Es posible mejorar la calidad del aire en los lugares más contaminados del mundo
Por Christa Hasenkopf
The New York Times
El 7 de junio del año pasado, los cielos de Nueva York y de áreas grandes del estado se volvieron brumosos por el humo de los incendios forestales procedentes de Canadá. La gobernadora Kathy Hochul advirtió de una “situación de emergencia” y recomendó a los residentes que permanecieran en sus casas. En la ciudad, las escuelas cancelaron sus actividades, las bibliotecas cerraron temprano y se aplazó un partido de los Yankees.
Fue el día más contaminado en la ciudad desde que se empezaron a llevar registros en 1999. El índice de calidad del aire, compuesto por cinco contaminantes, se disparó a más de 400; por encima de 300 se considera peligroso. Lo más alarmante es que el nivel de partículas finas, que es un componente especialmente peligroso del índice porque las diminutas partículas de humo, hollín y otros contaminantes penetran profundamente en los pulmones, fue el más alto registrado en cualquier ciudad del mundo ese día y tres veces superior a la norma sanitaria federal.
Para la ciudad de Nueva York, esto fue una anomalía. En general, la calidad del aire de la ciudad es bastante buena. Pero no es el caso de cientos de ciudades de todo el mundo. Para ellas, muchos días son como los que vivieron los neoyorquinos el pasado mes de junio. O a menudo peores.
El índice de calidad de vida y del aire de la Universidad de Chicago, que mide el impacto de la contaminación atmosférica en la esperanza de vida, muestra que las personas que viven en los lugares más contaminados de la Tierra respiran un aire seis veces más contaminado que el que respiran los habitantes de los lugares menos contaminados, y quienes viven en los lugares más contaminados tienen una vida más corta en más de dos años por esta causa. Se calcula que 8,1 millones de personas murieron en todo el mundo en 2021 por las consecuencias para la salud de respirar aire sucio, según un informe de 2024 del Instituto de Problemas de Salud y el Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud.
La filantropía privada podría hacer mucho para atajar este problema en algunas de las zonas más contaminadas del planeta. Sin embargo, según un informe reciente del Fondo de Aire Limpio, un grupo filantrópico con sede en Londres, cada año se dedica un promedio de 41,3 millones de dólares de fondos filantrópicos conocidos a la contaminación atmosférica. Esto supone menos del 1 por ciento de los más de 5000 millones de dólares que gasta anualmente uno de los principales financiadores, el Fondo Mundial, para combatir la malaria, el VIH/sida y la tuberculosis.
Esto es especialmente desconcertante porque las partículas de la contaminación atmosférica se han convertido en el mayor contribuyente a la carga mundial de morbilidad —una métrica que cuantifica la muerte prematura y la enfermedad— y en una de las mayores amenazas para la esperanza de vida, lo que supera los impactos de la malaria, el VIH/sida y las lesiones causadas por el transporte combinados. El aire contaminado no solo recorta unos pocos años al final de una larga vida. Es el segundo mayor riesgo de muerte para los niños de 5 años o menos.
En comparación con el resto del mundo, Europa, Estados Unidos y Canadá apenas se ven afectados por los efectos de la contaminación atmosférica sobre la salud. Sin embargo, reciben aproximadamente el 60 por ciento de los fondos filantrópicos destinados a combatirla. África alberga cinco de los 10 países más contaminados. Entre 2015 y 2022, todo el continente recibió un promedio de 238.000 dólares anuales en subvenciones filantrópicas destinadas a reducir la contaminación atmosférica.
Los datos —o, mejor dicho, la falta de datos— son el problema más inmediato. La escasez de datos dificulta la movilización de la opinión pública, el desarrollo de políticas o la medición de los avances. También dificulta atraer financiación. Pero cuando se dispone de datos sobre la calidad del aire, la contaminación disminuye. Y cuando la calidad del aire mejora, décadas de investigación dejan claro que las personas viven más tiempo y con mejor salud. Sin embargo, el 39 por ciento de los países del mundo no dispone de datos sobre la calidad del aire para sus ciudadanos. Esos países son también algunos de los más contaminados.
Un estudio reciente demostró que cuando las embajadas estadounidenses instalaron monitores de contaminación atmosférica en algunas de sus sedes y empezaron a compartir públicamente los datos sobre la calidad del aire en tiempo real, la contaminación disminuyó y se produjo un descenso de la mortalidad prematura, lo que sugiere que los gobiernos locales y tal vez los residentes tomaron medidas para reducir la contaminación una vez que tuvieron conocimiento de ella.
Desde mi punto de vista como directora del programa de aire limpio del Instituto de Política Energética de la Universidad de Chicago, quizá el cambio más impresionante se produjo en Pekín, donde la embajada de Estados Unidos empezó a tuitear en 2008 los niveles en cada hora de partículas finas procedentes de un monitor situado en el tejado de la embajada. Yo y otros creemos que la presión pública resultante para reducir la contaminación atmosférica ayudó a que el gobierno trazara un plan para hacerlo en 2013. Se gastaron miles de millones de dólares para reducir la contaminación en todo el país y, en 2022, la contaminación por partículas en la región de Pekín-Tianjin-Hebei había disminuido un 45 por ciento.
La falta de un control básico de la calidad del aire en algunos de los lugares más contaminados del mundo representa una enorme oportunidad filantrópica. A partir de entrevistas con expertos locales en calidad del aire y defensores del aire limpio, calculamos que una inversión anual de entre 50.000 y 100.000 dólares por país podría respaldar los esfuerzos de control de la calidad del aire a largo plazo.
En total, se necesitaría una inversión global de apenas 4 a 8 millones de dólares al año para apoyar a las organizaciones locales que ya están preparadas para abordar las lagunas de datos sobre la calidad del aire a nivel nacional. Juntas, podrían proporcionar acceso a esos datos a mil millones de personas. Estamos trabajando para poner en contacto a esos grupos con entidades filantrópicas a través de un nuevo fondo que hemos creado para recaudar fondos de donantes privados y luego distribuirlos.
Si incluso un país relativamente pequeño como Guatemala, con 18 millones de habitantes, se beneficiara de este apoyo a la infraestructura de datos y lograra una modesta reducción de los niveles de contaminación, los costos evitados de atender a las personas enfermas por respirar aire sucio compensarían con creces la inversión mundial en datos sobre la calidad del aire.
Se puede avanzar, y se ha avanzado, en Pekín, Tokio, Berlín, Los Ángeles y otras ciudades. El establecimiento de normas nacionales de calidad del aire, su cumplimiento y el seguimiento de los avances a nivel local fueron cruciales para reducir los contaminantes atmosféricos en su origen en esas ciudades. Sin embargo, para lograr ese éxito es necesario disponer de datos sobre la calidad del aire durante largos periodos.
Pocos problemas sanitarios mundiales pueden paliarse con una inversión de unos pocos millones de dólares al año. Pero recopilar datos sobre la calidad del aire en algunos de los países más contaminados del mundo es uno de ellos.
Christa Hasenkopf es directora del programa de aire limpio del Instituto de Política Energética de la Universidad de Chicago y supervisa el Fondo EPIC para la Calidad del Aire.
The New York Times