar el lugar y la oportunidad de las acciones, se considera una de las cualidades “emblemáticas” de este ejercicio. En esta labor, inequívocamente, potencia la eficiencia el “hábil auxilio de los medios electrónicos de comunicación”.