Estos tiempos bárbaros (2)

Juan T. Monegro

Dadas las circunstancias y cambios tectónicos que ocurren y concurren hoy en día en todos los ámbitos: económico, tecnológico, político, geopolítico, ideológico, social y cultural, son más cada vez los adeptos a la idea de que ya es inevitable e inminente el establecimiento de un nuevo orden mundial. Que pronto, quizá cuestión dos o tres lustros, otra será la estructura, la organización y el equilibrio en la distribución del poder global.

Cuando ocurra, el nuevo orden será establecido por las buenas o por las malas. Desafortunadamente, lo normal es que se dé por las malas. O por las peores. Seguramente habrá otra gran guerra, con riesgo razonable de que, esta vez, ¡que no lo quiera Dios!, alcance dimensión de cataclismo y no se salve nadie. Hay certezas fundadas de que esa gran guerra ya empezó.

Por principio, la guerra es un acto de barbarie. León Tolstoi (La Guerra y la Paz) la caracteriza como una manifestación extrema de carencia de sentido en la vida humana. Carencia que se traduce en violencia, dolor, sufrimiento, destrucción, tragedia, muerte. La guerra es negación pura y simple de la vida, de la racionalidad, la libertad, la esperanza, la confianza, el amor, la solidaridad, la fe, la paz. Es negación del ser humano en el sentido más pleno de su condición. En la guerra predomina lo peor de lo peor de la especie humana, desde su condición básica, el ser-animal.

Matarse los unos a los otros ha sido y es una normalidad en el despliegue vital del ser humano. Desde esta perspectiva, la historia puede ser vista como una narrativa del proceso de incesante autoconstrucción de la humanidad, que se da de guerra en guerra. Mirándolo bien, en la historia, lo escaso, breve y débil ha sido siempre el predominio de períodos de paz, de estabilidad y equilibrio armonioso entre las partes nacionales.

Siempre hay guerra por doquier. En la actualidad, se libran alrededor de 25 conflictos armados calientes en todo el mundo. Entre otros, los frentes de mayor intensidad se dan en Siria, Yemen, Afganistán, Etiopía, Myanmar, Somalia, Sudan, Libia y Ucrania. Todos horrorosos. El de Ucrania es el que más. El más peligroso y cruento.

Es fácil convenir con Chomsky en el criterio de que la guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania es un conflicto que se libra en ese territorio; y que, si bien, la mucha sangre derramada es ucraniana y rusa, es claro como el agua que los enemigos enfrentados son, realmente, USA y la OTAN contra Rusia.

La de Ucrania es una guerra sumamente cruenta. Que, en cosa de 14 meses, las bajas de lado y lado se estimen en centenas de miles (más de trecientas mil, según lo trascendido en una de las revelaciones de documentos secretos del Pentágono), cuando es un conflicto encapsulado en un solo territorio, da una idea de la intensidad del fuego y del alto costo humano.

Además, que se sigue contando. Los caídos puestos en tierra (término usado por el innombrable jefe de los mercenarios) ha sido estimado en una media de 200 por día. ¡Mucho dolor y lágrimas! Considerando que cada caído tiene sus dolientes. La gran mayoría, muertos en la flor de su juventud, con edades regularmente entre 20 y 30 años. Eran o son hijos, o padres, o novios, esposos, hermanos, primos, amigos. ¡Seres humanos!

Al parecer, la de Ucrania es una guerra que va para largo. Y para lo peor también. Desafortunadamente, a estas alturas del tiempo da la impresión de que el liderazgo mundial se ha hecho bolas, como enredado de pies a cabeza entre intereses nada santos. Mientras tanto, por aquí y por allá y por acullá, la poderosa industria militar facturando.

Los temores son que, por cualquier quítame esta paja, la cosa se salga de control y derive ya en una abierta confrontación mundial. ¡Caramba!: como si se no contara con las lecciones aprendidas de la gran conflagración mundial que la humanidad sufrió en carne propia tan sólo ocho décadas atrás.     

¡Nos guarde nos Dios!

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