Estos tiempos bárbaros: Todas las guerras (22)
Juan T. Monegro
Un imperio es una entidad política (un estado), generalmente de gran tamaño y poder, que ejerce autoridad y control sobre una serie de territorios, naciones, pueblos y culturas diferentes, más allá de sus fronteras originales; casi siempre, a través de la invasión, la conquista, la anexión, la dominación, el caudillaje. Suelen ser gobernados por una autoridad central (rey o emperador), con amplio poder sobre sus dominios.
Haciendo reservas previas de la complejidad de la historia humana, puede sostenerse que, en alguna medida, la misma puede ser vista como una retahíla de guerras relacionadas con imperios que cursan un ciclo vital: se establecen, alcanzan esplendor, declinan y acaban. En efecto, ´nunca Roma fue eterna´. Imperios van y vienen. En base a guerras se establecen y se sostienen. Y a base se guerras terminan. Siempre, mediando horrorosos tiempos bárbaros.
Fue el caso de los sucesivos imperios de Egipto: el Antiguo Imperio Egipcio (2686-2181 a.C.), que floreció durante más de cinco siglos, teniendo como base la fertilidad del Nilo; el Medio Imperio Egipcio (2040-1782 a.C.), que se caracterizó por la expansión territorial y el contacto con culturas allende sus fronteras territoriales; y el Nuevo Imperio Egipcio (1550-1077 a.C.), que se distinguió por el gran esplendor imperial. En que, Egipto amplió su influencia hacia fuera con faraones renombrados, Ramsés II incluido. La historia imperial egipcia sumó alrededor de 1,300 años.
Tres legados clave debidos al Imperio Egipcio, con alto impacto en el desarrollo de la humanidad, fueron i) la escritura jeroglífica, fundamental para el desarrollo de escrituras posteriores; ii) arquitectura monumental, con impresionantes construcciones como las pirámides de Giza y los templos a lo largo del Nilo, reflejando sus avanzados conocimientos de arquitectura e ingeniería; y iii) sistema de irrigación y agricultura: desarrollaron sistemas avanzados para fertilizar los campos, permitiendo un cultivo constante de alimentos y el desarrollo de una sociedad próspera y estable.
El drama humano que sustentó su establecimiento y expansión se reflejó en múltiples conflictos bélicos, conquistas y subyugación, causando ingente sufrimiento en civilizaciones como los hititas y los asirios, pérdida de vidas, desplazamientos de población, prácticas de esclavitud y destrucción.
Igual, los imperios persas; entre los que sobresale el Imperio Persa Aqueménida (550-330 a.C.) fundado por Ciro el Grande (550 a.C.). Fue uno de los más grandes y poderosos de la antigüedad, extendiéndose durante su apogeo por vastas regiones de Asia Occidental (Arabia Saudita, Iraq, Jordania, Líbano, Siria, parte de Turquía, Palestina, Israel, Kuwait, Bahréin, Qatar, Omán Emiratos Árabes Unidos y Yemen), Asia Central (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán Turkmenistán y Uzbekistán; además, parte de China y de Mongolia) y Egipto. Después del Aqueménida, destacaron el Imperio Parto y el Imperio Sasánida. Todo en base a guerras y más guerras.
Fue Alejando Magno quien, en el 330 a.C., puso punto final al Imperio Persa. Su establecimiento y permanencia supuso un drama humano enorme, reflejado en las innumerables conquistas militares y la extracción forzada de tributos y recursos sobre las entidades sometidas. Habitualmente, significó la explotación económica y la imposición de su autoridad sobre diversas culturas, causando enorme sufrimiento, destrucción y muertes en las naciones o pueblos conquistados.
Otro caso es el Imperio Romano, que se desarrolló en varias fases: i) la República Romana (509-27 a.C.); en que, el poder estaba en manos de senadores y magistrados, y Roma expandió gradualmente (en base a guerras) su influencia en la península itálica y el Mediterráneo Occidental; y ii) el “Imperio Romano (27 a.C. – 476 a.C.): que inició con el gobierno de Octavio Augusto (César Augusto) el 27 a.C., y se prolongó durante más de cuatro siglos; en los cuales, Roma se convirtió en un imperio vasto y poderoso que abarcaba desde las Islas Británicas en el Oeste hasta el Oriente Medio y el Norte de África, en el Este.
