Estos tiempos bárbaros (8)
Juan T. Monegro
Lo malo de la guerra es que el registro del drama humano (¡tan único e individual, ¡tan uno a uno!, ¡tan íntimo!) precisa ser contado en estadística agregada; para así, y sólo así, volverse sexi a la vista de quienes fabrican y priorizan titulares de noticia. Lo peor de todo es que eso importará a pocos; y, generalmente, se leerá como si nada. Cual noticia de un periódico de ayer.
Al sol de hoy, ¿a cuántos (y cuánto) interesa el titular sobre las decenas de combatientes caídos a diario en el fragor de las batallas en Ucrania? Casi a nadie. Casi nada.
¡Es la indiferencia hermano! La indiferencia, la insensibilidad y la apatía que encarnan en la psique humana con el paso de los días y los meses, conforme se disipa el espanto inicial causado por el estallido del conflicto.
Es como si el cerebro humano, a modo de un reflejo condicionado de autodefensa, para no volverse loco, propendiera a normalizar el horror. ¡Se entiende! Pues un estado de espanto, susto, consternación o sobresalto permanente, mata. Para sobrevivir, el cerebro normaliza. Se ajusta a los tiempos bárbaros. El gran riesgo es que ese ajuste se vuelva vil indiferencia.
Concretando. En el reciente mayo 25, con elocuencia dudosa, Rusia cantó victoria en la batalla de Bajmut, de esa guerra de conquista que el liderazgo invasor ha plantado contra Ucrania a de los pesares; a pesar de todo el mundo. Elocuencia dudosa porque, en el mejor de los casos para el invasor, parece que se trataría de una victoria pírrica, ¡muy pírrica!
Una aproximación parcial a la magnitud del drama humano en Bajmut se expresa en el número total de bajas rusas, estimado por los tan reputados como parcializados servicios de inteligencia estadounidenses y británicos: poco más o menos, unos cien mil los muertos, heridos, desaparecidos y capturados. Sólo en esta batalla; y sólo bajas rusas. Por su parte, el innombrable magnate (jefe, GEO, dueño) de la empresa privada de mercenarios Wagner, estimó en 20 mil los suyos caídos en cosa de diez meses en el fragor de los combates.
Ya ni se diga, de las bajas en capital humano; de la destrucción de infraestructuras económicas y de activos militares ocurridas del lado ucraniano. Las pérdidas han sido pavorosas. Son los costes y horrores de la guerra en estos tiempos bárbaros.
Vasily Grossman (1905–1964) fue un escritor y periodista ruso que se hizo famoso por su novela «Vida y destino» (terminada a fines de los 60; publicada póstumamente en el extranjero hasta 1980, dado el veto soviético por su postura crítica). La obra es un retrato magistral, realista, conmovedor y perspicaz sobre lasconsecuencias devastadoras que causó la Segunda Guerra Mundial en la sociedad donde vivió, la rusa; destacando la resiliencia propia del espíritu humano en medio de circunstancias tan adversas.
Más allá del relato del drama humano, realizado con un estilo y lenguaje riguroso y poco apto para débiles de espíritu, Grossman hace una penetrante introspección y sirve profundas reflexiones con evidente corte existencialista sobre el conflicto armado, sus impactos y las lecciones aprendidas. Como para que no se olvide.
Para muestra, baste este botón.
“Un soldado muerto no solo es un cuerpo inerte; es un mundo perdido. …. Un hombre respira, se esfuerza, lucha, se ríe, se preocupa y llora. Y luego, de repente, su cuerpo está vacío. Sin él, el mundo continuó: las ramas del árbol se mecen al viento, las nubes flotan en el cielo, los niños corren por la calle. Pero el mundo es diferente, porque ese hombre ya no está en él. Ya no está esa mirada, … Desapareció, y con él desapareció el mundo que llevaba dentro. La muerte no solo mata a los hombres, también mata sus mundos”.
¡Caramba! Cada vida humana es un mundo en sí mismo. Un existir con término. Naces, y seguro que morirás en una fecha más o menos pronto. Cada muerto en guerra es un mundo individual ido a destiempo. Con un final que impacta y trastorna la percepción del mundo de su familia y de la comunidad donde vivía. De uno en uno, sumado, es un daño al mundo entero.
Sea un ruso-oriental o un ucraniano-occidental, al fin y al cabo, es lo mismo. Es un ser humano. Un sujeto de derechos, incluido el de vivir. Más allá de sentimientos encontrados como miedo y valentía, crueldad y compasión, desprecio y ternura, y otros contrastantes dados en la guerra, las consecuencias materiales, emocionales y morales en los individuos y en la sociedad son los mismos. Es el mismo drama, que les hace dignos de la más alta y genuina compasión. De empatía y solidaridad.
Mensajes desprendidos. Primero: Del valor humano de la compasión y la empatía. La indiferencia, la frivolidad y la ligereza de visión configuran una posición personal indigna e inhumana ante el drama humano dado en un conflicto bélico. “Soy hombre; (y) nada humano me es ajeno” (Terencio); en consecuencia, el deber ético: la buena práctica y la correcta posición, es mostrar comprensión, compasión y empatía ante el drama que padecen los atrapados (´catchados´) en el campo de batalla. Que comparten entre sí la misma sangre, el mismo destino, los mismos sueños, las mismas miserias y dolores de la vida. Que son los mismos míos.
Segundo. De las consecuencias desgarradoras de la guerra y el desafío ético y moral que entraña. De uno y otro bando, los soldados pueden ser valuados como poco más que simple material humano convertible en carne de cañón. Y lo peor, al servicio a una causa que, muchas veces, ni saben ni entenderán. Los impactos en sus vidas (si salen vivos), en sus familias y en la sociedad son inconmensurables. Merecen, como mínimo, sentimientos de conmiseración, y una actitud reflexiva y compasiva ante el horror humano que padecen. Lo peor de lo peor sería la indiferencia, la apatía y el olvido. Ignorarlos. ¡Gran pecado es, ante el drama, seguir como si no pasara nada!
Tercero. ¿Y qué se puede hacer?: El involucramiento personal posible. A modo de pautas, en primer término, crecer en concienciación. Interiorizar que lo que está pasando no es un juego; es una tragedia humana. Es el reino en este mundo de la violencia establecida, de la negación, del desprecio y del odio al otro. Esa vergüenza humana que es la guerra, como mínimo, ha de suscitar sentimientos elevados tan humanos como la compasión y la solidaridad. Un ansia de paz justa.
En segundo término: crecer en empatía. Ejercer la empatía, que es una de las más bellas capacidades que distinguen al ser humano. Mudar de casa el alma y calzarse en los zapatos de los que viven directamente la tragedia; tratando de comprender su mundo, sus emociones, sus perspectivas, sus circunstancias. Esto, como forma de evadir o superar la vil indiferencia, y ser humanos.
En tercer término: involucrarse. Educarse. Escuchar, leer, reflexionar con mente atenta; y conversar constructivamente sobre el drama de la guerra, pensando en los sentimientos y las preocupaciones, en las alegrías y las dificultades de los directamente enfrentados. Esto, como acción positiva de compasión, de presencia y de solidaridad. De creación de humanidad. Como acción pro-educación y sensibilización ante la circunstancia; para prevenir o superar la indiferencia, los prejuicios y los estereotipos propios de las conciencias simples y los ánimos ingenuos. Marcando así la diferencia.