Esa judía brillante que fue Hannah Arendt

Tony Raful

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La filósofa y pensadora judía, Hannah Arendt, distingue entre conocimiento y pensamiento: el primero es la acumulación de saberes y técnicas, la conceptualización de lo aprendido mientras que el segundo lo define, como una suerte de constante diálogo interno en el que, en la íntima soledad, uno juzga sus propias acciones. El criminal nazi Adolf Eichman carecía de “pensamiento”, no de conocimiento, o al menos no lo ejercitaba mientras orquestaba el traslado de miles de judíos para ser ejecutados. Esto lo situaba como un “nuevo agente del mal que, sin parecerse en nada a los más convencidos ideológicamente, se entremezclaban en una masa desideologizada y sin reconocimiento que contribuye (activa o pasivamente) al horror”.

Como estructura de razonamiento podría argüirse que era una máquina de matar enemigos, pero tampoco tenía sentimientos para condolerse de las demás criaturas humanas. Ciriaco De la Rosa uno de los asesinos de las hermanas Mirabal y de cientos de dominicanos,  trabajando para el Servicio de Inteligencia de Trujillo, nos brinda un ejemplo paradójico de la complejidad moral de un ser humano. En su vida fuera del “servicio” como agente, condenado  en Juicio público por la justicia dominicana en 1962, Ciriaco, logró escaparse  o fue liberado de la cárcel donde cumplía condena, durante los días del Gobierno provisional del Dr. Héctor García Godoy en 1965. La complejidad  mental del asesino en serie o el psicópata tiene variables diversas. Todo esto viene al  caso, al pensar en Ciriaco De la Rosa quien vivió en  Lawrence, Massachusetts (Estados Unidos).  Ciriaco asesino  confeso de Minerva, Patria, María Teresa Mirabal, y del joven Rufino de la Cruz, vivió tranquilamente por más de tres décadas en la ciudad de Lawrence, Massachusetts,  de apenas 19 kilómetros cuadrados y que alberga, oh ironía de la vida, a una vasta comunidad dominicana, con hondas raíces en la provincia Hermanas Mirabal (antes Salcedo). De la Rosa nunca se arrepintió de haber participado en el cuádruple asesinato, ni tampoco procuró el perdón de sus víctimas, a quienes, por el contrario, solía referirse en términos crudamente insultantes. Lo más curioso es  que pasaba buena parte del día jugando al dominó en un local que llevaba el nombre “Hermanas Mirabal”, de una organización fundada por exiliados antitrujillistas. Muchos de los que visitaban ese local en los años 90 del siglo pasado, sabían quién era el personaje, y nadie accionó la acción de la justicia para lograr su extradición a Santo Domingo,  para que cumpliera la condena que le fue impuesta a él y a los malhechores socios de sus maldades. Un día me invitaron y ofrecí una conferencia política de cara a un proceso electoral. Fue al otro día cuando me enteré de que le había dado la  mano a Ciriaco De la Rosa que estuvo entre el público. No he dejado de lavarme las manos desde entonces con todo tipo de desinfectantes. Reporté lo sucedido. Se le colocó impedimento de entrada al local. Ciriaco murió poco tiempo después.   Ciriaco carecía de pensamiento, no distinguía entre el bien y el mal. Y es que  el conocimiento se torna banal sin el pensamiento, y nos convierte en “agentes del mal”, como decía la judía esclarecida y preclara que fue Hannah Arendt.

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