Asimismo, iii) la caída del Imperio Romano de Occidente (467 a.C.); en que, esta rama del imperio romano sufrió una serie de crisis políticas, económicas y militares que culminaron con la deposición de Rómulo Augústulo (476 d.C.), significando el fin a la Antigua Roma. Finalmente, iv) el Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino (330 d.C. – 1453 d.C.): en que, esta rama del Imperio Romano continuó y se extendió, con Constantinopla como su capital, hasta que fue conquistada por los otomanos (1453).
El de mayor esplendor fue el período conocido como Alto Imperio Romano (27 a.C. – 284 d.C.), caracterizado por una relativa estabilidad y prosperidad imperial, alcanzando su máxima extensión territorial bajo los gobiernos de Augusto Trajano y Marco Aurelio; asimismo, ejerciendo influencia significativa en la política, la cultura y la economía del mundo mediterráneo y europeo. El apogeo fue excepcional, con avances grandiosos en la cultura, la administración y la construcción de infraestructuras viales, en monumentos y en obras arquitectónicas, el Coliseo y el Panteón incluidos.
Innumerables tensiones y conflictos internos y externos concurrentes hacia el 284 a.C. (divisiones políticas, problemas económicos, amenazas militares y crisis de liderazgo) diezmaron la fuerza del Alto Imperio Romano hasta su colapso. Al tiempo que, una serie de cambios registrados marcaron el luego conocido como el “Bajo Imperio Romano”, en que la administración fue impactada por reformas significativas, la fragmentación imperial y, finalmente, la caída del Imperio Romano de Occidente (476 d.C.).
En paralelo a los avances culturales, técnicos y administrativos, en el otro extremo de la balanza, está el drama humano que significaron sus constantes y cruentas conquistas militares, causales directas de sufrimientos humanos reflejados en destrucción de ciudades, enorme pérdida de vidas y la esclavización de poblaciones conquistadas. Fueron extremadamente cruentos tiempos bárbaros.
Además, el Imperio Chino (s. III a.C. – s. XX d.C.). Se formó con la unificación de China bajo la dinastía Qin, y se desarrolló a lo largo de sucesivas dinastías imperiales y sus respectivos períodos de gobierno, entre las que sobresalen: i) la Dinastía Qin (221 a.C. – 206 a.C.); ii) la Dinastía Han (206 a.C. -220 d.C. + Dinastía Han Occidental, 280 d.C.); iii) la Dinastía Tang (681 d.C. – 907 d.C.); iv) la dinastía Song (960 d.C. – 1279 d.C.); v) la Dinastía Yuan (1271 d.C. – 1368 d.C., cuando se dio el predominio mongol); vi) la Dinastía Ming (1368 d.C. – 1644 d.C.); y vii) la Dinastía Qing (1644 d.C. – 1912 d.C.). Luego vino la guerra civil y la revolución china, con Mao a la cabeza.
Durante dos milenios de predominio imperial, China logró notables avances en áreas como la tecnología, la ciencia, la filosofía y el arte; destacando, entre otros, la invención de la pólvora, la brújula, la imprenta, la porcelana, la filosofía confuciana, la Gran Muralla China, y el sistema de “examen imperial” conocido como “Keju” o “Koshi”, utilizado durante alrededor de 1300 años para la selección de funcionarios gubernamentales basada en méritos académicos. Son desarrollos que influyeron sustantivamente en la historia mundial, asegurando perdurabilidad al legado del Imperio Chino.
A la par de los logros, el imperio se sustentó en horrorosos sufrimientos humanos debido a las guerras y conflictos internos que resultaron en pérdida de vidas y destrucción enormes. A menudo, las dinastías chinas impusieron sistemas opresivos a grupos minoritarios y disidentes. Asimismo, operó un sistema de servidumbre por deudas y la explotación laboral que sumaron a, y tipificaron la impronta de aquellos horrorosos tiempos bárbaros.
Fue también el caso del Imperio Mongol (1206 d.C. – final del s. XIII d.C.); en que, fundado por Genghis Khan (1206), alcanzó su máxima expansión bajo el liderazgo de sus sucesores, incluido Kublai Khan, su nieto, que estableció la Dinastía Yuan. El imperio abarcó una gran parte de Asia, Europa del Este y Medio Oriente, alcanzando ser uno de los imperios más extensos de la historia. Al término del s. XIII su poder empezó a declinar y, eventualmente, se fragmentó en diferentes kanatos y estados regionales. Se derrumbó.
El drama humano causado por las conquistas militares y las tácticas brutales empleadas por los mongoles fue horrible, causando sufrimiento y desolación, con pérdida de vidas y destrucción de pueblos y ciudades de por medio. Asimismo, en el otro brazo de la balanza, tuvo un impacto positivo que se reflejó en facilitar la difusión de conocimientos y el intercambio cultural a través de la denominada Ruta de la Seda.
También, el Imperio Otomano (1299 d.C. – 1992 d.C.); que, originado en Anatolia (actual Turquía), se expandió hasta convertirse en uno de los imperios más poderosos y duraderos de la historia. Controló vastos territorios en Europa, Asia y África, alcanzando su máxima expansión en los s. XVI y XVII, bajo el liderazgo de Suleiman el Magnífico. Hasta que, colapsó con el fin de la I Guerra Mundial, dando paso a la República de Turquía (1923), con Mustafa Kemal Atatürk como líder fundador.
Entre los aportes al desarrollo de la humanidad más relevantes de este imperio destacan: i) desarrollo de un sistema legal avanzado: el “Qanun”, que influenció en sistemas posteriores; ii) arquitectura e ingeniería: crearon una impresionante arquitectura, incluyendo mezquitas, palacios y edificios públicos; siendo de los más destacados el Hagia Sophia, en Estambul; iii) cultura y literatura: fomentaron una rica tradición literaria y cultural, que incluyó poesía, música y la caligrafía; reflejándose, entre otras obras, en los cuentos de “Las mil y una noches”; y iv) ciencia y medicina: promovieron avances en medicina y astronomía, y tradujeron importantes textos científicos árabes y griegos al turco.
Asimismo, v) desarrollo de la caligrafía: la caligrafía árabe-otomana mostró una forma de arte distintiva, con estilos y técnicas refinadas; vi) tolerancia religiosa: en algunos momentos de su vasta historia, se practicaron formas de tolerancia religiosa (la “millet system”), permitiendo a comunidades religiosas no musulmanas (cristianos y judíos, principalmente) conservar sus propias leyes, instituciones y costumbres; vii) sistema de Carretera y Comunicación: establecieron una red de carreteras y sistemas de comunicación eficientes que facilitaron el comercio y la administración del vasto imperio; viii) herencia lingüística: contribuyeron al desarrollo del idioma turco moderno; ix) la cocina: introdujeron una variedad de platos y técnicas culinarias que han influido en la cocina de la región; y x) economía y comercio: fomentaron el comercio a larga distancia y promovieron la prosperidad económica en su imperio.
En la otra cara de la moneda, el establecimiento y duración del imperio otomano se sustentó en el drama humano reflejado por cruentas conquistas militares, la imposición de tributos y, en ocasiones, en la persecución de grupos religiosos y étnicos. Sus campañas militares resultaron en enorme pérdida de vidas humanas y en destrucción de ciudades y territorios. Asimismo, fue horrible la práctica “devshirme”, consistente en la selección y reclutamiento de jóvenes y niños cristianos para ser forzadamente convertidos al islam y entrenados como soldados o, en menor cuantía, en funcionarios del Estado otomano.
También, el Imperio Británico (s. XVI d.C. – mediados del s. XX d.C.). En su largo período de predominio, este imperio evolucionó gradualmente hasta alcanzar su máxima extensión y poder durante el s. XIX; destacando de su historia, i) el establecimiento de colonias en América del Norte (s. XVII); ii) la expansión en India y otras partes de Asia (s. XVIII); iii) el control sobre vastas partes de África y Oceanía (s. XIX) y iv) la creación del Imperio Británico de ultramar, incluidos India, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, partes de África, Hong Kong, el Caribe, Malasia y partes del Oriente Medio.
Con el fin de la II Guerra Mundial se dio un proceso de descolonización, que se generalizó; con lo cual, el Imperio Británico decayó y se redujo a mínima expresión. Dejó importante legado en términos del desarrollo de instituciones políticas, cultura y educación, infraestructuras, sistema legal y de justicia, desarrollo económico, desarrollo de la educación superior, deporte y recreación, y diversidad cultural. Eso sí, también dejó regados por ahí enormes desafíos y tensiones, como divisiones y conflictos étnicos causantes de confrontaciones entre países y regiones, con las consecuentes guerras, dramas humanos y, en fin, horrorosos tiempos bárbaros.
Asimismo, el Imperio Español (s. XVI d.C. – s. XVIII d.C.), que alcanzó su máximo esplendor durante la era de la exploración y la colonización con la llegada de Cristóbal Colón a América, y se consolidó con la conquista de vastos territorios en América, Asia, Oceanía y África (s. XVI). Entre los hitos más relevantes destacan i) la conquista de México, por Hernán Cortes (1521), ii) la expedición de Francisco Pizarro y la conquista del Imperio Inca (1533); iii) la colonización de gran parte de América del Sur, Centroamérica y el sudoeste de los Estados Unidos (varios años); iv) la exploración y colonización de Filipinas en Asia; v) la creación de un vasto imperio comercial, incluido el comercio de especias y la creación la Flota de Indias; y vi) la inquisición Española y la promoción del catolicismo en las colonias. Su predominio empezó a declinar en los s. XVII y XVIII en razón de la decadencia económica y política propia.
El debilitamiento mayor se mostró en el s. XIX, con la independencia de muchas de sus colonias en América y la pérdida de otros territorios. Su legado al desarrollo de la humanidad se refleja en términos de i) expansión del español como lengua global, siendo uno de los idiomas más hablados en el mundo; ii) propagación del cristianismo, influyendo en la religión y la cultura de las regiones colonizadas; y iii) agricultura y alimentos: introduciendo cultivos como de gran relevancia como trigo, cebada, caña de azúcar, arroz, café, cítricos, uvas y vinos, ganado vacuno, caballos, y otros.
En gran medida, el Imperio Español se sustentó en la conquista y colonización de América, que resultó en sufrimientos significativos para las poblaciones indígenas con la imposición de trabajo forzado, la confiscación de tierras y recursos, y la práctica de la evangelización mediante el uso frecuente de métodos coercitivos; resultando en la restricción de las libertades, y el sufrimiento y destrucción de muchas comunidades y culturas indígenas, a lo que se sumó, además, la práctica de la esclavitud. Es sólo una instantánea, a vuelo de pájaro, del polo oscuro de la historia del imperio español.
También, el Imperio Ruso (principios del s. XVIII – principios del s. XX); en que, el período más destacado de su expansión y consolidación se dio bajo el reinado de los zares Pedro el Grande (reinó durante 1682-1725) y Catalina la Grande (reinó durante 1762-1796). El Imperio Ruso se extendió a lo largo de Eurasia, desde Europa del Este hasta Siberia y el Lejano Oriente. Entre los hitos más relevantes de este imperio destacan i) la anexión de Ucrania mediante el Tratado de Pereyáslav (1654), estableciendo una unión entre los cosacos ucranianos y el Zarato ruso, alcanzando plena consolidación en el s. XVIII con la anexión plena de Ucrania al Imperio; y iii) la anexión de vastos territorios en el Cáucaso.
Un punto luminoso de la historia del Imperio Ruso, a lo interno, fue la abolición de la servidumbre bajo el reinado de Alejandro II (1861). A principios del s. XX se dio una creciente agitación social y política, que derivó en la extremadamente cruenta Revolución Rusa y el eventual colapso del Imperio. Hasta que, en 1917, el zar Nicolás II abdicó, marcando el fin del Imperio Ruso y el inicio de la era soviética.
El legado histórico se refleja en i) creación de cultura literaria y artística: destacando figuras como Tolstoi, Dostoievski y Tchaikovsky, cuyas obras influyen aún en todo el mundo; ii) expansión geográfica: contribuyendo a la exploración y expansión de territorios en Siberia y Alaska, ampliando el conocimiento geográfico y avances en la cartografía; y iii) la tecnología espacial: en que, la cosecha lograda en la era soviética en términos de tecnología espacial y otras conquistas tuvo como bases el legado tecnológico, cultural y científico recibido en heredad de la era del Imperio Ruso.
Y así, otros imperios no menos relevantes; como el Imperio Austrohúngaro, el Imperio Alemán, el Imperio Japonés, el Imperio Bizantino, el Imperio Inca, el Imperio Azteca, el Imperio Maurya (en India), el Imperio Francés, y más. Los ha habido por los siglos de los siglos. Con sus respectivos trances y luchas. Con sus guerras imperiales. Con sus dramas de destrucción, conquista y muertes siempre presentes a la entrada, en su desarrollo y a la salida del escenario central de la historia de cada dominio imperial.
Reflexión y aprendizajes
1ro. Los ciclos imperiales. Regularmente,cada imperio sigue un ciclo o patrón de vida: surge y se establece, toma auge y esplendor, declina y se acaba. La capacidad de adaptación y gestión eficaz, teniendo como puntos críticos la buena gobernanza, la gobernabilidad, la capacidad para preservar la cohesión y coerción hacia adentro y hacia afuera, así como su fecundidad en resultados de desarrollo (económico, social, institucional y cultural) que le legitimen y sustenten, son claves que le garantizan permanencia imperial en el tiempo. En la medida en que así es, perduran. Y cuando no, tienden a decaer, dejan de ser. Las anexiones o uniones hechas a la mala, mediante invasiones y guerras, tienden a no durar hasta siempre. Quizá por eso, los imperios nunca son eternos.
2do. Los legados culturales y tecnológicos. Legados culturales y tecnológicos duraderos dejados en heredad por los sucesivos imperios influyeron en el desarrollo de la humanidad. En mayor medida, por resultados duraderos de esa índole es que se valora y juzga históricamente todo esquema político, cual que sea su naturaleza, que se haga a la cabeza de un estado, un país o una región. ´Es sólo por sus frutos que les conoceréis”. El gran discurso, la gracia impresionante de las ideas o el riguroso razonamiento doctrinario son perecederos. Se disipan como paradigmas. Con el tiempo, se vuelven “como si no hubieran sido”.
3ro. Valor actual de la descentralización y la cooperación. Con los golpes y costos de los tiempos, la humanidad ha aprendido y asumido nuevos modelos de gobernanza. Ha tendido a nuevas estructuras de poder permeadas por el espíritu de la descentralización, la participación y la cooperación internacional. Es difícil creer que la historia esté al lado de viejos vientos formados por invasiones y conquistas, y encarnan el espíritu, la mentalidad y cultura imperial.
Antes bien, en estos nuevos tiempos bárbaros, la historia estaría del lado de los nuevos vientos; nuevas aguas que tienden a reflejarse en el reconocimiento y aceptación de la multipolaridad, el respeto a la otredad con todo y las identidades construidas, la descentralización del poder, la cooperación y la aceptación de la multipolaridad. Valores éstos, que significan la negación de aquello otro, lo de las actitudes, cultura y el predominio imperial. La afirmación de lo nuevo lleva, necesariamente, a renegar de todo lo que implique la cultura vieja tan atada a las guerras, a la dominación y a la explotación del hombre por el hombre.
Este entendimiento puede ser el antídoto eficaz y eficiente para desactivar los peligros y riesgos ciertos de definitivos y horrorosos tiempos bárbaros. ¡Ojalá y así sea!